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The Guardian en español

“Fue un buen chico hasta que siendo un veinteañero conoció a las personas que le hicieron un lavado de cerebro”

Bin Laden en una imagen de archivo.

Martin Chulov

Han pasado casi diecisiete años desde los atentados del 11S y la familia de Osama bin Laden sigue teniendo mucho peso en la alta sociedad de Arabia Saudí. Este apellido también es un recordatorio de uno de los momentos más oscuros de la historia de ese reino. ¿Pueden los Bin Laden evitar ser asociados con el miembro más conocido del clan?

Una mujer que luce un vestido de tela brillante nos recibe sentada en un sofá esquinero de una espaciosa estancia de su mansión. Cubre su cabello con un velo (hiyab) rojo que se refleja en una vitrina de cristal. En el interior de este mueble, una fotografía de su hijo mayor ocupa un lugar destacado entre reliquias familiares y objetos de valor. El hombre, que luce barba, una amplia sonrisa y chaqueta militar, aparece en distintas fotografías repartidas por toda la estancia; apoyado contra la pared y en la repisa de la chimenea. En una gran mesa de madera hay dispuesto meze saudí y un pastel de queso y limón para cenar.

Alia Ghanem es la madre de Osama bin Laden y todas las personas que se encuentran en la sala están pendientes de sus palabras. Cerca de ella se sientan los dos hijos que han sobrevivido a Osama, Ahmad y Hassan, y su segundo esposo, Mohammed al-Attas, el hombre que educó a los tres hermanos. Cada miembro de esta familia tiene un sinfín de anécdotas protagonizadas por el hombre cuyo nombre es sinónimo del auge del terrorismo internacional. Sin embargo, hoy es Ghanem la que lleva la voz cantante, y describe a un hijo al que sigue queriendo y que, en su opinión, perdió el norte. “Para mí fue muy difícil, lo tenía muy lejos”, lamenta, hablando con total sinceridad. “Fue un chico muy bondadoso y me quería mucho”, señala. Ahora, Ghanem tiene setenta y pico años y una salud delicada, y señala a al-Attas, un hombre esbelto que, como sus hijos, va vestido con una thobe blanca inmaculada, un tipo de vestimenta que llevan los hombres de Arabia. “Cuidó de Osama desde que mi hijo tenía 3 años. Es un buen hombre y fue muy bondadoso con Osama”.

La familia se ha reunido en un ala de la mansión que comparte en Jeddah, la ciudad de Arabia Saudí que durante generaciones ha sido el hogar del clan Bin Laden. Sigue siendo una de las familias más ricas del reino. La empresa familiar es un imperio de la construcción que ha levantado la mayoría de edificios modernos de Arabia Saudí, y el clan sigue perteneciendo a la élite del país. El hogar de los Bin Laden es un reflejo de su riqueza e influencia. Preside el vestíbulo una escalinata que lleva hasta espacios más cavernosos. Ya han celebrado el Ramadán y en las mesitas de las distintas estancias de la casa todavía hay boles con dátiles y chocolate para celebrar la fiesta del fin del Ayuno. La calle de los Bin Laden está llena de palacetes. Viven en el barrio de la clase alta de Jeddah, y si bien los Bin Laden no tienen vigilantes en la entrada, sí son los vecinos más célebres del barrio.

Durante años, Ghanem no ha querido hablar de Osama. El resto de la extensa familia también optó por el silencio durante las dos décadas en las que Osama fue el líder de Al Qaeda, un periodo en el que la organización terrorista atentó contra Nueva York y Washington y que terminó nueve años después de esos ataques, con la captura y muerte de Osama en Pakistán.

Ahora, los nuevos dirigentes de Arabia Saudí, liderados por el ambicioso heredero al trono de 32 años, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, han aceptado mi solicitud de entrevistar a la familia. Al tratarse de una de las familias más influyentes del país, vigilan de cerca todos sus movimientos y actividades. El legado de Osama es una pesada carga tanto para el país como para su familia y algunos altos cargos del gobierno creen que si permiten que la familia Bin Laden cuente su versión de los hechos podrá demostrar que el responsable de los atentados del 11S actuaba por su cuenta y riesgo, y no tenía un mandato de su país. Los detractores de Arabia Saudí siempre han creído que Osama contaba con el apoyo de su país, y las familias de algunas víctimas del 11S han intentado (sin éxito) emprender acciones legales contra el reino. Quince de los diecinueve terroristas que secuestraron los aviones con los que se atentó contra las Torres Gemelas y el Pentágono tenían la nacionalidad saudí.

Por todo ello, no me sorprendió el hecho de que la familia de Osama bin Laden fuera muy prudente cuando empezamos a negociar las condiciones de la entrevista: no estaban seguros de si el hecho de abrir viejas heridas tendría un efecto catártico o les haría más daño. Sin embargo, tras estar en contacto durante varios días, decidieron que querían hablar conmigo. Cuando finalmente nos reunimos, en un cálido día de junio, lo hicimos en presencia de una representante del gobierno saudí, si bien en ningún momento intentó influir en la conversación (también nos acompañaba un traductor).

“En la universidad lo cambiaron”

Sentada entre los dos hermanastros de Osama, Ghanem recuerda a su hijo mayor como un chico tímido y buen estudiante. Cuando Osama era un veinteañero y estudiaba económicas en la Universidad del rey Abdulaziz, se convirtió en un joven fuerte, motivado y piadoso. Fue en este centro universitario donde se radicalizó. “Las personas que conoció en la universidad lo cambiaron”, indica Ghanem: “se convirtió en un hombre completamente distinto”. Durante su etapa universitaria conoció a Abdullah Azzam, miembro de los Hermanos Musulmanes, que más tarde se exilió y se convirtió en el líder espiritual de Osama. “Fue un buen chico hasta que siendo un veinteañero conoció a las personas que le hicieron un lavado de cerebro. Lo puedes llamar secta. Recaudaban dinero para su causa. Siempre le pedí que se mantuviera al margen y en mi presencia nunca reconoció lo que estaba haciendo porque me quería mucho”, afirma la madre de Osama.

A principios de la década de los ochenta, Osama viajó a Afganistán para luchar contra la ocupación rusa. “Todas las personas que conoció en esa época lo respetaban”, indica Hassan: “En un inicio, nos sentíamos muy orgullosos de él. Incluso el gobierno saudí lo trataba de una forma muy respetuosa y considerada. Y entonces se convirtió en Osama, el muyahidín”.

Tras esta afirmación, se hace un largo silencio muy incómodo mientras Hassan intenta explicar cómo Osama pasó del fanatismo al yihadismo internacional. “Me siento muy orgulloso de él en el sentido de que fue mi hermano mayor”, indica cuando finalmente prosigue el relato. “Aprendí mucho de él. Sin embargo, no creo estar orgulloso de lo que representa como hombre. Adquirió fama mundial y total para nada”.

Ghanem escucha con atención y se anima cuando la conversación vuelve a girar en torno a los años formativos de Osama. “Era alguien muy recto. Buen alumno. Le gustaba estudiar. Se gastó todos sus ahorros en Afganistán, con la excusa de que eran negocios de familia”, explica. ¿Alguna vez sospechó que su hijo se había convertido en un yihadista? “Nunca se me pasó por la mente”. ¿Cómo se sintió al percatarse de que lo era? “Nos disgustamos muchísimo. Yo no quería que nada de esto pasara. ¿Por qué destruirlo todo de esta manera?”.

Sus familiares explican que la última vez que vieron a Osama fue en Afganistán, en 1999. Ese año lo visitaron en dos ocasiones distintas en la base que este tenía en las afueras de Kandahar. “Era un sitio cerca del aeropuerto que habían conseguido arrebatar a los rusos”, indica Ghanem: “Le hizo mucha ilusión poder ser nuestro anfitrión. Durante todos los días que estuvimos allí, nos hizo de guía. Mató a un animal en nuestro honor, organizó una fiesta e invitó a todos sus conocidos”.

Ghanem empieza a relajarse y a hablar de su infancia en la ciudad costera de Latakia. Explica que creció en una familia de alauitas, una rama de los chiíes.

Afirma que la cocina siria es mejor que la saudí, como también lo es el clima mediterráneo de su ciudad natal, donde el verano cálido y húmedo nada tiene que ver con el inclemente calor de Jeddah en junio. Ghanem se mudó a Arabia Saudí a mediados de los años cincuenta y tuvo a Osama en Riyadh en 1957. Tres años más tarde, se divorció del padre de Osama y se casó con al-Attas, que a principios de los años sesenta era el administrador del incipiente imperio Bin Laden. El padre de Osama tuvo 54 hijos con once esposas distintas.

“Se niega a creer lo que se cuenta de su hijo”

Cuando Ghanem se va a otra estancia con el objetivo de descansar, son los hermanastros de Osama los que prosiguen con la explicación. Indican que es importante tener en cuenta que la madre no es objetiva. “Han pasado 17 años (desde el 11s) y se niega a creer lo que se cuenta de su hijo”, indica Ahmad. “Lo quiere mucho y se niega a aceptar que es el culpable. Culpa a su entorno. Se centra en su faceta de chico bueno, la faceta que nosotros conocíamos. Nunca llegó a conocer su faceta como yihadista”.

“Me quedé de piedra, estupefacto”, indica cuando recuerda las primeras noticias sobre los atentados de Nueva York: “Era una sensación muy rara. Desde el inicio supimos que Osama estaba detrás de los atentados. Todos los miembros de la familia, desde el más joven al más anciano, nos avergonzamos de él. ”Éramos conscientes de que toda la familia iba a sufrir las consecuencias“. Todos los familiares que estaban en el extranjero regresaron a Arabia Saudí. El clan tenía miembros en Siria, Líbano, Egipto y Europa. En Arabia Saudí se implementó una restricción para viajar. Intentaron por todos los medios controlar a la familia. Los Bin Laden afirman que todos fueron interrogados por las autoridades y que, durante un tiempo, les impidieron salir del país. Han pasado dos décadas desde entonces y la familia ya tiene una libertad relativa para viajar dentro y fuera del país.

Los años formativos de Osama bin Laden en Yeda sucedieron durante los relativamente desenvueltos años 1970s, antes de la revolución iraní de 1979 que buscó exportar el fervor chiíta a todo el mundo árabe suní. Desde entonces, los líderes sauditas pusieron en práctica una rígida interpretación del islam suní, una que se ha practicado de forma generalizada en toda la península arábiga desde el siglo XVIII, en la era del clérigo Muhammed ibn Abdul Wahhab. En 1744, Abdul Wahhab había hecho un pacto con el entonces gobernante Mohammed bin Saud, permitiendo que su familia manejara los asuntos de estado mientras que clérigos de línea dura definían el carácter nacional.

El reino actual, proclamado en 1932, dejó a ambos lados -clérigos y gobernantes- con demasiado poder como para que uno desplace al otro, atrapando al Estado y a los ciudadanos en una sociedad basada en nociones ultraconservadoras: estricta segregación de hombres y mujeres no emparentados, estrictos roles de género, intolerancia hacia otras religiones, y una adherencia total a las enseñanzas doctrinarias, todo previamente aprobado con el sello de goma de la Casa de Saúd.

Muchos analistas creen que esta alianza ha contribuido directamente al ascenso del terrorismo global. La cosmovisión de Al Qaeda -y la de su derivación, el Estado Islámico- fue en gran parte moldeada por las escrituras wahabitas. Los clérigos sauditas fueron ampliamente acusados de promover un movimiento yihadista que creció durante los años 1990s, con Osama bin Laden en el epicentro.

En 2018, los nuevos líderes sauditas quieren trazar una línea en la época actual e introducir lo que bin Salman llama “islam moderado”. El príncipe considera que esto es esencial para la supervivencia de un estado en el que la enorme población joven, inquieta y a menudo alienada, ha tenido en las últimas cuatro décadas poco acceso al entretenimiento, a una vida social y a libertades individuales. Los nuevos líderes sauditas creen que las normas sociales extremadamente rígidas, que impusieron los clérigos, fomentan la formación de extremistas que reaccionan ante estos sentimientos de frustración.

La reforma ha comenzado a permear en muchos aspectos de la sociedad saudita; entre los cambios más visibles está el levantamiento de la ley que prohibía a las mujeres conducir, en junio pasado. Se han hecho cambios en el mercado laboral y en el abotargado sector público; se han abierto cines y se han lanzado una iniciativa anticorrupción en el sector privado y en algunos sectores del Gobierno. El Gobierno también alega haber cesado el financiamiento a las instituciones wahabitas fuera del reino, que durante cuatro décadas fueron apoyadas con fervor misionero.

Esta radical terapia de shock se ha ido absorbiendo por todo el país, donde las comunidades sometidas a décadas de una doctrina inflexible no siempre saben cómo reaccionar. Abundan las contradicciones: algunos funcionarios e instituciones rompen con el conservadurismo, mientras que otros se aferran a él con uñas y dientes. Mientras tanto, las libertades políticas siguen prohibidas, el poder se ha centralizado aún más y la disidencia es aplastada a diario.

El legado de Bin Laden sigue siendo una de las cuestiones más polémicas del reino. Me reúno con el Príncipe Turki al-Faisal, que fue líder de la Inteligencia saudita durante 24 años, entre 1977 y el 1 de septiembre de 2001 (10 días antes de los ataques del 11S) en su residencia en Yeda. Un hombre erudito de más de 70 años, Turki lleva gemelos verdes con la bandera saudita en las mangas de su zobe. “Existen dos Osamas bin Laden”, me dice. “Uno previo al fin de la ocupación soviética de Afganistán, y otro posterior a ésta. Antes, era un muyahidín idealista. No era un combatiente. Él mismo confesó que se desmayó en un enfrentamiento y cuando recuperó la consciencia, el asalto soviético en su posición había sido derrotado”.

Cuando Bin Laden se mudó de Afganistán a Sudán, y sus vínculos con Arabia Saudita se resintieron, fue Turki quien habló con él en representación del reino. Tras el 11S, estos contactos directos eran intensamente controlados. Ya entonces, y también 17 años más tarde, los familiares de las 2.976 personas asesinadas y más de 6.000 heridos en los atentados en Nueva York y la ciudad de Washington se negaban a creer que un país que había exportado una doctrina tan ultraconservadora no tuvo nada que ver con las consecuencias.

Desde luego, Bin Laden viajó a Afganistán con conocimiento y respaldo del estado saudita, que se oponía a la ocupación soviética; junto con Estados Unidos, los sauditas apoyaron y proveyeron armas a aquellos grupos que luchaban contra la ocupación. El joven muyahidín se había llevado una pequeña parte de la fortuna familiar con él, que utilizó para comprar influencia. Cuando regresó a Yeda, envalentonado por la batalla y la victoria sobre los soviéticos, era otro hombre, afirma Turki. “Desde 1990, desarrolló una actitud más política. Quería echar a los comunistas y a los marxistas de Yemen. Yo lo recibí y le dije que era mejor que no se metiera en eso. Las mezquitas de Yeda estaban siguiendo el ejemplo afgano”. Con esto, Turki se refiere a la lectura estrecha de la fe promovida por los talibanes. “Él estaba incitando a los fieles sauditas. Le dijimos que pusiera fin a esto”.

“Nunca gesticulaba ni sonreía”

“Él tenía cara de póker”, continúa Turki. “Nunca gesticulaba ni sonreía. En 1992 o 1993, hubo una reunión importante en Peshawar, organizada por el gobierno de Nawaz Sharif”. En aquel momento, Bin Laden había sido refugiado por los líderes tribales afganos. “Se hizo un llamado a la solidaridad musulmana, para que los líderes del mundo musulmán dejaran de atacarse entre sí. Allí también lo vi. Cruzamos miradas, pero no hablamos. Él ya no regresó al reino. Se marchó a Sudán, donde puso un negocio de miel y financió una carretera”.

La militancia de Bin Laden aumentó en el exilio. “Solía enviar faxes a todo el mundo. Era muy crítico. Su familia hacía esfuerzos por disuadirlo, enviaban emisarios y cosas así, pero no tuvieron éxito. Seguramente él sentía que el gobierno no lo tomaba en serio”.

En 1996, Bin Laden volvió a Afganistán. Turki asegura que el reino sabía que tenía un problema y quería que él regresara. Entonces, Turki viajó a Kandahar a reunirse con el entonces líder talibán, Mullah Omar. “Me dijo ‘No me estoy negando a entregarte a Osama, pero él ha ayudado mucho al pueblo afgano’. Me dijo que Bin Laden había obtenido asilo según la ley islámica”. Dos años más tarde, en septiembre de 1998, Turki volvió a viajar a Afganistán, donde esta vez lo rechazaron enérgicamente. “En una reunión, lo vi absolutamente cambiado”, dijo sobre Omar. “Mucho más reservado, sudando profusamente. En lugar de hablarme razonablemente, me dijo ‘¿Cómo puedes perseguir a este hombre tan noble que ha dedicado su vida a ayudar a los musulmanes?’”. Turki dice que le advirtió a Omar que lo que estaba haciendo perjudicaría al pueblo de Afganistán, y se marchó.

El año siguiente, la familia de Bin Laden viajó a visitarlo a Kandahar, luego de que un misil estadounidense destruyera parte de sus instalaciones, en respuesta a los ataques de Al Qaeda a las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia. Al parecer, la familia inmediata no tuvo ningún problema en localizar al hombre que no podían encontrar las redes de Inteligencia saudita y occidentales.

Según funcionarios en Riad, Londres y la ciudad de Washington, Bin Laden ya era entonces el objetivo número uno de la lucha contra el terrorismo en el mundo, un hombre que no dudaba en utilizar a los ciudadanos saudíes para abrir aún más la brecha entre las civilizaciones occidental y oriental. “No hay duda de que él eligió deliberadamente a los ciudadanos saudíes para el plan del 11S”, me dice un agente de Inteligencia británico. “Bin Laden estaba convencido de que iba a poner a Occidente contra su país natal. De hecho, logró incitar una guerra, pero no la que él esperaba”.

Turki argumenta que en los meses previos al 11S, su agencia de Inteligencia sabía que Bin Laden estaba planeando algo inquietante. “Durante el verano de 2001, recibí la advertencia de que iba a sucederles algo espectacular a los estadounidenses, los británicos, los franceses y los árabes. No sabíamos exactamente dónde, pero sabíamos que estaban planificando algo grande”. Bin Laden sigue siendo una figura popular en algunas partes del país, alabado por aquellos que creen que cumplió con la labor de Dios. Sin embargo, es difícil medir la profundidad de ese apoyo. Mientras tanto, a lo que queda de su familia inmediata se le permitió regresar al país: al menos dos de las esposas de Osama (una de las cuales estaba con él en Abbottabad cuando fue asesinado por las fuerzas especiales estadounidenses) y sus hijos viven actualmente en Yeda.

“Teníamos muy buena relación con Mohammed bin Nayef [el ex Príncipe heredero]”, dice Ahmad, medio hermano de Osama, mientras cerca una criada prepara la mesa para la cena. “Dejó que regresaran las esposas y los hijos”. Pero si bien tienen libertad de movimiento dentro de la ciudad, no tienen permitido salir del país.

“Hablo con su harén casi todas las semanas”

La madre de Osama regresa a la conversación. “Hablo con su harén casi todas las semanas”, afirma. “Viven cerca de aquí”.

La media hermana de Osama, y hermana de los dos hombres, Fatima al-Attas, no estuvo presente en nuestra reunión. Desde su residencia en París, más tarde envió un correo electrónico para decir que no estaba para nada de acuerdo con que se entrevistara a su madre, preguntando si podíamos volver a hacer la gestión, pero con ella. A pesar del consentimiento de sus hermanos y su padrastro, ella sentía que a su madre la estaban presionando para que hablara. Sin embargo, Ghanem insiste en que está contenta de hablar y dice que podría haber hablado más tiempo. Esta es quizás una señal de la complicada posición de esta familia extendida en un país donde existen tantas tensiones.

Le pregunto a la familia sobre el hijo menor de Bin Laden, Hamza, de 29 años, que se cree que vive en Afganistán. El año pasado, Estados Unidos lo denominó oficialmente como “terrorista global” y pareciera que ha seguido los pasos de su padre, bajo la protección del nuevo líder de Al Qaeda y ex subjefe de Osama, Ayman al-Zawahiri.

Sus tíos sacuden la cabeza. “Pensábamos que todos habíamos superado esto”, dice Hassan. “Y luego nos enteramos de que Hamza está diciendo ‘voy a vengar a mi padre’. No queremos volver a pasar por esto. Si Hamza estuviera frente a mí en este momento, le diría: ‘Que Dios te guíe. Piensa dos veces en lo que estás haciendo. No sigas los pasos de tu padre. Estás adentrándote en las zonas oscuras de tu alma’”.

Los progresos de Hamza bin Laden podrían empañar los intentos de la familia de dejar atrás el pasado. También podrían perjudicar los esfuerzos del Príncipe heredero de introducir una nueva era en la que Bin Laden sea considerado una aberración generacional, y en la que las doctrinas de línea dura que alguna vez promovió el reino ya no legitimen el extremismo. Si bien ya se ha intentado antes generar cambios en Arabia Saudita, nunca se habían hecho reformas tan vastas como las actuales. Sigue abierta la pregunta de cuánto puede modificar Mohammed bin Salman a una sociedad adoctrinada en una cosmovisión tan inflexible.

Los aliados de Arabia Saudita son optimistas, pero precavidos. El agente de Inteligencia británico con el que hablé afirma: ‘Si Salman no logra imponer el cambio, habrá más Osamas. Y no estoy seguro de que logren librarse de esa maldición“.

Traducción de Emma Reverter y Lucia Balducci

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