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The Guardian en español

Los errores de Maduro, el golpe de Guaidó y el peligro de Trump

Juan Guaidó, autoproclamado Presidente de Venezuela. EFE

Óscar Guardiola-Rivera

La imagen le retrata autoproclamándose presidente “interino” de Venezuela. Su mano derecha levantada al cielo, como es propio de alguien que, sin tener mandato popular, se autoproclama en nombre de Dios tal y como hacían los monarcas en los viejos tiempos. Lo que ocurre es que esto no es ningún reino, sino una república revolucionaria nacida de una guerra popular. Desde entonces ha protegido su derecho a la autodeterminación por medio del poder popular y una lucha anticolonialista persistente.

En el siglo XIX la lucha estuvo liderada por Simón Bolívar, el 'libertador'. Rebelándose contra las leyes del momento, Bolívar se levantó contra el poderío del imperio español en alianza con el entonces Haití libre. Bolívar se ganó enemigos inmediatos, especialmente entre los dueños de esclavos en los recién formados EEUU y el resto del continente al abrazar un derecho universal y hacer un llamamiento por la felicidad sin hipocresía. Esa promesa solo se hizo realidad en parte.

Al comienzo del siglo XXI, Hugo Chávez apeló a la promesa de Bolívar y cuando la población pobre, negra y nativa de Venezuela lo llevó al poder una y otra vez, especialmente después del golpe fracasado apoyado por Estados Unidos en 2002, él también radicalizó su postura contra el poderoso imperio sobre el que Bolívar solo había especulado, América. De nuevo, la promesa solo se hizo realidad parcialmente.

Algunos pueden decir que el mandato de su sucesor, Nicolás Maduro, ha traicionado y detenido la revolución. Nadie puede negar los problemas de Venezuela. La misma fuente de su magia en los años 70, el petróleo, ha demostrado su decadencia. Chávez no consiguió la independencia de su país del petróleo y la geopolítica.

La crisis se avecinó cuando cayeron los precios globales, la producción se estancó y el valor de la moneda se redujo. Bajo Maduro, la dependencia de las importaciones y los monopolios minoristas se han traducido en una escasez que perjudica a muchos. Esa responsabilidad recae sobre el Gobierno y sobre la oposición de derechas e industrial. Pero pensar que esta oposición, resucitada por el espectáculo de autoproclamación de Juan Guaidó, actúa por una verdadera preocupación por los pobres, negros y nativos empoderados durante los años de la revolución bolivariana sería estúpido.

Vayamos con Donald Trump: megalómano, errático, mentiroso. Desafiando el intervencionismo de gobiernos estadounidenses previos –un intervencionismo constante movido por su odio hacia Chávez y el intento de EEUU de volver a ganar influencia en la región–, Trump prometió acabar con todas estas jugarretas. Pero el miércoles pasado, el vicepresidente Mike Pence celebró la autoproclamación de Guaidó, observando que aunque a Trump no le gustaba el intervencionismo, “siempre ha tenido una visión muy diferente de este hemisferio”. Esta es una apelación explícita a la Doctrina Monroe bajo la cual EEUU ha considerado su responsabilidad intervenir en el continente americano, que percibe como su jardín trasero.

Trump reconoció rápidamente a Guaidó como presidente interino de Venezuela y a él le siguió un séquito de presidentes sudamericanos, todos líderes blancos de clase alta que ahora lideran la nueva ola reaccionaria en la región: Jair Bolsonaro, de Brasil; Mauricio Macri, de Argentina; Iván Duque, de Colombia; y Sebastián Piñera, de Chile. Ellos se autoproclamarán los salvadores de la democracia y el humanismo. Mentirosos.

Cubriéndose con las ropas de los libertadores de antaño, tal y como Guaidó se cubrió con la imagen de Chávez y Bolívar mientras sostenía una constitución con la imagen de este último sobre su portada, apoyarán más sanciones provenientes de EEUU. También apoyarán el uso de fuerzas paramilitares que preparan a la oposición venezolana en tácticas de tortura que en su momento desplazaron a 7 millones de personas en Colombia o el uso de la “ley” en instituciones panamericanas tal y como ha pasado con Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, con Manuel Zelaya en Honduras y con Fernando Lugo en Paraguay.

No todos comprarán tales medidas. Washington lo sabe. Entonces, Trump y el resto estarán preparados para buscar una estrategia más muscular. No por casualidad, esto también podría beneficiar a Trump a medida que se acerquen las elecciones o si se ve arrinconado por las investigaciones y el 'impeachment'. La guerra distrae y hace dinero. Solo que esto no será un saqueo regional: China y Rusia, ambos con intereses clave en Venezuela y en la región, han seguido a Bolivia, México, Uruguay y Cuba en calificar la artimaña de Guaidó por su verdadero nombre: un golpe. 

Rusia ha indicado que acudirá en defensa de su aliado. En Venezuela, muchos de los que pueden ser críticos con Maduro temen más el regreso al poder de la oposición conservadora y por eso es poco probable que aclamen a los recién convertidos en defensores del humanismo. A diferencia de los defensores de Salvador Allende en 1973, están armados. Washington espera el desarrollo de los acontecimientos sobre el terreno al tiempo que mantiene “todas las opciones sobre la mesa”. Eso es doble lenguaje para esperar que la respuesta torpe del gobierno de Maduro proporcione la justificación moral de una intervención que seguro que la Organización de Estados Americanos aprobaría.

Hay mucho por lo que criticar a Maduro: medidas económicas erróneas o tardías, corrupción, acumulación de poder. Pero estas críticas no pueden ocultar un golpe o justificar una intervención que cuando llegue –si llega– nos engulliría a todos. Trump cuenta con el apoyo del colombiano Iván Duque, nombrado por Álvaro Uribe, y los neofascistas brasileños, que aportarán sus propias tropas si es necesario. Un neofascista dirige una de las grandes potencias de América (Brasil); un mentiroso narcisista con miedo a ser acorralado, dirige la otra (Estados Unidos). Esa combinación es tóxica. La guerra en nombre de la humanidad puede que les tiente, como les pasó a líderes más liberales en el pasado. Pero esta vez hay más en juego. El golpe en Venezuela es una amenaza al mundo entero.

Óscar Guardiola-Rivera da clase de Derechos Humanos y Filosofía en Birkbeck College, de la Universidad de Londres.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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