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The Guardian en español

“¿Hay algo más violento que separar a niños de sus padres?”

Hillary Clinton en la presentación de su libro sobre la campaña en 2013.

Decca Aitkenhead

Cuando Hillary Clinton hizo su primera aparición pública tras perder las elecciones de 2016, lo que llegó a los titulares fue su confesión de que había sentido que no quería “salir nunca más de casa”. Veinte meses más tarde, otros detalles de aquel discurso parecen mucho más significativos. El hecho de que Clinton había salido de casa para hablar en un acto del Children’s Defense Fund, una organización benéfica que lucha por los derechos de los niños, decía mucho sobre dónde veía su futuro la candidata derrotada.

Una de sus advertencias dijo mucho más sobre el futuro del país de lo que entonces se sabía: “La niña que conocí en Nevada me dijo llorando que tenía miedo de que deportaran a sus padres y separaran a su familia”.

Cuando le recuerdo aquellas palabras, lo que la estremece no es la precisión de su presagio, sino que se quedara corto. “Esperaba que no se hicieran realidad mis peores temores. Pero ha sido aún peor. Le diré algo, yo misma no me creía que pudiera suceder algo así”.

Ya había conocido a Clinton el otoño pasado, en el Hotel Claridge de Londres, cuando ella estaba promocionando su libro sobre las elecciones. Ahora nos reunimos en el campus de la Universidad de Swansea, donde Clinton está visitando la Facultad de Derecho, que han nombrado en su honor. Su aspecto recuerda más a su época como secretaria de Estado, en vez del estilo brillante con peinado de peluquería que vimos durante la campaña. Al comenzar la conversación, se pone a hablar de la política de separación de familias dictada por Donald Trump.

Clinton no tiene ninguna duda de que Trump puso en práctica esta política con el propósito de presentar su proyecto del muro como una opción más aceptable. “Está jugando para sus bases y estos se sintieron atraídos por él por una serie de razones. Una de ellas fue la retórica contra los inmigrantes. Y el muro fue el eje de esa retórica. Entonces el muro se convirtió más en un símbolo que en un proyecto concreto. Ahora ha decidido que tiene que hacer lo que sea para construir ese muro y complacer a sus bases”, señala. “Yo pienso que ha ido tan lejos en esa dirección que está haciendo cosas que son de una crueldad inimaginable y que no tienen que ver con el resultado”.

¿Qué quiere decir con eso? “Quiero decir que no hace falta separar a padres e hijos para negociar lo que quieras respecto al muro. El debate sobre la inmigración tiene tantas aristas que podía ceder en algún aspecto para intentar obtener algo a cambio, como se suele hacer en democracia, en un proceso legislativo. Pero en su lugar ha elegido oponerse radicalmente a todos los que lo critican e intimidar a la gente de su propio partido amenazando con lanzarles a las bases en su contra. Y ha adoptado estas posiciones de todo o nada”.

Clinton cree que Trump dio luego marcha atrás porque “incluso para su nivel, la imagen que daba era espantosa”, pero destaca que el decreto del presidente que pone fin a esa política no ha comenzado a solucionar el problema. “La cuestión sobre cómo volver a unir a esos niños con sus padres es lo que no me deja dormir”. ¿Le preocupa que no puedan volver a reunirse? Clinton parece muy dolida. “Sí, me preocupa absolutamente. Me preocupa que algunos de esos niños no vuelvan a ver a sus padres”.

La expresión de Clinton se vuelve aún más triste cuando comienza a explicar el caos burocrático. En principio, muchos de los niños no han aprendido aún a hablar bien, otros no hablan español sino idiomas indígenas muy poco conocidos. Todos están confundidos y traumatizados. “Han pasado por un abanico” de agencias de Seguridad Interior tristemente conocidas por “su incompetencia e ineptitud para mantener registros”, muchas de las cuales están gestionadas por empresas privadas. Algunos bebés han sido transportados desde la frontera hasta Detroit y Nueva York. Otros están en casas de acogida. Algunos padres ya han sido deportados sin sus hijos. “Es imposible imaginar una tragedia mayor en lo que concierne al bienestar infantil”.

Clinton cuenta que ha recaudado 1,3 millones de euros en los últimos días “para llenar la frontera de abogados, intérpretes, trabajadores sociales con experiencia y psicólogos”. “Debemos enviar gente experimentada allí para obligar al Gobierno a que nos dé todo”. Es el tipo de respuesta pragmática y centrada en los recursos que esperaríamos de alguien con fama de ser eficaz en un sentido en un sentido tecnocrático, así que me sorprende ver que se le llenan los ojos de lágrimas. 

Cuando Rachel Maddow, presentadora de la cadena MSNBC, rompió a llorar mientras informaba en directo sobre los planes de construir centros de detención para niños. “¿Eso no te hizo llorar?”, me desafía Clinton. “Pues yo me sentí igual”, se desahoga, secándose luego los ojos suavemente.

“¿Quién piensa de esa forma? ¿Qué clase de persona hace estas cosas? ¿Cómo pueden luego mirarse al espejo? ¿Cómo pueden vivir consigo mismos? Si uno escuchara que sucede algo así en alguna república bananera del Tercer Mundo, uno diría: ‘¡Qué horrible! ¡Ya basta! ¡Quién puede hacer eso!’. Ahora eso está sucediendo en nuestro propio país y es angustioso. Creo que muchos estamos esperando que toquen fondo, pero es que parece que no haya fondo”, lamenta.

“Esta es una crisis que ha provocado él”

A lo largo de su campaña presidencial, Clinton fue criticada por mostrar un nivel de autocontrol emocional que la hacía parecer fría y falsa, mientras que la volubilidad de Trump se analizaba como evidencia de que decía lo que pensaba y que le importaba. Sin embargo, últimamente los demócratas se han visto provocados hasta el punto de criticar al presidente con una pasión que algún sector de la izquierda considera que es “incívico”. Pregunto a Clinton qué opina de esto.

“¡Pero por favor!”, explota, con los ojos abiertos de indignación. “¿Hay algo más violento y cruel que arrebatar niños? Hay que responder con decisión y fuerza. Y si alguna respuesta suena un poco agresiva, bueno, estamos hablando de vidas de niños en peligro. Es ese concepto ridículo de poner ambos lados al mismo nivel”.

Pone una voz remilgada en tono sarcástico. “Ya veis, alguien hizo un comentario insultante y soez sobre el presidente Trump y por otro lado él ha separado a 2.300 niños de sus familias, así que son dos bandos y no hay que ser violento. Ah, por cierto, debería dejar de separar familias. ¡Por favor, de verdad!”, gruñe, girando los ojos. “Esta es una crisis que ha provocado él y que está dañando a niños sin ningún motivo y creo que todos deberíamos centrarnos en eso hasta que los niños sean devueltos a sus familias”.

Antes de que Trump firmara el decreto, en Reino Unido se reclamaba que la primera ministra Theresa May cancelara la próxima visita de Trump hasta que diera marcha atrás con la medida. “Hasta que los niños sean devueltos con sus familias”, masculla Clinton. Su expresión sugiere que se arrepiente de la exclamación en cuanto le pido que la repita. “No voy a hablar en nombre de su Gobierno”, se corrige rápidamente. “Ustedes deben tomar sus propias decisiones. Pero el Gobierno de mi país debería estar trabajando día y noche para reunir a esos niños con sus familias. Y si eso no es posible, debe haber consecuencias. Pero no voy a comentar sobre lo que deberían hacer ustedes. Eso depende de ustedes”.

En sus discursos recientes, Clinton ha citado el nuevo libro de Madeleine Albright, Fascismo: una advertencia. Le pregunto si ahora, cuando mira imágenes de los centros de detención, comienza a pensar que ese es aspecto del fascismo.

Duda precavidamente antes de responder. “Bueno, pienso lo siguiente: vemos en la práctica algunas características de líderes autoritarios que intentan aislar y demonizar a grupos minoritarios, que intentan socavar el Estado de derecho de cualquier forma posible. Algo de eso lo estamos viendo. Ataques a la prensa, recientemente dijo que la prensa era el enemigo número uno de la nación. Hay ciertos comportamientos que creo que harían saltar las alarmas a cualquiera”. Las instituciones democráticas estadounidenses “no se están viniendo abajo”. Sin embargo, sí se están “torciendo”. Clinton dice estar “muy preocupada por el creciente número de líderes que están determinados a sobornar a la democracia y asumir todos sus poderes”.

Menciona a Turquía, Italia y, sobre todo, Hungría. “Es siniestro”. ¿Debería Hungría seguir formando parte de la UE? “Muy buena pregunta. Porque debería haber ciertos estándares que cumplir. Estado de derecho, libertad de prensa, esos pilares básicos de la democracia deberían ser un requisito indispensable.”

La mañana en que nos reunimos, Clinton ha llegado a Swansea desde Dublín, donde había dado un discurso en el Trinity College. Su improbable relación con la Universidad de Swansea tiene cierto encanto. Los bisabuelos de Clinton emigraron desde Gales y su abuela fue criada a base de himnos metodistas y recuerdos de las colinas galesas. Según los genealogistas, el origen étnico de Clinton es 31,2% galés. Así que cuando la Facultad de Derecho se puso en contacto con Clinton tras su derrota electoral, ella aceptó encantada la propuesta.

Durante ese día con académicos y políticos locales de Swansea, Clinton respondió preguntas de todo tipo, desde cuestiones como bajar la edad permitida para votar a 16 años (le parece interesante, pero no lo tiene claro), la utilización del aceite de cannabis con fines medicinales (a favor, pero le gustaría leer más estudios al respecto) y la elevación de la edad de responsabilidad penal en Reino Unido, actualmente en 10 años (claramente, sí). Su dominio de los temas tratados es impactante, mencionando incluso los últimos estudios científicos con pruebas neurológicas sobre el impacto de la toxina del estrés en el cerebro adolescente.

Las únicas preguntas que le dejan desorientada son las referidas a Melania Trump. Le pregunto qué opina del comunicado público de la primera dama diciendo que “odia” ver familias separadas. “No sé qué pensar.” Le pregunto cómo interpretó la chaqueta que llevaba la primera dama cuando visitó un centro de detención infantil, que llevaba escrito en la espalda ‘realmente no me importa, ¿y a ti?’.

Clinton se desploma en la silla, con los ojos bien abiertos y los brazos estirados, derrotada por la incertidumbre. “No tengo ni idea. No tengo ni idea. No puedo siquiera… No tengo ni idea. No lo sé”. ¿Siente pena por la primera dama? “No sé. Realmente no lo sé”.

Clinton pasará esta tarde y todo el día siguiente en Swansea, para luego viajar a dar un discurso en Oxford. Desde su derrota, se ha tomado exactamente dos vacaciones de tres semanas cada una. Cuando regrese a Estados Unidos, volverá a hacer campaña incansablemente por los demócratas hasta las elecciones de mitad de legislatura de noviembre.

A sus 70 años, su agenda resulta bastante exigente, incluso si todo el mundo la recibiera con elogios y gratitud. Pero los seguidores de Trump siguen gritando “¡Metedla en prisión!” y algunos de su propio bando no suelen ser mucho más amables por temor a que Clinton perjudique su imagen. Recientemente, un titular de la revista Atlantic decía: “La presencia pública de Hillary Clinton perjudica a los demócratas”.

Actualmente, los discursos de Clinton nunca dejan de advertir sobre las divisiones peligrosamente polarizadas que envenenan la política estadounidense. Pocos estadounidenses se atreverían a cuestionar esa afirmación: de hecho, éste debe de ser el único punto sobre el que acuerdan todos los bandos. Pero desde luego Clinton debe saber que todos los artículos la describen como una “figura que genera división”. ¿Alguna vez evaluó la posibilidad de que su contribución más efectiva para sanar las divisiones del país fuera retirarse de la vida pública?

“Estoy segura de que dijeron lo mismo respecto de Churchill entre las dos guerras, ¿verdad?”, replica con agudeza, un poco demasiado rápidamente para que la frase suene espontánea. “Quiero decir, no es que me esté comparando, pero digo que la gente decía eso, pero él tenía razón con respecto a Hitler y mucha gente en Inglaterra se equivocó. Y Churchill era una molestia. Seguía apareciendo todo el tiempo”. Sobre ella, prosigue: “Me encanta lo que hago y me importan muchas cosas, así que estoy muy interesada en cómo la gente está intentando resolver los problemas. Así que para mí, esto no es trabajo. No se siente como un trabajo”.

Me asegura que ya está en paz con su derrota. “Estoy bien”. Pero, habiendo dedicado su vida al servicio público, debe todavía preguntarse por qué su país prefirió a un hombre que se sorprendió de que la presidencia implicara “más trabajo” del que él pensaba. Me pregunto si los estadounidenses que se sintieron más identificados con la relajada ética laboral de Trump, ahora ven la determinación de Clinton de seguir luchando no tanto como algo heroico, sino más bien extraño. Comienzo a decirle que si decidiera retirarse, nadie la culparía… “Yo lo haría”, me interrumpe. “Yo me culparía. Sí, yo lo haría. Siento que es mi deber continuar. Es un sentimiento patriótico y creo que es necesario. No me iré a ninguna parte”.

Traducido por Lucía Balducci

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