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Para desescalar con confianza hay que estar preparado frente a una nueva oleada de COVID-19

Un estudio alerta del riesgo de relajar el confinamiento demasiado pronto

Fernando Rodríguez Artalejo / José Ramón Banegas

Catedráticos de Medicina Preventiva y Salud Pública UAm y CIBERESP —

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Hay dos escenarios posibles en la epidemia de COVID-19. El primero es erradicar la epidemia en poco tiempo, según se logró en China en 2002-2003 con el primer SARS. Sin embargo, es poco probable porque, a diferencia del SARS, la mayoría de las infecciones por el virus causante de la COVID-19 (el llamado SARS-CoV-2) son asintomáticas o cursan con síntomas leves, y porque el contagio también se produce en fase asintomática. En estas circunstancias, la identificación y aislamiento precoz de casos y el subsiguiente control de los contactos son insuficientes; y además, las medidas intensas de distanciamiento físico, que ralentizan mucho la propagación de las infecciones, no pueden mantenerse indefinidamente.

Por ello, lo más probable es el segundo escenario, en el que el virus convivirá con nosotros bastante tiempo. En este escenario la duración de la epidemia depende principalmente del grado y duración de la inmunidad que desarrollemos frente al SARS-CoV-2. Si los infectados por el virus desarrollan inmunidad fuerte y permanente, la epidemia desaparecerá cuando todo el mundo se haya infectado (ya no quedarían personas susceptibles). Si la inmunidad solo dura poco más de un año (como ocurre con los coronavirus del catarro común y, en parte, por eso nos resfriamos todos los años), es de esperar que haya nuevas oleadas de COVID-19.

Todavía no sabemos cómo será la inmunidad frente al virus, porque la mayoría de los primeros casos en el mundo se desarrollaron en China durante el mes de enero, y no ha dado (literalmente) tiempo a saber si durará muchos meses o no. De hecho, aún tampoco sabemos cuál es el grado de protección a corto plazo que genera la respuesta de anticuerpos frente al virus en la mayoría de la gente, y cuál es nivel mínimo de anticuerpos necesario para estar protegido. Otro tema clave a aprender en los próximos meses es si la infección asintomática o con solo síntomas leves genera un número suficiente de anticuerpos protectores.

Hace unos días Marc Lipsitch, un muy reconocido epidemiólogo de Harvard, se aventuró a conjeturar en el NYT que la inmunidad frente al SARS-CoV-2 podría durar solo algunos meses. Es posible que la infección por los coronavirus del resfriado común genere cierta protección cruzada frente al SARS-CoV-2, por lo que la intensidad de las nuevas oleadas sería menor o incluso se espaciarían en el tiempo; pero tampoco podemos dar esto por seguro. Otra forma de aumentar la inmunidad es una vacuna frente a la COVID-19, pero tampoco sabemos si realmente será posible una vacuna y su grado de eficacia; además, no estaría disponible de forma masiva antes de 18 meses.

Ante la incertidumbre, prudencia; en Salud Pública se cita el famoso principio de precaución, que viene a ser lo mismo. Por ello, y a la vista de lo comentado más arriba, lo más prudente es asumir que podemos sufrir al menos una nueva oleada de COVID-19.

Precisamente, las estrategias de desescalado del distanciamiento físico pretenden recuperar algo parecido a la normalidad (deseada por todos), manteniendo un bajo nivel de transmisión de la infección que evite una nueva oleada de COVID-19. Sin embargo, la lucha contra esta pandemia ha incluido algunos“”experimentos naturales“, con intervenciones como el confinamiento, que son sensatas a priori pero cuya eficacia real se desconocía, pues nunca se habían aplicado; además, sus resultados dependen del grado de cumplimiento de estas medidas en cada territorio y probablemente del momento de la epidemia en que se apliquen. De hecho, la eficacia de las medidas solo se conoce a posteriori, a partir de sus resultados, y de manera imperfecta porque no tenemos un buen grupo de comparación (e.g., un territorio similar en el que no se haya aplicado). Pues bien, esto también ocurre con las medidas de desescalado.

Por otro lado, la OMS ha indicado que el éxito del desescalado depende de cómo los países logren cumplir seis criterios, que incluyen “diagnosticar y aislar rápidamente a todos los casos, con independencia de su gravedad u origen”, “aplicar adecuadas medidas preventivas en los lugares de trabajo” e “implicar completamente a la población”. Sin embargo, a nadie se le escapa la dificultad de cumplir de forma óptima estos criterios, pues requieren el entrenamiento de profesionales sanitarios, nuevos desarrollos tecnológicos, formación y disciplina de la población, y bastantes recursos humanos.

Por último, durante el desescalado hay que mantener una vigilancia epidemiológica y vírica muy activa, que permita volver al confinamiento de forma rápida si el número de infecciones crece de forma excesiva y no somos capaces de controlarlo de otra forma. Pero la vigilancia no siempre es perfecta y, como hemos aprendido en carne propia, el crecimiento de las infecciones puede ser explosivo (exponencial) y encontrarnos ante una segunda oleada. Esto no se puede descartar pues, gracias al éxito de las medidas de confinamiento, la mayoría de la población sigue siendo susceptible. Aunque hay que esperar al estudio de seroprevalencia para saber cuántos se han infectado, todas las estimaciones sugieren que estamos muy lejos del 60-70% necesario para lograr la inmunidad de rebaño (asumiendo que fuera posible porque los ya infectados sean inmunes).

El número de nuevos contagios y hospitalizaciones seguirá descendiendo en las próximas semanas y, cuando la transmisión comunitaria del virus esté controlada, se podrá comenzar el desescalado. Pero, para hacerlo de forma confiada, nuestro sistema sanitario debe mantener una alta capacidad en los elementos críticos para responder a una nueva oleada de COVID-19 y, si hace falta, ponerlos a punto rápidamente. Esto habrá de hacerse compatible con la progresiva normalización de la atención sanitaria a los enfermos sin COVID-19 y costará dinero. Afortunadamente muchos clínicos y gestores sanitarios, y los grupos que diseñan el desescalado en la Administración Central y las CCAA, son conscientes de ello. ¡En ellos confiamos!

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