El desfiladero aragonés que es el “cañón del Colorado” español, pero lleno de vegetación

Barranco de la Hoz

Adrián Roque

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Descubrir el interior peninsular con calma siempre trae recompensas, pero pocas tan inesperadas como este desfiladero aragonés que, sin buscar fama ni colas, se ha ganado a pulso un lugar entre los paisajes más espectaculares del país. A simple vista nadie diría que, saliendo desde el pequeño municipio de Calomarde, aparece un corredor natural comparable —salvando distancias y dimensiones— a un auténtico cañón del Colorado español, aunque aquí la roca convive con vegetación que trepa, respira y rompe cualquier idea preconcebida de aridez. El resultado es una ruta que se abre paso entre paredes rojizas, pasarelas suspendidas y agua cristalina, un escenario perfecto para quienes buscan senderismo en Aragón sin masificaciones.

Donde empieza la sorpresa: Calomarde y el acceso al barranco

El punto de partida es Calomarde, un pueblo diminuto de apenas sesenta habitantes, levantado en piedra y silencios. Desde su plaza nadie imaginaría que, en cuestión de minutos, el terreno se transforma por completo. Allí empieza el Barranco de la Hoz, una garganta erosiva creada por el río Blanco que ha ido moldeando la roca durante siglos. Para entender por qué muchos lo comparan con un cañón del Colorado español, basta caminar unos metros: la vegetación trepa por los muros naturales, los tonos rojizos se intensifican con la luz y el sendero se encajona hasta crear un paisaje tan abrupto como armónico.

Es una ruta que no solo sorprende, sino que desmonta clichés. Mientras otros grandes desfiladeros del país viven hoy una presión turística inmensa, este desfiladero aragonés mantiene una calma que se agradece. Y eso, combinado con una geología tan expresiva, convierte al camino en una experiencia mucho más cercana que las rutas icónicas donde se avanza en fila india. Aquí no: aquí se camina en silencio, o al menos en el silencio que permite el murmullo del agua.

Pasarelas, paredes verticales y un paisaje que cambia a cada curva

El trazado del Barranco de la Hoz mezcla sendero clásico con tramos sobre pasarelas adosadas a la roca. Lo que antaño era un paso inaccesible hoy se recorre sin dificultad, avanzando por estructuras de madera y metal completamente seguras. En algunos puntos el suelo se estrecha y obliga a mirar el vacío bajo los pies, pero siempre desde la comodidad de un itinerario pensado para disfrutar, no para sufrir.

El juego visual es constante: zonas donde se camina a pocos metros del río Blanco, otras en las que la garganta se cierra como un embudo mineral, y momentos en los que el barranco se abre de golpe para revelar paredes verticales que recuerdan —otra vez— por qué muchos lo llaman el cañón del Colorado español. En estos tramos, la vegetación rompe la verticalidad y aporta algo que en otros paisajes parecidos no existe: sombra, humedad y un contraste permanente entre roca desnuda y vida trepadora.

Quienes busquen senderismo en Aragón variado encuentran en este recorrido un equilibrio perfecto entre emoción y accesibilidad. No es una ruta técnica, pero sí una ruta cambiante; no exige preparación intensa, pero sí invita a avanzar con calma para apreciar la erosión, las tonalidades de la piedra y las cavidades creadas por miles de años de trabajo del agua.

Un secreto a medias… que merece seguir siéndolo

Uno de los puntos más emblemáticos del Barranco de la Hoz es el puente metálico que cruza el desfiladero a media altura. Desde allí se observa, casi desde una perspectiva aérea, la magnitud de esta garganta que muchos identifican como el desfiladero aragonés más infravalorado del país. La vista del río Blanco desde arriba permite entender mejor la fuerza que ha cincelado el paisaje y confirma por qué esta ruta empieza a asomar tímidamente en las listas de lugares imprescindibles de senderismo en Aragón.

El recorrido puede hacerse de ida y vuelta o ampliarse hasta Frías de Albarracín, añadiendo bosques, tramos más abiertos y nuevas pasarelas. Esta versión más larga ofrece otra lectura del paisaje sin perder la esencia: un barranco espectacular que, por alguna razón, todavía no vive las masificaciones de otros enclaves de Aragón.

Quizá su magia resida justamente en eso. En que sigue siendo una experiencia auténtica, en que Calomarde no ha cambiado su ritmo para adaptarse a turistas, y en que el Barranco de la Hoz mantiene un aura de descubrimiento que ya es rara en tiempos de exceso de exposición. Quien llega hasta aquí lo suele resumir igual: “¿Cómo puede ser que esto no sea más famoso?” La respuesta, quizá, es que no quiere serlo. Y que así está perfecto.

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