La historia del 'Dipòsit de les Aigües', la única biblioteca declarada Bien de Interés Nacional en Barcelona

Dipòsit de les Aigües

Adrián Roque

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Entrar por primera vez en el Dipòsit de les Aigües provoca esa sensación extraña de haber descubierto un lugar que parecía escondido a plena luz. No es casualidad: muchos barceloneses pasan cada día junto al parque de la Ciutadella sin imaginar que, tras las fachadas del campus de la UPF, se esconde uno de los edificios más impresionantes del siglo XIX y, a la vez, una de las bibliotecas más singulares de Europa. Ahora, además, la Generalitat ha dado un paso que lo coloca en otra liga: lo ha declarado Bien Cultural de Interés Nacional, una distinción que reconoce su peso histórico y su valor en el patrimonio arquitectónico de Barcelona.

Pocos depósitos de agua del mundo podrían presumir de esta categoría. Menos aún convertirse en una biblioteca icónica, estudiada por arquitectos, fotografiada por miles de estudiantes y convertida en meme por generaciones enteras que han preparado exámenes bajo sus arcos infinitos.

Un depósito de agua que parecía una catedral

El origen del Dipòsit de les Aigües se remonta a 1874, cuando Josep Fontserè recibió el encargo de construir un gran depósito capaz de abastecer al parque recién proyectado en la Ciutadella. Lo resolvió con la contundencia clásica de la época: muros de carga, simetría casi romana, y una secuencia de arcos de medio punto que alcanzan los 14 metros de altura. Su interior recuerda más a una basílica gótica que a un depósito hidráulico, aunque esa mezcla entre ingeniería y espiritualidad es precisamente lo que lo convierte en una joya del patrimonio arquitectónico de Barcelona.

En aquel proyecto colaboró un joven Antoni Gaudí, estudiante todavía, que se encargó del cálculo estático de parte de la estructura. Le sirvió para aprobar una asignatura, sí, pero también dejó una huella inesperada: muchos ven en los pasillos de la futura Sagrada Familia ecos lejanos de esta geometría rotunda del Dipòsit de les Aigües.

El edificio entró en servicio en 1880 y funcionó como depósito durante años, pero muy pronto su vida se llenó de ocupantes que poco tenían que ver con la hidráulica: fue hospital, plató cinematográfico, almacén de bomberos y hasta sede de dependencias de la Guardia Urbana. Un edificio de utilidad inagotable que sobrevivió a todo.

De depósito a la icónica Biblioteca de la UPF

El gran giro llegó en los años noventa, cuando la UPF lo incorporó a su campus de la Ciutadella. La rehabilitación, dirigida por Lluís Clotet e Ignacio Paricio, convirtió el espacio monumental en la Biblioteca de les Aigües, manteniendo los arcos, la monumentalidad y el carácter casi sacro del interior. Desde 1999 es la biblioteca general de la universidad, además de sede del Institut Universitari d’Història Jaume Vicens i Vives.

Hoy es uno de esos lugares que un visitante de Barcelona debería conocer, aunque en la práctica sigue siendo un secreto a medias: tú lo sabes, yo lo sé, y lo saben miles de estudiantes que la llenan a diario; pero fuera de ese círculo, aún hay quien no imagina que una biblioteca así pueda existir en el corazón del Eixample histórico.

La declaración como Bien Cultural de Interés Nacional reconoce no solo la originalidad del edificio, sino también el éxito de su transformación. Y con ella se establece un entorno de protección que garantiza su preservación, algo fundamental si tenemos en cuenta la fragilidad de su estructura original y la importancia que tiene dentro del patrimonio arquitectónico de Barcelona.

Con el tiempo, la Biblioteca de les Aigües ha generado una cultura propia. Su túnel subterráneo de acceso, su clima interno —siempre fresco, siempre igual—, su acústica particular y su estética monumental han alimentado un ecosistema entero de memes que circulan entre los estudiantes de la UPF: desde bromas sobre perderse entre sus pasillos hasta comparaciones con mazmorras, claustros monásticos o catedrales distópicas.

Pero más allá del humor, hay algo evidente: pocas bibliotecas convierten la experiencia de estudiar en un acto casi escénico. Entre los arcos del Dipòsit de les Aigües, uno siente el peso del tiempo y la belleza de la arquitectura incluso antes de abrir un libro.

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