La logopeda Sara Berger explica qué ocurre cuando una persona tartamudea: “Sabe lo quiere decir, solo necesita más tiempo”

La tartamudez no es una cuestión psicológica, es más compleja y cada persona lo vive de una manera distinta.

Marta Chavarrías

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Muchos de nosotros nos tropezamos de vez en cuando al hablar y seguramente habremos tenido dificultades para pronunciar una palabra alguna vez. Un pequeño inconveniente que pasa al momento. Pero esto no tiene nada que ver con la tartamudez, un trastorno que, pese a que a menudo se asocia solo a los niños, ya que suele aparecer entre los tres y los cinco años y medio, también pueden sufrir algunos adultos. En España, aproximadamente el 1% de la población tartamudea, lo que dificulta su confianza y, en muchos casos, perjudica sus habilidades de comunicación y hace que su entorno social y profesional se conviertan en algo incómodo.

Estamos frente a un “trastorno del neurodesarrollo y de la fluidez del habla que interrumpe el flujo natural del discurso”, explica Sara Berger, logopeda especializada en la tartamudez. A menudo estas interrupciones se manifiestan a través de “repeticiones de sonidos, sílabas o palabras, prolongaciones de sonidos o bloqueos en los que el flujo de aire y de palabras se detiene momentáneamente”, aclara Berger. 

Tartamudez en adultos: diferencias sutiles en el cerebro

Si bien la tartamudez no afecta a todo el mundo por igual, “sí hay características comunes, aunque su manifestación es distinta en cada persona”, aclara la experta. Algunas presentan más bloqueos, mientras que en otras son más habituales las repeticiones o prolongaciones. Y, aunque la tartamudez no se cura, sí aparecen fluctuaciones con el tiempo, es decir, “una misma persona puede atravesar periodos con más o menos tartamudez. Y es que uno de los rasgos más importantes de la tartamudez es su variabilidad”, afirma Berger.

¿Qué ocurre cuando una persona tartamudea? Esta dificultad implica una “pérdida momentánea de control: la persona sabe lo que quiere decir, pero no consigue que las palabras salgan de la manera prevista”, aclara Berger. 

Si nos preguntamos por las causas de la tartamudez, la logopeda habla de “un déficit en la planificación o ejecución del acto motor del habla, de causas multifactoriales, pero con una fuerte correlación con la genética”. Los estudios muestran que las personas que tartamudean tienen diferencias sutiles en las bases neurológicas ya que se han identificado numerosos genes relacionados con la tartamudez, que influyen en el desarrollo y funcionamiento del cerebro. 

De ahí que se denomine un trastorno del neurodesarrollo, con implicaciones por la manera cómo el cerebro coordina de manera simultánea muchos procesos distintos para comunicarse de manera eficaz. Es este componente genético el que afecta al desarrollo y funcionamiento de las áreas cerebrales implicadas en el habla. “Según el tipo de mutación genética, la tartamudez puede manifestar de formas distintas: hablamos de subtipos, lo que también explica la gran variabilidad entre las personas”, matiza Berger. 

Esto echa por tierra la idea de que detrás de la tartamudez hay una causa psicológica, movida por el estrés, la ansiedad o situaciones traumáticas. “La ansiedad, el estrés o la baja autoestima no causan la tartamudez, pero sí pueden ser consecuencia”.

Lo que sí se ha demostrado es que este trastorno del habla es un problema comunicativo y social que puede tener un impacto en la salud emocional y en varios aspectos de la vida de los adultos. Por tanto, en la mayoría de los casos se ven afectadas las actividades diarias, como realizar una simple llamada telefónica o hablar delante de otras personas. 

“Con el tiempo, estas experiencias negativas llevan a anticipar dificultades y a desarrollar conductas de evitación o de lucha, como forzar la salida de las palabras, añadir sonidos o movimientos, evitar determinadas palabras o situaciones, desviar la mirada, tensar el cuerpo o incluso evitar hablar en momentos importantes”, explica Berger, que concluye que “estas experiencias pueden generar miedo, vergüenza, frustración, enojo o culpa”.

Cómo se trata la tartamudez

La tartamudez no es una cuestión psicológica, sino que es más compleja y cada persona lo vive de una manera distinta. Por tanto, y aunque se puede tratar, no “se cura en el sentido tradicional, pero sí puede mejorar de manera significativa con la intervención de un logopeda especializado”, afirma Berger.

Como cualquier otro trastorno del habla, requiere terapia y práctica para tratarla o controlarla. Y, pese a que no hay ninguna píldora mágica que la pare, sí existen herramientas efectivas, como trabajar con un logopeda. En este sentido, Berger afirma que la terapia puede ayudar a:

  • Reducir la frecuencia e intensidad de la tartamudez mediante estrategias de control y modificación del habla.
  • Comprender mejor su propia tartamudez y perderle el miedo.
  • Mejorar la comunicación en situaciones como entrevistas de trabajo, hablar en público, reuniones o conversaciones con personas nuevas.
  • Desarrollar habilidades comunicativas para favorecer una forma de hablar más cómoda, libre y eficaz.

“El objetivo principal es que la persona logre una comunicación más libre, tranquila y efectiva, reduciendo el impacto emocional y social de la tartamudez”, concluye Berger.

Cómo podemos ser unos buenos oyentes

Si nos encontramos en una conversación con alguien que tartamudea, debemos tratar la situación como haríamos con cualquier otra persona. La mejor ayuda que podemos dar es escuchar.

Berger nos da unas recomendaciones para ayudar a una persona que tartamudea:

  • Mantener el contacto visual, sin desviar la mirada.
  • Escuchar con paciencia.
  • Evitar interrupciones o completar las frases porque puede provocar frustración o inseguridad.
  • Evitar frases como “respira”, “cálmate” o “tranquilízate” ya que la tartamudez no está causada por nervios ni por problemas respiratorios.

“La persona sabe perfectamente lo que quiere decir. Simplemente necesita un poco más de tiempo para expresarlo”, matiza Berger.

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