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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Papeletas

lustración de Miles Hyman para el relato 'La lotería', de Shirley Jackson (Nórdica, 2017)

Silvia Nanclares

Era lunes y parecía que no podíamos llevar más papeletas para la tristeza, la rabia y el enfado en una misma semana. Era lunes y algunas evidencias políticas habían transformado los paisajes sociales de muchos pueblos y ciudades. Desde el jueves anterior, sin embargo, más allá de todo ambiente preelectoral, en un pueblo de Madrid, la vida se estaba volviendo cada vez más claustrofóbica para Verónica. En otra arena pública, ella ya había sido elegida. Elegida para ser señalada, cuestionada y humillada. La jornada de reflexión fue la que ella eligió a su vez para marcharse. Para salir de una ecuación imposible. Sabemos que la historia está inconclusa y que no hay hechos probados, pero sí sabemos que Verónica ya no está.

Hay un relato terrible de la ya de por sí muy terrible y siempre lúcida escritora norteamericana Shirley Jackson llamado La lotería en el que se narra la elección anual y al azar, dentro de una pequeña comunidad, de una persona para ser lapidada. Es ley de vida. Es costumbre. Alguien tiene que caer cada año y todo el pueblo lo asume como parte de la configuración social. Nadie cuestiona el hecho, todos participan en la inhumanidad como esencia de la continuidad de los lazos comunes. El cuento, escrito en 1948, provocó la repulsa de un montón de lectores de la publicación semanal en la que salió al aire, era un espejo tan real que mucha gente optó por la indignación y por culpar a la escritora por dibujarnos tan feos.

Ayer, mientras leía y escuchaba la profusa y en su mayoría ruidosa y dolorosa cobertura del caso de Verónica, recordé La lotería, a Shirley Jackson y a su enfurecido público. No queremos que nos cuenten lo que somos. No queremos saber. Pero, al mismo tiempo, necesitamos saber, necesitamos participar. En el cuento de Jackson, la elegida ese año es una mujer, Tessie Hutchinson, en cuya lapidación está obligada a participar hasta su propia familia. No sé si Jackson quería mostrar algo eligiendo a un personaje femenino, solo sé que ella no daba puntada sin hilo y que nosotras, como mujeres, efectivamente, tenemos más papeletas para ser lapidadas socialmente en casi cualquiera de las comunidades a las que pertenecemos, en casi cualquiera de los espacios públicos en donde se nos hizo creer, se nos hace creer, que somos libres e iguales.

Imagino a Shirley Jackson reescribiendo hoy día su relato con la variante de una lapidación en redes sociales. Aunque también pienso que no existe el comportamiento digital. Existe el comportamiento, existen las dinámicas sociales reformulándose constantemente en nuevos escenarios. Las redes y las herramientas de comunicación digital no hacen sino amplificar las violencias que ya se dan en nuestra cultura analógica, androcéntrica y patriarcal. También allí se crean algunas violencias específicas que no son si no remezclas de las posibilidades de esa lotería social en la que de entrada, las mujeres salimos perdiendo. Y negar esa evidencia, esa desigualdad de partida, es negar una explicación cabal al relato mismo de Verónica. Un relato del que podamos aprender. Y del que esperaremos a tener todas las respuestas posibles para construir.

De momento, no se trata de demonizar las redes ni de advertir a las mujeres de que no hagan lo que quieran con su cuerpo en ellas. No, otra vez no. Ya escucho el eco de los comentarios a este artículo, la violencia no tiene género, el victimismo no es un buen comienzo, chicas. ¿Y es que ya hasta el subterfugio de la retórica va a venir a impedir enunciarnos como víctimas? Justo el lunes entraban en distintos consistorios y asambleas personas que niegan ciertos hechos sustanciales para comprendernos como sociedad. Y ahí, una vez pasado el duelo, es donde debemos seguir oponiendo resistencia desde el feminismo. Para que aun teniendo más papeletas en la lotería social para ser objeto de la violencia, podamos encontrar palabras. Lo importante es que, como tal, no estemos nunca desasistidas, que encontremos lugar al que ir, mecanismos que nos acompañen, protocolos que sean más que recomendaciones en papel mojado, que haya espacios y respuestas que consigan desnaturalizar las violencias que nos asedian y nos señalan, que impidan que la realidad se vuelva irrespirable, como lo fue el pasado sábado para Verónica. Algunas semanas se vuelven ciertamente insoportables.

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