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'Piolines': el nacimiento de una palabra

El crucero de Piolín.

Elena Álvarez Mellado

Empezó como un chiste a raíz de una de las estampas más bizarras que nos han dejado las últimas semanas: la de miles de antidisturbios esperando atracados en el puerto de Barcelona en un crucero con la imagen del canario Piolín. Días después, sigue viéndose usada aquí y allá. La palabra “piolín” da muestras de estar a punto de pasar a engrosar la nada despreciable lista de términos despectivos con los que referirse a la policía.

La idea no nació de un periodista ocurrente ni es producto de las declaraciones de un político. No hay un gran altavoz que haya extendido la denominación ni una fuente primigenia única a la que podamos considerar autora de este nuevo significado. La denominación de “piolines” para referirse a los antidisturbios parece haber surgido como nacen la mayor parte de creaciones lingüísticas: de forma espontánea, dispersa, anónima y colectiva.

Lo de ponerle nombres alternativos a la policía nos viene de lejos: la pasma, los maderos, los pitufos. Casi parece que cada generación tenga la necesidad de acuñar su propia denominación particular. Lo que a principios de siglo XX eran “guindillas” se conocían como “grises” en los setenta. Y quizá a partir de 2017 como “piolines”.

La prolija sinonimia que existe para nombrar a la policía no es tan solo fruto de la creatividad desbordante de los hablantes: es también una cuestión de necesidad en el registro de la lengua callejera. Y es que no parece demasiado sensato ponerse a gritar a bombo y platillo que hay policías merodeando si queremos pasar desapercibidos. Resulta mucho más práctico usar palabras que para el oído lego no guardan relación alguna con la policía con las que poder referirse a la autoridad sin que esta se dé por aludida aunque esté presente. De este modo, cuando el término en clave se convertía en vox populi y ya era conocido hasta para los propios policías, pasaba a ser sustituido por una nueva palabra en código que se mantenía en vigor lo que tardase en convertirse de nuevo en un secreto a voces. Esta versión léxica del juego del ratón y el gato explica el extenso repertorio de palabras que encontramos a lo largo de diferentes épocas, idiomas y lugares para referirse a la policía o a las figuras de autoridad correspondientes.

En español de España, los distintos colores de los uniformes policiales explican los orígenes de algunos de estos nombres, como el de “grises”, “pitufos” (cuando iban de azul) o “maderos” (cuando el uniforme era marrón). Los furgones policiales fueron bautizados como “lecheras” porque allá en los ochenta eran de color blanco, denominación que ha sobrevivido a pesar de que hace décadas que no son de ese color. Y el nombre de “picoletos” para referirse a la guardia civil puede que tenga como origen los picos del tricornio.

El mecanismo de creación de palabras en todos estos casos es siempre el mismo: la metonimia, es decir, cuando utilizamos el nombre de una parte (el color del uniforme, la forma del sombrero) para denominar al todo. La metonimia es un proceso muy vivo en español que resulta particularmente agradecido para generar motes o al menos apelativos no demasiado bienintencionados cuando lo aplicamos a personas (“el Coletas”, “Manolito Gafotas”). “Piolines” es también un ejemplo de metonimia nacida a partir de una anécdota un tanto estrambótica y acuñada con mucha sorna.

No sabemos qué ocurrirá con “piolines”. Aún está por ver si la nueva criatura echa raíces o si, por el contrario, es flor de un día. Pero lo cierto es que la palabra lo tiene todo para prosperar: resultona, despectiva a la vez que humorística, fácil de escribir y pronunciar y morfológicamente lista para que se puedan generar plurales y femeninos sin dar quebraderos de cabeza a los hablantes (los piolines, una piolina).

Pero quizá lo más interesante de “piolines” como novedad léxica sea la mochila histórica que, en caso de perdurar, le acompañará. Porque las palabras no viajan solas; llevan a cuestas las circunstancias que las alumbraron. Si “piolines” prospera, si sobrevive a las próximas semanas y salta a otros contextos más allá de la actuación policial en Cataluña hasta acabar asentándose como palabra de pleno derecho para referirse de forma despectiva a los antidisturbios en general, le acompañará la sombra de las circunstancias históricas que dieron pie a su nacimiento. “Piolines” no es solo una palabra: es un souvenir lingüístico. Los hablantes de hoy somos los deberes escolares de los niños de mañana y cuando, quizá dentro de no tanto, los hablantes futuros nos pregunten extrañados por qué se llama “piolines” a la policía antidisturbios, recordaremos cuanto ocurrió estos días.

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