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¿En “estado de alarma” frente a qué?

Concentración en Madrid el 8 de marzo de 2020 por la abolición de la prostitución /M.B.

Luisa Posada Kubissa

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Me gustaría saber quiénes son esas malvadas feministas que no estarían de acuerdo en que “es necesario acabar con la prostitución” y en que “la falta de derechos de las mujeres no es el camino”. Yo, que llevo ya más de cuarenta años en asuntos feministas, no conozco a ninguna.

Me gustaría saber quiénes son esas perversas feministas que conforman un “matonismo pandillero” que no acepta de buen grado que las mujeres prostituidas “puedan subsistir estos meses siendo más independientes y autónomas”. Y que, de manera mezquina y cicatera, les habrían negado su ayuda, no aportando además ni un euro, ni un céntimo de euro, para apoyar a estas mujeres en tan dura situación como la que actualmente viven y vivimos.

Estas cosas se dicen en un artículo reciente y quiero centrar de qué hablo con mayor seriedad. Pero, antes de nada, quisiera dejar claro también que no me parece momento para dirimir una disputa feminista de manera más o menos bronca: creo que el contexto trágico en el que nos movemos hoy no es en absoluto el escenario idóneo para ninguna confrontación. Sin embargo, me ha parecido que el artículo publicado por Clara Serra hace unos días sí tiene ese tono. Y que, por lo mismo, se hace ineludible darle alguna respuesta, aunque sea tratando de hacerlo desde la más que recomendable serenidad.

El artículo del que hablo se titula acertadamente “Las trabajadoras sexuales en estado de alarma”. Y digo que es un título acertado porque lo que pretende, contra lo que pueda parecer, no es dar la voz de alarma sobre la desamparada situación de estas mujeres; no es denunciar sus condiciones infrahumanas de explotación por parte de puteros, proxenetas y empresarios del sexo; no es exponer la existencia brutal de la trata con fines de explotación sexual; no es, en fin, impugnar la cara más violenta del patriarcado y la cruel mercantilización de los cuerpos y las vidas femeninas. No. El estado de alarma del que se nos alerta lo provocaría el feminismo abolicionista. No el sistema patriarcal explotador, no el orden del capitalismo neoliberal “despiadado y cruel”, por decirlo en términos de Marx. No. Según la autora la alarma hay que darla frente a la reclamación del feminismo abolicionista.

Pero criminalizar a una parte - y no pequeña- del feminismo de la realidad lacerante de las condiciones de vida actuales de las mujeres en el mercado prostitucional, eximiendo a los verdaderos responsables, no es solo, con serlo, un auténtico acto de injusticia feminista: creo que es también una maniobra de manipulación más propia de posiciones políticas de signo poco defendible. En momentos como estos de una crisis sin precedentes y de una inconmensurable tragedia humana, hacer recaer la responsabilidad de la situación, sin duda desesperada, de estas mujeres en otras mujeres -que serían su verdadero enemigo- es simple y llanamente un acto de irresponsable demagogia.

Escribir que “podríamos esperar que el feminismo se hubiera puesto de acuerdo para defender a estas mujeres. Defenderlas de los que quieren explotarlas”, es tanto como pretender que se desconocen las medidas públicas que, precisamente para defender a las mujeres en prostitución, se pusieron en marcha en países como Suecia, por ejemplo, ya desde 1999. Unas medidas orientadas a la abolición de la prostitución, que garantizan, nunca criminalizan, la integridad y la dignidad de las mujeres prostituidas. Pero este tipo de políticas públicas, en las que el feminismo se ha puesto de acuerdo para defender a estas mujeres, no hace falta que se las explique a la alarmada autora.

Me consta que tampoco hace falta que le explique las diferencias que hay entre reivindicar abolir la prostitución como institución y defender “más pobreza y más inseguridad para las mujeres” en prostitución. Ninguna feminista abolicionista en su sano juicio confundiría ambas cosas. Pero me consta que la autora conoce bien los debates feministas en torno a la prostitución. Y con ello los argumentos que se manejan en los mismos, con lo que no hace falta repetírselos aquí. Lo que sí me parece necesario evidenciar es que lo que ella califica de “cruzada moral” -pretendiendo descalificar así todo pensamiento que no comulgue con sus ideas- es más bien un movimiento que cada día va creciendo más y más en el feminismo y calando más y más en el tejido social.

Un movimiento que entiende que la pervivencia de determinadas prácticas de violencia y de mercantilización del cuerpo y la vida de las mujeres es incompatible con una sociedad a la que sobre todo hoy tenemos más que nunca que aspirar: una sociedad más igualitaria, más humana, más al cuidado del bien común y de la “buena vida” para todas y para todos.

Como feministas, y como defensoras de ese futuro social, tenemos que estar por supuesto del lado de las exigencias de protección de las mujeres prostituidas en esta situación extrema que viven con la pandemia global. Y esto es algo tan obvio que no parecería ni siquiera necesario tener que explicitarlo. No lo parecería de no ser que, como ha ocurrido, se haya buscado explicitar lo contrario. Resulta incomprensible el porqué de este ataque a una buena parte del feminismo, el porqué de su criminalización y, sobre todo, el porqué de pretender que con ello se estaría favoreciendo a este colectivo hoy totalmente desamparado por quienes siempre lo han explotado. Y, no nos engañemos, aspiran a seguir haciéndolo en condiciones legalmente más ventajosas para ellos, nunca para las mujeres.

Como ya he dicho, no es mi intención entrar en el enfrentamiento o la descalificación: creo que no es un momento para reproducir algunas viejas contiendas feministas. O, al menos, no para reproducirlas en un tono que solo contribuya a exacerbar la división. Pero, dejando toda insidia de lado, me ha parecido obligado hacer las anteriores puntualizaciones a la autora y, sobre todo, a las lectoras y lectores de su artículo. Y hacerlo porque no es de recibo que se quiera demonizar a una parte nada desdeñable del feminismo. No es de recibo inculpar gratuitamente al abolicionismo señalándolo como verdugo. No es de recibo exculpar con ello a la alianza criminal entre patriarcado y neocapitalismo. Y todo esto no es de recibo porque tampoco ayuda a mejorar hoy por hoy las condiciones materiales de vida de las mujeres por las que habla.

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