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No le hagamos el pasillo a la serpiente

Antonio Scurati.

Lourdes Lancho

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Estos días de controversias y polémicas entre poderes del Estado, ha estado en España el profesor de literatura de la universidad de Milán, Antonio Scurati, autor de “M. El hijo del siglo” (Alfaguara). Una biografía novelada de Benito Mussolini, que abarca desde la creación del fascismo hasta su llegada al poder. De 1919 a 1924. En cinco años el fascismo pasó de la nada, a ser uno de los movimientos que llevaría al desastre a toda Europa y a una nueva guerra.

El profesor Scurati describe la complejidad del momento, y necesita 800 páginas para trazar un panorama complejo, un caldo de cultivo perfecto, que ilustra cómo pudieron llegar los fascistas al poder ejerciendo impunemente la violencia, despreciando la democracia como sistema y cargando contra las instituciones del Estado.

En todas las entrevistas de promoción del libro se le pregunta al autor por los paralelismos entre esa época y la que estamos viviendo con la emergencia de los neofascistas de nuevo en toda Europa, y en el mundo. Y Antonio Scurati advierte de que el peligro no son esos “fantoches” que recuperan la simbología y alzan el brazo con el saludo romano. El verdadero peligro, que ya está arraigando en nuestras instituciones, son esos políticos populistas que prometen soluciones sencillas a problemas complejos. Que agitan el miedo contra algo o alguien, para después del miedo pasar al odio y así empezar esa espiral maligna que nos lleva al infierno. Ya hemos estado allí.

Un libro de 800 páginas, basado en documentos y testimonios estrictamente históricos, ha sido el fenómeno editorial en Italia del año pasado, ha obtenido el prestigioso premio Strega y ha sido traducido a 40 idiomas. Un libro que intenta ser objetivo con la figura de uno de los peores dictadores del siglo XX y que sorprende por su no posicionamiento inicial. Un libro que quiere dar datos y contexto para que la reflexión.

“M. El hijo del siglo” nos advierte de que el peligro está en que se vacíen de contenido y de sentido democrático las instituciones. Que banalizar y perder el respeto al funcionamiento del Estado de derecho, tiene un precio. Un precio altísimo que nunca lleva a nada bueno. Tengámoslo en cuenta cuando se analicen situaciones como las que estamos viviendo desde hace un tiempo en países como España. La crítica y la mejora, sí. El acoso y derribo sistemático, no. El gobierno de un país, comunidad autónoma o ciudad, es algo complejo y se necesita de herramientas políticas para hacerlo: diálogo, pacto, acuerdos, cesiones, compromisos... Se necesita el buen funcionamiento de todas las piezas… Reparemos las averías o malas prácticas del sistema, pero no lo machaquemos.

El democrático no es un sistema perfecto, pero la alternativa es el horror. No se lo pongamos fácil. A Mussolini le hicieron el pasillo para llegar al Quirinal.

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