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A lo mejor se jubila Rajoy antes que Arriola

Pedro Arriola.

Ana R. Cañil

Que aguantará como mínimo hasta febrero es lo que afirma a sus amigas y algunos colegas de confianza del partido, con la contundencia que la caracteriza, la consorte del politólogo, Celia Villalobos, el día que la vicepresidenta del Congreso está de buen humor y distendida para responder las bromas de qué hacer con el marido en casa. “Venga, hombre, ¿que Arriola se jubila? Entonces yo me voy de casa, pero no va a ser así”, responde con sorna. En opinión de la vicepresidenta, a los amigos no se les deja tirados nunca y el presidente del Gobierno es un amigo. 

Es probable que cuando Arriola comentaba a los cercanos, a otros demoscopos y sociólogos que este setiembre se marchaba, olvidara el pavor que infunde a una señora estilo Villalobos sobrellevar al marido en casa, aunque no se quede en pijama todo el día. Ya sea por influencias matrimoniales o por la amistad presidencial, el hecho es que el gurú más adorado, temido y odiado por los suyos y los de los otros, nació en Sevilla en 1948 y este otoño le caen los 67 años. Coquetear con la jubilación es una práctica tan entretenida como peligrosa cuando uno ocupa un puesto tan deseado.

Más querido en La Moncloa que en la sede del Partido Popular, cuando Rajoy pasó los trastos de un año electoral tan complicado como este a Jorge Moragas, en Génova vieron la posibilidad de deshacerse del temido personaje, al que desde los tiempos de Aznar se ha atribuido la potestad de nombrar o cortar cabezas gracias a la influencia que tenía en la corte presidencial. Se frotaron las manos los más jóvenes y nuevos, que consideran a Arriola un elemento vintage.

Ni siquiera bien decapado puede hacer sombra a otros expertos como Narciso Michavila, el demoscópico de GAD-3, que en poco tiempo se ha hecho un hueco entre las más influyentes empresas de comunicación. Para los genoveses actuales, Michavila está al día, controla las nuevas tendencias de la ciencia demoscópica y está actualizado en el poder que tienen las redes sociales. No hay enemigo del gurú vintage que no recuerde el resbalón público, cuando calificó a la irrupción de Podemos en la vida política del país como la llegada de unos “frikis”, cuyo recorrido sería breve.

Más allá de los partidarios de Arriola o de Michavila, ¿influye el hecho de que el primero se quede con Rajoy hasta febrero? Seguro. Quienes conocen al presidente y al gurú recuerdan que son amigos, hablan continuamente de asuntos profesionales y de otras cosas que no son fútbol y ciclismo. Increíble, pero parece que cierto. Rajoy no iba a renunciar a los consejos del maléfico asesor, justo en un año como este, cuando el 28 de septiembre, el día después de las elecciones plebiscitarias en Cataluña, este país será otro; o después de las elecciones generales de diciembre, cuando las cosas parece que irán mejor para Rajoy que lo previsto hace unos meses. En lo único que coincide el no dúo Arriola-Michavila es en que el votante del PP vuelve a su redil, les dará alegrías e incluso podrán gobernar en solitario, quizá con un apoyo muy puntual de Ciudadanos.

La gracia está en observar el rostro mohíno de algunos genoveses, al comprobar que con Moragas y sin Moragas, Pedro Arriola seguirá sentado a la derecha del presidente. O en la sorna de los flemáticos que sobreviven de la era Aznar, quienes levantan escalofríos en sus compañeros de escaño al anunciarles que hasta puede suceder que Rajoy sea jubilado antes que el gurú sevillano.

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