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Lo más pronto posible, pero no de forma inmediata

El president de la Generalitat, Quim Torra

Javier Pérez Royo

Salvando las distancias, el debate sobre la independencia de Catalunya en el  Congreso del PDCAT celebrado este pasado fin de semana recuerda al debate sobre el “revisionismo” que se produjo en la Segunda Internacional tras la publicación del libro de Eduard Bernstein “Las premisas del Socialismo y las tareas de la Socialdemocracia”.

La independencia ocupa en la estrategia del PDCAT definida este fin de semana el lugar que el socialismo acabó ocupando en la de los partidos socialdemócratas a partir de las primeras décadas del siglo XX. Es un objetivo que hay que alcanzar, pero recorriendo un camino en el interior de las instituciones representativas del Estado, que llevará el tiempo que sea necesario. “Lo más pronto posible, pero no de manera inmediata”. Vale.

Es curioso que este debate se haya producido en un partido, el PDCAT, heredero de otro, Convergencia Democrática de Catalunya, con el que Jordi Pujol reconstruyó la opción nacionalista que representó la Lliga hasta la Guerra Civil. Convergencia ha sido, con mucha diferencia, la expresión más acabada del nacionalismo autonomista en la historia de Catalunya. No ha habido ningún partido nacionalista que tenga una ejecutoria comparable a la suya. Lo que no tiene es ejecutoria independentista.  La independencia no ha figurado en su programa político ni en sus programas electorales desde su fundación hasta prácticamente el momento previo a su disolución. En el programa para las elecciones catalanas de 2012 todavía no figuraba la independencia en la oferta que se hacía a los ciudadanos. El nacionalismo catalán que pretende articular políticamente el PDCAT carece, por tanto, de tradición independentista. Sí cuenta con una tradición muy importante de partido de gobierno dentro del sistema político configurado a partir de la entrada en vigor de la Constitución de 1978. De partido de gobierno de la Comunidad Autónoma de Catalunya y de partido de gobierno del Estado, en la medida en que su contribución ha sido decisiva para que hubiera mayoría de investidura en varias ocasiones. Una de las razones por las que la Constitución española ha tenido éxito ha sido por la aportación del nacionalismo catalán y también del vasco, pero, sobre todo, del nacionalismo catalán, a la gobernabilidad del Estado. A la inversa, el salto de la autonomía a la independencia de dicho nacionalismo ha provocado la crisis constitucional de mayor envergadura desde el comienzo de la Transición.

Este tipo de debates suelen permanecer abiertos durante bastante tiempo. No se cierran fácilmente y, sobre todo, no se cierran de manera expresa. El debate se va difuminando con el paso del tiempo.  Es muy difícil conseguir una aproximación al objetivo final, que va desdibujándose lenta pero inexorablemente. Así les ocurrió a los partidos socialdemócratas europeos con el socialismo. Y lo mismo, previsiblemente, le va a ocurrir al nacionalismo catalán con la independencia.

La ruptura que la aproximación a la independencia supone con el Estado es muy difícil de alcanzar. Especialmente cuando el partido que intenta conseguir esa aproximación lo que ha hecho toda su vida y lo que sabe hacer es gestionar y no organizar operaciones de ruptura con el sistema político en el que está inserto. Convergencia ha sido un partido de gobierno y no un partido insurgente. Es muy bueno resistiendo frente a las pretensiones de “asimilación”, pero no lo es en absoluto para ser protagonista de un levantamiento insurreccional, es decir, de una rebelión. En los meses de septiembre y octubre del año pasado quedó claro para todo el mundo, menos para el Fiscal General y los Magistrados del Tribunal Supremo, que vieron lo que nadie vio. No hubo levantamiento insurreccional por ningún lado.

La independencia es un espejismo, es una ilusión óptica o de la imaginación, que en la distancia puede parecer verosímil, pero que se desvanece en la proximidad. La independencia se ve como posible porque está lejos. Es imposible en la inmediatez. Por eso, el cuando sea posible, no acaba llegando nunca. Es verdad que los espejismos conducen a veces a errores de juicio que pueden tener consecuencias negativas. Ya hemos tenido ocasión de comprobarlo. Afortunadamente, la renuncia a la inmediatez parece que aleja la repetición de nuevos errores.

Es obvio que la reafirmación del objetivo de la independencia no facilita la tarea del presidente del Gobierno, pero estoy seguro de que no lo habrá sorprendido. No puede no saber que el conflicto constitucional de Catalunya todavía tiene recorrido. Y que se pondrá fin al mismo en algún momento, que ahora mismo no se puede saber cuándo será.

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