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Campos de concentración en Andalucía o el trabajo esclavo como pilar del franquismo

Construcción con trabajo esclavo del 'canal de los presos' para el Bajo Guadalquivir / RMHSA (CGT).

Juan Miguel Baquero

Al apuntar el término 'campo de concentración', el imaginario colectivo aterriza en los centros nazis de exterminio. Pero existe una parada preliminar: el uso del esclavo como pilar fundacional y vertebrador del franquismo. En suelo andaluz, unos 100.000 reclusos pasaron por alguno de los 55 recintos que sortearon la aniquilación física del adversario, como finalidad única, para convertirlos en mano de obra gratuita al servicio de empresas privadas e instituciones públicas.

Caso, paradigmático, del Ayuntamiento de Sevilla por los campos de concentración de El Colector, ubicado en la barriada de Heliópolis, y el de Las Arenas, en la cercana población de La Algaba. En el primero se tiró de trabajo forzado para una obra pública, y será señalizado para honrar la memoria de aquellos esclavos del franquismo. El segundo es una excepción: fue un centro de exterminio donde murió la mitad de su población reclusa.

Un sistema esclavista sin las cifras nazis

Las cifras en España quedan, según las investigaciones realizadas, lejos del Holocausto provocado por la Alemania nazi y sus fábricas de la muerte. Aún así, el incipiente régimen franquista y la jerarquía circundante acumuló –sin contar los batallones de soldados– medio millón de personas en 180 campos de reclusión. Desde el mismo verano de 1936 se fundó un sistema esclavista, perfeccionado hasta alcanzar su máxima expresión con la creación del Patronato Nacional para la Redención de Penas por el Trabajo (PRPT).

Bien o mal, aquellos enjutos cuerpos apresados servirían incluso para obras faraónicas. Pero no sólo. También llevaron a cabo arreglo de calles, construcción de viviendas, recogida de cosechas o labores domésticas las mujeres, en situaciones no exentas de acoso sexual. Era, apuntan historiadores como José María García Márquez, la explotación planificada de los vencidos.

En estos campos de trabajo, explica García Márquez, “no murieron muchos presos ni tampoco en los batallones de trabajo, es más, murieron muy pocos”. “La alimentación evitó esas muertes masivas”, una “gran mortalidad” –especifica– que sí se dio en “prisiones, penales, cárceles y en campos de indigentes y mendigos”.

Como en Las Arenas. Allí se recogían, cuenta, a “indigentes, mendigos, indocumentados o pobres, en general, que retiraban de las calles de Sevilla”. Unos 300 reclusos (en 1941 y 1942) a los que, “sencillamente, los fueron dejando morir de hambre, uno tras otro sin que nadie moviera un dedo”. La “escalofriante” cifra de muertos: 144. Un “porcentaje altísimo”. Hoy, aquel edificio permanece aislado, en ruinas, cerca de un polígono industrial con el mismo nombre.

El campo de concentración de Heliópolis será señalizado

De El Colector, sin embargo, no queda ni rastro. Más de 500 esclavos del franquismo construyeron el desagüe municipal de Heliópolis desde unas instalaciones que ocuparon terrenos propiedad de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) y la Autoridad Portuaria de Sevilla (APS), y están cedidos al Consistorio sevillano. Prisioneros que hoy estarían a la sombra del puente del Quinto Centenario y cerca de la dársena del Puerto Este.

Hace años, el movimiento memorialista lanzó una petición –nace del grupo de trabajo de CGT-A– para colocar “una inscripción junto a un pequeño monumento” y honrar a aquellos “presos políticos”. Un homenaje que, según fuentes consultadas por eldiario.es/andalucia, ha recibido el visto bueno de Autoridad Portuaria y Ayuntamiento de Sevilla y se materializará una vez finalicen las obras del parque en construcción sobre el antiguo cauce del río Guadaíra.

¿Se construyó el régimen franquista sobre la fuerza del trabajo esclavo? “Es indudable”, responde García Márquez. Partiendo del objetivo primario “de recluir a todas las milicias republicanas en campos de prisioneros”, desde donde eran “clasificados”, llegó al “uso masivo de trabajadores a unos costes ínfimos”. El sueldo eran 2 pesetas al día y el sistema carcelario descontaba 1,5 en concepto de manutención y vestimenta.

Franco: “no se encontraría régimen tan justo, católico y humano”

Francisco Franco decía en su discurso ante el Consejo Nacional del Movimiento, año 1944: “Si se visitasen los establecimientos penales de los distintos países y se comparasen sus sistemas y los nuestros, puedo aseguraros sin temor a equivocarme que no se encontraría régimen tan justo, católico y humano como el establecido desde nuestro movimiento”.

Para el investigador José Luis Gutiérrez Molina, el franquismo tenía tres pilares fundamentales. Uno: el ejército, que como “característica especial del fascismo español” controlaba “todo, desde la justicia hasta la economía”. Dos: la corrupción, se trató de “un régimen absolutamente corrupto, desde la altura hasta la base”. Y tres: el trabajo esclavo, que beneficia “al Estado franquista y a empresas privadas”, convirtiéndose en “elemento vertebrador”.

En Andalucía, se dan los primeros campos de concentración y trabajo forzado en zonas donde ya no hay operaciones militares. Hubo trece instalaciones en Granada, once en Córdoba y Sevilla, ocho en Jaén, cuatro en Cádiz y Málaga, tres en Huelva y uno en Almería. Alguno, como el de Los Merinales, con diferentes usos hasta 1956, dos décadas después de iniciada la guerra civil.

Una “empresa”, en suma, con fundamento económico y de reeducación mental, al servicio “de lo público y lo privado” y, en palabras de Gutiérrez Molina, muy presente en la “primera orientación autárquica del régimen franquista”, un proyecto “concentracionario” –aunque alejado de la “política de exterminio” presente en la denominada por Francisco Espinosa “matanza fundacional”–, sin el que el franquismo “no sería comprensible”. Como dice un personaje en la obra Por el río abajo de Alfonso Grosso y Armando López Salinas: “¡Así aprenderán los rojillos a no insultar a los señores!”.

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