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Sarrión encuentra bajo tierra su receta de éxito contra la despoblación

En los años 90, los truficultores de Sarrión se organizaron en torno a la Asociación de Truficultores de Teruel.

Elisa Alegre Saura

Teruel —

El censo de Sarrión ha aumentado en 20 años en cien habitantes. No parece mucho pero lo es en un pueblo que ha pasado de 1.025 habitantes en 1996 a 1.125 en 2016, según el INE. Y en una provincia, Teruel, en la que el problema de la despoblación llena horas de conversaciones en las que todo el mundo opina y pocos dan con la clave para resolver este problema. Un problema que, desde hace no mucho, se ha convertido en cuestión de Estado y por ello, objeto de estudio aunque para muchos pueblos sea tarde.

Sarrión ha encontrado la solución para su futuro y ejemplo para otros, y lo ha hecho bajo tierra, en unos campos de tierra caliza que desanimaban en décadas pasadas al agricultor más emprendedor porque allí cualquier cultivo se amilanaba ante el frío y las lluvias escasas o a destiempo. Los campos que dejaban yermos los emigrantes de los años sesenta que marchaban a buscar prosperidad a Levante hoy esconden toneladas del que llaman oro negro, un producto que todavía tiene que hacer crecer a este pueblo y la zona mucho más: la trufa negra.

El cultivo de la trufa en Teruel comenzó pasados los sesenta, una década en la que “o emigrabas a Valencia o Barcelona o te morías de hambre” recuerda Julio Perales, presidente de la Asociación de Recolectores y Cultivadores de Trufa de la provincia de Teruel, Atruter. Y es que Sarrión y los pueblos de alrededor eran entonces “zonas deprimidas para la agricultura” tradicional del cereal o los almendros, pero pronto descubrieron que eran ideales para las carrascas truferas.

De este pequeño pueblo sale la mayor parte de la producción de trufa negra de España y es uno de los principales productores a nivel mundial. Según los datos de Atruter, con alrededor de medio millar de socios, de esta provincia sale el ochenta por ciento de la producción española, y la mayor parte de Sarrión.

Daniel Bertolín, veterano truficultor de Sarrión recuerda cómo fue el cambio hace, dice 25 o 30 años. “Empezamos a trabajar y vimos que este cultivo podía ser rentable. Había mucha gente joven que se animó y hablamos mucho con la administración” apunta de unos tiempos en los que en Sarrión se dieron cuenta de que la trufa, la silvestre, esa a por la que venían los catalanes para vender en mercados de Francia o Italia, donde sí había tradición trufera, era un valor de futuro.

“Todo necesita una generación y el trabajo ha dado sus frutos porque los niños han crecido ya con esta riqueza en la zona, se casan, se quedan aquí y siguen trabajando, y eso hace que el pueblo crezca, se hagan obras nuevas, en el colegio haya más niños y que venga gente de otras zonas a vivir y trabajar”.

Gente que se queda, gente que se fue y se formó para volver con trabajos cualificados y que utilizan sus conocimientos para poner en marcha nuevas plantaciones o empresas de transformación. En resumen, el sueño de cualquier alcalde que ve que su pueblo agoniza ante las faltas de oportunidades de futuro.

Problemas administrativos

“El cambio tiene que ser público y privado, han de ir de la mano las dos cosas y tener voluntad todas las partes, porque si la gente quiere invertir y tiene ánimo de trabajar y lo público pone trabas, mal asunto”, remarca Bertolín.

Y es que critica que una de las trabas para el sector es la administración. “Hubo un tiempo que apoyó con ayudas y se notó muchísimo, para poner en marcha todo” pero ahora se queja de que, no solo no hay ayudas sino que a veces dificultan el desarrollo. “A la hora de recuperar las tierras hay problemas administrativos, no están por la labor” y defiende que “dentro de la legalidad, la administración debe dejar trabajar a la gente sus tierras, tienen que estar como mínimo en la realidad”.

Además topar con la burocracia, el sector lleva años a la espera del apoyo económico de la administración al regadío social, aprobado de interés general en 2003, pero que nunca acaba de recibir el impulso económico definitivo para ponerlo en marcha.

Recientemente el Gobierno de Aragón ha anunciado una inversión de ocho millones de euros aunque Bertolín, vicepresidente de la Comunidad de regantes, cree que solo “será realidad cuando salga en el Boletín Oficial” porque no es el primer anuncio de inversión fallido. “Ilusión tenemos porque este gobierno se ha comprometido con el proyecto después de unos años de olvido”, pero se muestra cauto ante el apoyo al regadío que permitiría asegurar el agua, fundamental para el sector, y por tanto duplicar la producción actual, y consolidarla, en 821 hectáreas de alrededor de 150 agricultores.

“Es un proyecto de futuro para todo el pueblo, pero para la comarca también, porque otros pueblos están invirtiendo en trufa al ver nuestra experiencia aquí” desataca Bertolín. “Sarrión es la cabeza del tren que tira, pero los vagones son muy importantes y tenemos alrededor de ocho o diez pueblos que nos van pisando los talones”.

Industria de transformación por explotar

El futuro tiene todavía mucho recorrido. La parte que más se ha explotado en esta localidad es la del cultivo de la trufa, y sus derivadas, como los viveros de carrasca micorrizada, pero la industria de la transformación está poco desarrollada. “Nos faltan esas empresas que dan valor añadido a la trufa, como pasa en Italia o Francia donde sí hay cultura de la trufa”.

Precisamente allí acaban muchas de las trufas de Sarrión, donde son transformadas y vendidas como un producto propio y muy apreciado por el consumidor. “Somos muy jóvenes como productores y tenemos que convertirnos en consumidores” apunta Julio Perales. Y siempre insiste en la necesidad de que el consumidor aprecie la calidad de la trufa de Sarrión, la tuber melanosporum, frente a otras asiáticas más baratas pero con menor calidad. El sabor delata la calidad pero antes de comprar ¿cómo distinguirlas? “Si vale un euro y medio o dos no es de Teruel. Nadie da duros a pesetas”.

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