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Nadie quiere saber

Joan Estruch

La inspectora Petra Delicado y el subinspector Fermín Garzón han de investigar un asesinato cometido cinco años antes, que había quedado archivado sin resolver. La investigación irá destapando subterráneos lazos entre una familia barcelonesa típicamente burguesa y la Camorra italiana.

Muchos han sido los intentos de adaptar la novela policial a nuestro contexto. Vale la pena señalar que uno de los primeros fue el de la escritora Emilia Pardo Bazán, que en La gota de sangre (1911) creó el detective Ignacio Selva, en parte inspirado en Sherlock Holmes. Pero no logró situarlo de manera creíble en la sociedad española, donde, a diferencia del mundo anglosajón, el detective privado no puede ejercer la investigación criminal. Más adelante, durante la transición democrática, se produjo el mismo problema en la caracterización de otros detectives, como Pepe Carvalho, creado por Manuel Vázquez Montalbán.

Es evidente que el detective es la pieza fundamental de la novela policial, un género que se define más por su protagonista que por su temática criminal. Él es el intermediario entre el lector y la realidad social en la que se produce y en la que se explica el crimen. Por eso, la novela policial ambientada en España tiene que basarse en detectives de la policía oficial. Más que en modelos ingleses o americanos, son más adecuados otros como el comisario Maigret, emblemático de la Francia que otorga a la policía estatal el monopolio de la represión del crimen.

La inspectora Petra Delicado, que ya ha protagonizado varias novelas, es una figura detectivesca consolidada y creíble por su acertada configuración psicológica. Petra es una mujer fuerte, pero no prepotente. Su feminismo es pragmático, natural e imprescindible para demostrar su competencia profesional en un ámbito dominado por los hombres. Pero lo que la convierte en un personaje literario sólido es su complejidad, sus contradicciones, las tensiones entre su vida profesional y su vida de pareja, sus reprimidos anhelos de maternidad, sus momentos de desánimo… De esta manera el personaje de Petra se salva de los tópicos en que han caído otras mujeres detectives, esas solteronas que resuelven los casos gracias a su innata sensibilidad o a su “intuición femenina”.

La acertada configuración del personaje principal se completa y se refuerza con la de su pareja profesional, el subinspector Fermín Garzón, que se autodefine como “un hombre del pueblo llano” (p. 415). Fermín es el sanchopancesco contrapunto de Petra, con la que mantiene una relación profesional lealmente competitiva. Petra y Fermín forman, pues, una pareja de policías que se complementan muy bien, que trabajan en equipo, aunque no quieran admitirlo.

No solo los personajes principales están bien trazados. El resto de personajes, tanto los que aparecen en toda la serie como los que intervienen solo en una de las novelas, también son creíbles. Su caracterización es breve, pero no esquemática ni maniquea. Que la autora domina ampliamente el análisis psicológico también lo comprobamos en los agudos comentarios que aparecen de vez en cuando, como si no tuvieran mayor importancia: “Todo cariño, por pequeño que sea, genera una obligación en quien lo recibe, y esa obligación puede estar solo fundamentada en que no deseamos quebrar la buena imagen que de nosotros tiene quien nos ama” (p. 309).

No está al mismo nivel la ambientación. Resulta que el asesinado es justamente un empresario textil, sector emblemático de la industria catalana hasta hace unos años. Pero la Barcelona que se describe en la novela es un decorado basado en tópicos turísticos. No hay ni la más mínima referencia al catalán, un idioma bien presente en la realidad cotidiana de la ciudad. Un lector mexicano que no dispusiera de más información podría llegar a pensar que Barcelona es una ciudad en la que todos hablan castellano y nada más que castellano. Pero autores como García Márquez, en sus relatos situados en Barcelona, han dejado constancia de los personajes que hablaban en catalán. Y, mucho antes, Cervantes había certificado que Perot hablaba en catalán con sus bandoleros. No se trata de ningún homenaje ni de ninguna opción ideológica, sino, simplemente, de no ningunear una realidad social evidente.

Un problema parecido se plantea cuando en la novela apenas encontramos una referencia marginal a los mossos d’esquadra, la policía autonómica que desde hace años tiene competencias sobre la investigación criminal. A menos que la novela se sitúe bastantes años atrás, no es verosímil que la inspectora Petra Delicado ignore este tema. Un ejemplo reciente de cómo se ha de abordar lo encontramos en La marca del meridiano, de Lorenzo Silva. En esta novela policial ambientada en Barcelona, los guardias civiles investigan en colaboración con los mossos, y no como una concesión o una decisión personal, sino en cumplimiento de la legislación vigente.

Es innegable que una novela pertenece al reino de la ficción, y no tiene por qué reproducir las últimas novedades legislativas, pero una novela policial tiene que ser verosímil, tiene que tener una ambientación creíble. El autor es totalmente libre a la hora de elegir el escenario, realista o fantasioso, en el que va a situar la trama argumental. Pero, una vez ejercida esa libre decisión, tiene que ser consecuente con ella. De lo contrario, pierde credibilidad a los ojos del lector. Si se nos permite un ejemplo muy exagerado, es lo que ocurre con ciertas películas americanas, que sitúan los sanfermines en Sevilla.

En fin, la Barcelona de la inspectora Petra Delicado no se parece mucho a la Barcelona actual. Desconocemos las razones de este déficit, pero sin duda no se debe a un descuido, porque la autora demuestra que sabe construir una correctísima ambientación para los episodios situados en Italia, salpicados de expresiones italianas, de tópicos como la pasta, los italianos seductores, etc.

El estilo de la novela es bastante cinematográfico: acción constante, mucho diálogo espontáneo, descripciones escuetas… Pero se evitan los excesos de presentar los acontecimientos solo desde fuera, desde una mirada externa. El uso de la primera persona permite introducir breves momentos de introspección, de reflexión sobre los hechos. Y la alternancia entre la Petra inspectora y la Petra casada humaniza a la protagonista, dosifica el ritmo narrativo y frena la tendencia a centrarse exclusivamente en la investigación y en la acción trepidante. Como en las buenas novelas negras, la verdad oculta va aflorando poco a poco, más que por la sagacidad genial de la inspectora, por su constancia a la hora de reconstruir y remover los ambientes en los que y de los que surgió el crimen. De esta manera, la solución del enigma deja de ser una sorpresa para convertirse en una conclusión lógica, inevitable, que el lector comparte con la autora.

Estas cualidades del estilo narrativo destacarían más si estuvieran acompañadas por el uso de un lenguaje estándar, pero correcto y cuidado. Las comas sobran en algunos lugares y faltan en otros. Parece que hubieran sido colocadas a voleo, como cuando echamos sal a la ensalada. Una buena corrección de estilo hubiera podido evitarlo, igual que las incorrecciones léxicas y gramaticales que aparecen con demasiada frecuencia. Ofrecemos tan solo una breve selección de las mismas, para no sobredimensionar esta cuestión de detalle, pero no menor, y que no solo compete a la autora, sino también a la editorial.

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