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Los gloriosos 90 de Júnior

Pujol hijo equipara la confesión de su padre con su papel el 23F y franquismo

Víctor Saura

Barcelona —

Jordi Pujol Ferrusola, alias el Júnior, ha sido durante veinticinco años una holografía, una presencia espectral, permanente pero intangible. Se sabía que enredaba aquí y allá, se le situaba en todas o casi todas las salsas que aderezaban la delicada ecuación entre política y negocios, pero ni su nombre salía en los papeles ni mucho menos su cara en la foto. Sus escasas apariciones en prensa eran necesariamente ilustradas en sepia, de aquellos tiempos en que la familia real catalana aún exhibía feliz a su modélica prole. El pasado lunes fue la primera vez que la mayor parte de los simples mortales le oyeron la voz. Se esperaba una comparecencia exprés, tanto o más arisca y rácana que las de sus progenitores, pero fue todo lo contrario. El Júnior se explayó, y, menos reconocer haber incurrido nunca en tráfico de influencias, confirmó punto por punto la imagen que tantos años de leyendas urbanas habían dejado de él. Decían, decían, decían, sí. Y seguramente algunas de las cosas que se decían no eran del todo ciertas o eran directamente falsas. Pero a partir de este otro 23-F en el que el holograma tomó forma humana ha quedado claro que mucho de lo que se decía sí era cierto.

Jordi Júnior actúa solo. Sin más estructura que un despacho en un piso de la calle Ganduxer, una secretaria y una buena agenda de contactos. Media docena de sociedades mercantiles y ningún empleado, porque, según dice, es incapaz de dirigir gente y así puede ser muy ágil en los negocios. Y le ha ido muy bien. De 2004 a 2013 ingresó 22,4 millones de euros y pagó siete en impuestos. En otras palabras, en el último decenio Jordi Pujol Ferrusola ha ganado un promedio de 1,7 millones de euros anuales, después de impuestos. Pas mal.

¿Y a qué se dedica? Es “dinamizador económico”, según definición home made. Otros dirían que es intermediario y comisionista, porque su tarea, de acuerdo con la descripción que hizo, básicamente consiste en poner en contacto a diferentes partes para realizar un business, y si sale bien y se genera una ganancia él se lleva un porcentaje. “Siempre voy a riesgo. Si sale, cobro, y si no sale, no cobro”, comentó en un par de ocasiones. “Con mi actividad, que tanta gracia hace, no tengo nada concreto, es decir, me estoy vendiendo yo y mis ideas”, añadió.

¿Y dónde lo hace? Casi siempre en el extranjero, lo dejó bien claro. El 90% de todos sus negocios han tenido una orientación exterior. Pero, a la vez, la cantidad y calidad de empresas y empresarios catalanes con quien ha tenido alguna relación mercantil es abrumadora: Sumarroca, Suqué, Cornadó, Tauler... (con José Mestre, el enchironado rey del puerto, sólo iban a esquiar juntos, y con Carles Tusquets, de Fibanc, a montar en bici). Que las empresas de éstos tengan, y sobre todo tuvieran, una relación muy estrecha con la administración gobernada por su padre, como contratistas o concesionarias, no es ningún obstáculo para que el Júnior afirme con rotundidad que él siempre ha querido alejarse del dinero público y que sólo le han interesado los negocios privados. “Para no hacer daño a mi padre”.

Otra frase para enmarcar: “Las empresas a las que yo he facturado eran amigos míos que muchos de ellos los conocía de antes de que mi padre fuera presidente, o que conocía de cuando era presidente, pero nunca he querido ligar o he ligado el hecho de temas públicos con sus empresas”. Cuando Jordi Pujol es elegido presidente el Júnior tiene 21 años.

¿Y cómo lo hace? Dejando el mínimo rastro documental posible. Ya en los noventa, después de que un par de aventuras empresariales no acabaran bien, y la cosa trascendiera, Jordi Pujol Ferrusola se dio cuenta de que a cualquier periodista de medio pelo le era muy fácil seguir el rastro del administrador de una sociedad y mucho más complicado el de un accionista. De ahí que nunca más figurase él como administrador de empresas que, como reconoció, siempre fueron suyas o como mucho a medias con su mujer. En el Parlament admitió sin rodeos que su modus operandi siempre ha sido “buscar empresarios con los que yo pueda tener relación humana, relación de amistad, que sean muy discretos, que yo pueda confiar plenamente, y que con muchos de ellos pueda yo hacer negocios basados en la palabra, que es legal”. Cuesta creer que este perfil (confianza plena y acuerdos de palabra) se pudiera encontrar fuera de Cataluña.

Y no sólo algunos de los acuerdos eran verbales, también su trabajo. Por eso lo que ingresa de Copisa (uno de los asuntos que investiga la Audiencia Nacional) es por un “plan verbal” sobre las líneas que debe emprender la constructora a partir de la perspectiva de que en 2003 la Generalitat cambiaría de color político. Tal cual lo dijo: “Para desmarcarse de lo que yo creía que sería un problema grave con la entrada del tripartito”. Dicho de otra forma, cuando el fin del reinado pujolista parecía inminente, y a pesar de que venían unos años de clara expansión económica y auge del ladrillo, Pujol Jr se reunió con los dueños de Copisa para decirles que se acababa el chollo y que si querían seguir creciendo debían hacerlo de otro modo. Y por esta tertulia de sobremesa cobró un pastón.

Minutos antes había insinuado que a Laia Bonet (PSC) la acaba de fichar Acciona posiblemente porque “tiene entrada” en la administración. Pero a la vez negaba que durante los 23 años de Gobierno Pujol él hiciera uso de las entradas que evidentemente tenía.

Lo que no quedó claro es como el Júnior se hizo rico. Durante la segunda mitad de los ochenta fue un simple asalariado. Y, por tanto, rico no era. Pero a principios de los 2000 ya es un inversor al que un amigo va a buscar porque para promover el vertedero de Tivissa necesita a un socio financiero. Y Jordi Pujol Ferrusola, que del tema no entiende gran cosa, se rasca el bolsillo y le salen 800.000 euros que en aquellos momentos no debería necesitar. ¿Qué pasó, entonces, en los noventa? ¿A qué se dedicó el Júnior entre sus treinta y cuarenta años? En la comparecencia en el Parlament hubo tantos temas sobre la mesa que se pasó de puntillas sobre un periodo clave en la vida profesional de Jordi Pujol Ferrusola (y en la historia de Cataluña). Apenas si explicó que la aventura de la empresa de mármoles no funcionó (cosa sabida, al igual que otras firmas en las que había participado anteriormente), que en 1995 transforma Natural Stone en IMISA (Iniciativas, Marketing e Inversiones SA) para dedicarla a “todo lo que sea exterior” y que en 1996 inicia su andadura en México. ¿Pero donde están las operaciones que le permiten pasar del estatus de asalariado, o de modesto emprendedor, al de potentado capitalista?

Los noventa deberían ser unos buenos años, en especial la segunda mitad, ya que su afición al coleccionismo de “coches viejos” se inicia entonces. En 1997 adquiere un Lotus L, un Mercedes Pagoda 230, un Porsche 356 y un Lamborghini Miura. En 1999, un Seat 600 y un Ferrari F40, y en el 2000, un Jaguar E. Así consta en la transcripción de sus palabras. Todos a precio de ganga, por supuesto. Pero incluso así no se trata de una afición barata, al alcance de cualquiera (para quien no conozca estos modelos, que vaya poniendo los nombres en Google images). Después deberían venir unos años de sequía, porque hasta 2008 la colección no se amplía con un Porsche Targa, un Ferrari 328 y un Lamborghini Diavolo, en 2012 cae un Mercedes Benz y en 2013 un Ferrari Testa Rosa, que debe ser la joya de la corona del coleccionista de coches viejos.

Las operaciones y las empresas de las que más se habló en la comparecencia del lunes 23 (Project Marketing Cat; Active Translation, Interrosario Puerto Services) aparecen en escena en los años 2000, las dos primeras al mismo tiempo que el Júnior aconsejaba a sus amigos Xavier Tauler y Josep Cornadó que se prepararan para los nuevos tiempos políticos, que es en lo que debería estar pensando él mismo. A partir de aquí salen las operaciones del vertedero de Tivissa o del puerto de Rosario. Pero esto es el chocolate del loro. Entonces ya hacía unos diez años que el Júnior ejercía de “dinamizador económico”, en Cataluña o en el extranjero de la mano de empresarios catalanes, mientras su padre presidía la Generalitat, su hermano pululaba por allí como segundo del su medio tío Subirà, y dos de sus mejores amigos, Artur Mas y Felip Puig, controlaban carteras tan interesantes como las de Medio Ambiente, Política Territorial y Obras Públicas o Economía y Finanzas.

Y de aquellos diez años clave, tras cuatro horas de comparecencia, prácticamente seguimos sin saber nada más que lo que dicen, dicen, dicen...

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