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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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Cuando fuimos Kafka

Pilar Argudo

Hubo un tiempo no muy lejano en que los hijos del baby-boom simultaneábamos los estudios universitarios con algún trabajo que nos permitiera asistir a las clases de una cosa que se llamaba “nocturno”. Ir a “nocturno” requería buscar ocupaciones de media jornada o bien trabajar en banca o en seguros porque el horario era de 8 a 15h. Y así lo hicimos muchos. Imitando a Kafka.

En los años 80 un pujante banco gallego abrió las puertas de su central en Barcelona, en la arteria financiera que era entonces la confluencia del Paseo de Gràcia con la calle Aragó. La nómina la integraban, en su gran mayoría, un nutrido grupo de empleados de origen gallego. Las vistas desde las lujosas oficinas, decoradas con maderas nobles, eran todo un espectáculo. A un lado, las señoriales fachadas modernistas de la manzana de la discordia. Al otro, el edificio austero y gris de la Sociedad Anónima Cros, donde se podía ver entrar a diario al futuro candidato a la Generalitat que más tarde sería ministro de los gobiernos de Aznar, Josep Piqué.

Las moquetas, los documentos timbrados y todo el material del banco llevaban impresos unos motivos marineros que revelaban los orígenes coruñeses de mercadeo ultramarino con las colonias.

La compañía de seguros del grupo tenía un nombre que en euskera significa vértice. Y esa era su enseña. En el vértice –presidencial– confluían como principales accionistas, un ministro de interior en época de Franco ­–lucense por más señas, y que cuando fue presidente de Telefónica popularizó las famosas “matildes”– y una condesa, que ostentaba un título nobiliario con sello de sociedad anónima eléctrica y cuyo nombre de fuentes nos recordaba el de unos filtros de cafetera. Exótico era, eso es innegable.

En aquella especie de “centro gallego”, donde los Touriño eran familia de los Vázquez y los Carballo de los Eyre, se podían estudiar todas las variantes dialectales y todas las tonalidades de la fonética gallega. Aunque, como pasa en todas partes, los de A Coruña no acababan de entenderse con los de Pontevedra, y éstos miraban a los de Vigo o a los de Santiago con los mismos ojos que los de la marina de Lugo observaban a los de Ourense que habían emigrado a Buenos Aires.

Pero llegaba Navidad y la cena de hermandad se celebraba en el restaurante del cliente/amigo que servía el mejor marisco de Barcelona. La carne y otros productos “enxebre” venían (por encargo) desde Chantada, a través de la empresa de “import-export” que el conserje había abierto en el barrio de El Carmel. El vino de Verín se compraba a un proveedor de Xinzo de Limia, que alquilaba sus pisos de propiedad en el barrio de La Florida de l'Hospitalet, donde su familia regentaba una pulpería...

Todos tenían cuenta en el banco gallego y las pólizas de riesgo contratadas en la compañía aseguradora que tenía el logo en forma de vértice. Todo, con el buen gusto y el savoir faire que tienen aquellos que saben sacarle jugo a la vida.

Para apreciar el sentido del humor que flotaba en el ambiente tenías que dejar en la cuneta la creencia de que los gallegos siempre contestan con otra pregunta, descartar los chistes sobados del gallego que no cierra la nevera por si no se apaga la luz y olvidarte de “aquell que diu” que si te encuentras a un gallego en una escalera nunca sabrás si sube o si baja. Vamos, que tenías que desterrar tópicos. Los mismos tópicos que sobre la mansedumbre y el servilismo venimos arrastrando los catalanes desde hace siglos, o la milonga sobre la tacañería y la poca gracia que dicen que tenemos para los chascarrillos.

Dos de los pocos catalanes que se contaban entre los empleados eran el botones y un directivo de familia ilustre de la burguesía barcelonesa, de aquellos que llevan un “de” entre los apellidos.

Un día el botones pronunció una frase que se me quedó prendida en los 20 años que debía tener yo entonces: “Aquí harás buenos amigos que te responderán cuando los necesites, pero que la fortuna quiera que no te encuentres en situación de peligro al lado de un gallego y que sea otro gallego quien te tenga que socorrer, porque ten por seguro que elegirá a su paisano antes que a tí, aunque no lo conozca de nada”.

Los buenos amigos que hice allí, los conservo aún hoy. Los recuerdos –muy gratos– también. Y por suerte, nunca tenido oportunidad de comprobar la certeza de aquella sentencia.

Hace ya tiempo que acabé la carrera y que dejé de trabajar en el banco gallego traduciendo condicionados de pólizas de vida al catalán. Ahora entrevisto escritores.

A los que nos dedicamos a esto, en ocasiones, nos caen en las manos pequeñas joyas literarias o libros que sirven de conector con nuestra propia historia. Por lo que sea.

Debo confesar que al tener ante mí Código Mariano de Antón Losada editado por Roca editorial pensé que era otro libro escrito por un cargo público mientras viaja en AVE con un billete que pagamos usted y yo. Pero no. Es otra cosa.

Léanlo y si encuentran algo mejor, cómprenlo. Disfruten de una reflexión y de una tesis brillante sobre el político que tenía todos los números para ser un eterno actor secundario y que hoy vive en la Moncloa presidiendo el estado español.

Sonrían al contemplar al hombre –no de estado sino de partido– que se comunica a través de una pantalla de plasma, mientras salva el euro paseando en lancha por Chicago con la Merkel.

Descubran al maestro de la ambigüedad y el doble sentido que vive detrás de la caricatura que ha creado para hablar de los hilitos de plastilina, de la niña, del iva de “los chuches” y del fin de la cita. Conozcan a quien fue el registrador de la propiedad más joven de España (a los 24 años!) y que ahora va dejando tras de sí cadáveres políticos de altura, los llamados “caídos por Mariano”.

Vean cómo forjó su particular estrategia de hacer política a base de estudiar bien el temario y de aplicar el lema del opositor a plaza de funcionario: orden, método y constancia.

Observen de cerca el “marianismo”, que se está extendiendo como una mancha de aceite entre políticos y otros profesionales: “la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es una decisión”.

Constaten cómo hace suyas creencias populares, como las que afirman que la prensa de titulares es ruido y la de que de los periódicos sólo hay que creerse dos cosas: el precio y la fecha.

Y llegados al tercio final de Código Mariano, donde Bárcenas y el actual gabinete ministerial toman relevancia y el libro pierde algo de fuste, cojan aire para poder reirse a placer y vuelvan a leer las páginas donde Antón Losada habla de la etapa de Rajoy haciendo del Sr. Lobo de Pulp Fiction.

Recréense en las múltiples citas literarias y cinematográficas y en la exposición teórica sobre la incidencia del paisaje, la orografía y el territorio en nuestro carácter y en nuestra actitud ante la vida. Luego recuperen la cita de que “los gallegos somos siempre aquello que quieren nuestras madres” y valoren si es aplicable en su propio caso aunque no sean gallegos.

Y para acabar, piensen que quien formula la tesis de Código Mariano es otro hombre –formado también en la disciplina del Derecho– con opciones políticas e ideológicas distantes a las de Rajoy, pero también gallego.

Y “hasta aquí puedo leer”.

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