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Repensar la ciudad

Jordi Corominas i Julián

La presencia al frente del consistorio barcelonés de Ada Colau ha levantado y levantará ríos de tintas de múltiples colores. Tanto los partidarios como los detractores arguyen sus argumentos desde una serie de postulados que, salvo honrosas excepciones, no suelen caracterizarse ni siquiera por intentar la objetividad.

Aun así este último año y medio ha propiciado un cambio del paradigma que en primer lugar viene marcado, un factor de hondo calado, por el replanteamiento del modelo de ciudad. Desde mayo de 2015 los críticos a la sobredosis de turismo hemos asistido al milagro de ver cómo nuestras apreciaciones son tomadas en consideración, más que nada por la evidencia de una masificación brutal capaz de generar protestas y por lo tanto informaciones cada dos por tres.

Mientras escribía el último párrafo pensaba en el desastre y el enfado que supone el alud de apartamentos ilegales, una cuestión que colma el vaso y demuestra los peligros de poder morir de éxito. Otras, ya vislumbradas con la sabiduría del paso del tiempo, se encuentran en determinadas zonas de la ciudad donde sus habitantes han sido excluidos sin ningún tipo de consideración. Los barceloneses evitan el passeig de Gràcia o la Rambla para no topar con el parque temático volcado al dinero rápido y cínico, ese maná caído del cielo que llega y se va a la velocidad de la luz, lo que no ha impedido una progresiva gentrificación de ciertos barrios, de Gràcia al Poblenou, amenazados por intereses inmobiliarios y en peligro de perder poco a poco su identidad natural.

Esto ha provocado un renacimiento, si es que alguna vez se fueron, de los movimientos vecinales que en cierto sentido camina acorde con las intenciones del Ayuntamiento de gobernar para todos los ciudadanos, sin excepción. Estas últimas semanas el foco se ha trasladado a la Sagrada Familia a partir de las declaraciones del concejal Daniel Mòdol, quien definió la obra eterna, por inacabada, de Gaudí como una mona de pascua. No le quito del todo razón en sus afirmaciones.

Creo que cuando esté terminada será el mejor sitio para contemplar la belleza de la capital catalana, más que nada porque al estar en su cima nos ahorraremos su visión. Lo mismo opinan muchos en Roma del Altar de la patria y lo mismo consideraba Guy de Maupassant de la torre Eiffel y por eso cenaba siempre que podía en su restaurante, pero esa no es la cuestión.

En Barcelona, una discussió entranyable, Josep Pla miraba la monumental basílica con ojos juveniles y esgrimía que le resultaba impresionante encontrársela en esa especie de páramo que era el barrio que la cobija. El Sant Martí de 1925 dista mucho del actual y el mayor prosista que ha dado Cataluña analizaba la construcción desde el inmenso terreno vacío que le daba brillo. La observabas de lejos, ibas acercándote y no llegaba el momento de tenerla a un palmo de la nariz. Eso la convertía en especial y en una rareza.

Sigue siéndolo, pero desde otra perspectiva. La locura especuladora de esa zona ha provocado que ahora mismo sea una bestia rodeada por edificios, dos parques y muchos autobuses. Mòdol sin querer ha reavivado la cuestión, ha surgido el tema de los impuestos que nunca se han pagado y al plantear un diálogo sobre la piedra filosofal que convoca a tantos turistas saldremos ganando porque al hablar de esa absurda iglesia en pleno siglo XXI nos desplazamos al meollo de la problemática que exige repensar la ciudad para hacerla más habitable para todos sus residentes.

Los juicios estéticos no cambiarán nada. Sin embargo somos levantinos, nos pierde la estética e inaugurando la discusión, nada entrañable, a partir de una frase rotunda puede que nos perdamos. Entre las muchos interrogantes que flotan en el ambiente está cómo combinar la monumentalidad con la lógica de no verse sometidos a la implacable tortura económica que nos convierte en una segunda versión de Venecia sin islas de por medio porque quizá lo somos en la tierra firme.

¿Apostamos por redoblar la apuesta y entregarnos a los bárbaros con sandalias, en los que nos convertimos cuando salimos de viaje, o acatamos una lógica intermedia?

Es posible meditarla, porque como la herida se ha enquistado necesitaremos años hasta dar con la tecla justa. Mientras tanto otros factores apuntan a un replanteamiento del espacio urbano.

Buena prueba de ello son las discutidas, en general sin argumentos racionales, súper islas, una idea brillante que poco a poco cuajará. Si preguntáramos, por ejemplo, a los graciencs si querrían algo similar para su barrio responderían afirmativamente, y lo mismo harían muchos otros, estoy convencido. En esto entra otro punto fundamental que mezcla convivencia y sostenibilidad. Deseo de todo corazón que el siglo XXI asista de forma progresiva a la desaparición del automóvil privado como método de desplazamiento.

Las súper islas fomentan la interacción vecinal, incrementan la posibilidad de valorar el transporte público y propiciarán otro modo de entender la ciudad por parte de sus habitantes entre la peatonalización y la reducción de emisiones contaminantes allá donde se apliquen.

La otra muestra de debate se inserta en el contexto histórico que afecta a toda Catalunya. El procés ha alterado el mapa político y algunos como la CUP lo usan en Barcelona para lanzar propuestas descabelladas, casi como si sus asesores sobre la Historia de la ciudad fueran humoristas.

Tras lo de Colón ha llegado el turno de cambiar el nombre del Poble Espanyol por Iberona, nombre propuesto por Puig i Cadafalch, de quién celebraremos el 150 aniversario de su nacimiento en 2017. Del arquitecto y político, una combinación con un olor a corrupción urbanística a investigar con mucho esmero, recuperamos hace poco sus cuatro columnas de Montjuic.

No seré yo el que elogie lo que se hizo con la montaña olímpica en la Expo de 1929 para españolizar Barcelona, pero con arreglos cosméticos poco ganaremos mientras sí podremos hacerlo, lo he dicho en más de una ocasión, con pedagogía de lo que tenemos en Barcelona. Si se conoce se aprecia mejor el legado.

La última e inevitable diatriba está en las calles borbónicas y la exposición que esta semana se inaugura en el Born. Volvemos a una de las bases de este artículo. Los detractores se quejan sin ninguna tesis sólida. Quienes lo organizan pecan de una encomiable ingenuidad: nadie en este tiempo desconcentrado se lee las declaraciones programáticas. Si lo hicieran verían una intención positiva de revisar la Historia desde una perspectiva plural, la misma que articula este replanteamiento de la ciudad que desde lo diverso quiere incidir para bien en la totalidad.

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