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Joan Fontcuberta, la mentira plausible

Joan Fontcuberta, Sputnik

J.M. Costa

Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) es un simulador. No tanto un apropiacionista del arte del pasado, como sucedía en los años 80 con artistas como Sherrie Levine (1947), que repintaba Mirós. La simulación de Fontcuberta tiene que ver con la falsedad de la fotografía como reflejo de la verdad (externa). Y, en su caso, suplementar esa exhibición de la falsedad con una crítica implícita de según que acontecimientos. Sumada a un tipo de performance fotográfica que recuerda las que han llevado a una Cindy Sherman (1954) hasta la cumbre de la fotografía contemporánea.

No es minusvalorar el trabajo de Fontcuberta recordar que no es el primero en plantear el tema de la falacia de la fotografía como retrato de una verdad externa. Thomas Ruff (1958) entre los alemanes de la misma generación que Fontcuberta ha hecho de eso mismo el eje central de su trabajo. Bien mirado, todos sabemos que las primeras fotografías de guerra, las de la de Crimea y Secesión americana (1853–1856 y 1861–1865, respectivamente), ya fueron manipuladas.

En último término, las fotografías, son solo verdad en sí mismas, en tanto objetos con una imagen. El canadiense Jeff Wall (1946) hace ver que las fotografías no son buenas para contar historias, que su instante no puede contener una narración. Por lo tanto sus fotografías, escenificadas hasta el último detalle ¿son irreales? Porque esa falsedad manifiesta puede encender la imaginación. Todo esto lo sabe bien Fontcuberta, que aparte de artista es un estudioso de la fotografía.

La necesaria y curiosa retrospectiva

Imago, Ergo Sum, en el Depósito del Canal de la calle Santa Engracia, viene a ser una retrospectiva de los últimos años de Fontcuberta. El fotógrafo y el comisario de la exposición, Sema D’Acosta, han sabido aprovechar bien un espacio bastante ingrato, un antiguo depósito de agua del Canal de Isabel II. Cada una de las obras está dispuesta en una escenografía diferente. Porque en realidad cada una está ideada para una situación, un lugar y un montaje ideales. Todas ellas presentadas con el aparato documental que suele acompañar las cosas que se pretenden verdaderas.

La primera se llama Herbarium. Viene a ser un muestrario de plantas imposibles, creadas por una mezcla de detritus, tanto vegetales como inorgánicos. Pueden recordar un poco a los montajes antropomorfos del americano Joel-Peter Witkin (1939) pero con un sesgo de ironía. Porque ya a partir de este comienzo, se hace patente esa constante en Fontcuberta. Estas plantas son fantásticas, pero parecen casi reales por el hecho de ser presentadas como si estuviéramos en un gabinete de ciencias naturales. También es un homenaje al clásico Urfomen der Kunst (Formas primarias del arte) del fotógrafo alemán Karl Blossfeldt (1865–1932) y un recuerdo al jardín botánico experimental (genética) establecido por la United Fruit Co. en Honduras. En realidad no hay un engaño total, las cosas se advierten, pero es todo tan plausible…

Algo semejante sucede con Fauna (en el relativamente cercano Museo de Ciencias Naturales), teóricamente basada en trabajos sobre excepciones y rarezas biológicas de unos insistentes profesores alemanes Peter Ameisenhaufen y Hans von Kubert (sosias de Fontcuberta y Pere Formiguera, quien colaboró en el trabajo).

Seguramente la obra más espectacular en esta muestra sea Sputnik. En ella Fontcuberta trata sobre el misterioso caso de Ivan Istochinikov, unos de los primeros cosmonautas soviéticos, cuya memoria fue borrada porque su vuelo Soyuz 2 (no confundir con el cohete tipo Soyuz 2) resultó un fracaso inasumible para las autoridades de la época, 1968. Istochinikov aparece aquí antes de esa misión, saludando a obreros, a niños, en retratos a lápiz de artistas callejeros, a punto de entrar en la cápsula… Solo que Istochinikov es en realidad el propio Fontcuberta, que en un trabajo de fotomontaje bastante abrumador ha situado su rostro en esas situaciones. En su instalación ideal (que como en todos los casos aparece en un muy buen catálogo), Sputnick incluye trajes espaciales, una gran maqueta de la nave, chapas conmemorativas…

En tono semejante aparece Pin Zuang, sobre la historia de un avión de reconocimiento/espía norteamericano, que aterrizó de emergencia en China y que los chinos devolvieron a pedazos (2001). Lo que se propone son múltiples y muy locas posibilidades para reconstruir el aparato. Aunque se sustituye el verdadero EP-3E ARIES II, que era un avión antiquísimo procedente de los años 60, por modelos bastante más modernos y cuyas parte son menos obvias, más intercambiables.

Los Milagros ven a Fontcuberta vestido de pope en un monasterio del este de Europa especializado en milagros de todo tipo y que se vende prácticamente como una escuela de negocios. Es divertido, pero lo irónico cae en lo paródico. Y resulta mucho menor efectivo porque en realidad toda la exposición se basa en una ilusión vagamente plausible. Milagros, en cambio, es increíble desde la primera mirada.

Sucede un poco lo mismo con Deconstructing Osama, sobre el supuesto cerebro en la sombra de Al Qaeda junto a Bin Laden, que tampoco produce esa (momentánea) suspensión de la incredulidad que sería necesaria. Trepat vuelve a funcionar. Las industrias Trepat, de maquinaria agrícola (1914-2004) tienen en efecto un museo con un archivo fotográfico fantástico. Fontcuberta pretende que por allí pasaron Man Ray, Alexander Rodchenko, Charles Sheeler… Grandes clasicos de una nueva fotografía industrial. Por supuesto ninguno de ellos se acercó a Tárrega, pero Fontcuberta hace como que sí.

Todo lo anterior queda bien expuesto en la exposición y casi mejor en el catálogo, en el cual pueden leerse detalles de cada historia y hacerse idea de los montajes ideales. Porque una de las cosas más interesantes en Fontcuberta es que prácticamente en todos los casos el tema adopta también forma de libro, como corresponde a una concepción no exclusivamente museística de la fotografía. Imago es pura documentación fotográfica. Falsa, cierto, pero ¿cuál no lo es?

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