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Sobre las acepciones del término “óbolo”

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Hoy me ha recorrido un escalofrío al oír en la radio una cuña del Ayuntamiento de Cádiz. “En Cádiz los mayores son nuestro mayor tesoro…” comienza. Obviaré la redundancia, para no pecar de purista, pero me resulta imposible pasar por alto que la empresa que se encarga de hacer efectivas las medidas que en Cádiz facilitan a los mayores “vivir con dignidad” tiene el inquietante nombre de “Óbolo”.

Me gustaría creer que ni las mentes preclaras de nuestra cámara municipal ni los fundadores de la empresa citada conocen con exactitud las acepciones del término “óbolo”. En concreto, aquella que más lo aleja de la idea de “vivir con dignidad”: un óbolo era la moneda de menor valor en el mundo griego, la que se daba a los pobres, es decir, a aquellos que carecían de dignidad. Pero, conociendo la eficacia real de las medidas que el Ayuntamiento de Cádiz provee para “promover el bienestar, la autonomía y la calidad de vida” de lo que es “su mayor tesoro”, según se difunde en la radio, en lugar de óbolos se me vienen a la cabeza las 30 monedas de Judas...

Y sé de lo que hablo: tengo una madre de 90 años, que ha contribuido religiosamente a la Hacienda pública durante toda su vida y que, en la actualidad, necesita de esa ayuda que por ley le corresponde y que, también por ley, le ha sido otorgada. Es una persona dependiente (oficialmente de grado II y propuesta para el grado III) y discapacitada (en un 65%). Sin embargo, no sabemos por qué causa (no conseguimos una explicación satisfactoria, por más que la hemos solicitado) no se le brinda la asistencia domiciliaria que se le ha concedido. Ni la empresa en cuestión, con la que resulta imposible contactar, ni el propio Ayuntamiento, ni, en su nombre, la Delegación de Servicios Sociales son capaces de darnos una razón que aclare por qué no se le facilita ya esa ayuda que el Ayuntamiento “ha puesto en marcha”, conforme a lo que proclama por los medios de comunicación, para incrementar el bienestar de los mayores gaditanos que tan felices parecen vivir en nuestra ciudad.

Supongo que la intención última del 'spot' al que me refiero es rascar algún voto de la sensibilidad a flor de piel que muchas personas muestran en Navidad. Quiero creer que la decisión de la empresa de servicios de llamarse precisamente “óbolo” o la del Ayuntamiento de Cádiz de contratar una entidad con este nombre es una casualidad atribuible simplemente al azar o la ignorancia y que, tras ellas, no hay ninguna intención más.

Porque, si pienso seriamente que todo esto no es una casualidad, sino que está conectado con otra de las acepciones del vocablo “óbolo” (la moneda que los griegos y los romanos ponían en la boca de sus difuntos para pagar por sus servicios a Caronte, el barquero que debía transportar sus almas hasta el más allá), se me ocurre que la estrategia de demorar la prestación de los servicios que corresponde a estos ciudadanos, en una sociedad tan envejecida como la nuestra, debe reportar a las instituciones implicadas un ahorro considerable. Y quién sabe si, con el rédito de dejar morir desatendidos a nuestros ancianos, lo que precisamente se financia es esa publicidad radiofónica o la profusa decoración navideña que estos días invade nuestras ciudades. Sea como sea, nada que contribuya de manera sustancial a la cacareada dignidad de ese gran “tesoro” que estamos despilfarrando.

Y entonces otro escalofrío, más intenso aún, resulta ineludible.

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