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Muere Brian Aldiss, master de múltiples universos, genio de la Ciencia Ficción

Brian Wilson Aldiss, mito de la Ciencia Ficción

Marta Peirano

El mundo de la literatura fantástica, especulativa y de la ciencia ficción está de luto: Sir Brian W. Aldiss, el gran anciano de la ciencia ficción británica, falleció el pasado viernes en su casa de Oxford, rodeado de hijos, nietos y amigos, pocas horas después de celebrar su 92 cumpleaños.

Los medios repasan hoy un legado que ya era leyenda antes de su muerte. Nosotros, también.

Un mal comienzo

La madre de Aldiss era una mujer bella y fría que lo mandó al internado cuando nació su hermano. Este dato es significativo. Devorador de comics y de novelas baratas en una infancia triste marcada por el divorcio y las debilidades psicoanalíticas, empezó a escribir a los seis años para distraerse del maltrato. Del internado pasó al ejército, un cambio a mejor.

“Pasar del internado a la seguridad y la comodidad de la armada británica fue maravilloso”, escribiría sin ironía mucho después. El ejército le llevó a Indoniesia, de Burma y a Sumatra, donde enamoró a una mujer casada. Las mujeres fueron su tormento y su obsesión, incluyendo a su fría madre y la directora del internado, pero la experiencia de la guerra y las colonias marcarían su universo moral durante toda su vida. Después lo destacaron a Hong Kong y a Macau y, a la vuelta empezó a trabajar en la librería Sanders' de Oxford. Allí se casó con la secretaria del dueño.

El matrimonio resultó ser tan infeliz como su infancia, pero pronto llegaron su primer hijo y su primer relato, Criminal Record, en 1954. La publicación de The Brightfount Diaries un año más tarde, una colección de relatos sobre la vida de la librería, le permitió abandonar la propia librería, un trabajo que detestaba, y dedicarse a escribir. Su moderado éxito atrajo premios, una segunda hija y un amargo divorcio. Su mujer vendió la casa y se llevó dinero y niños a la Isla de Wright, donde apenas podía verlos. Aldiss pasó a malvivir solo en un cuartucho miserable en la mugrienta Paradise Square de Sheffield, robando cajas de Lego para regalarle a su hijo. También llegaron los largos baños de brandy con sus amigos Kingsley Amis, Bruce Montgomery y otra excelente compañía literaria y pésima influencia personal.

En 1961 se casó con Margaret Manson, otra secretaria, con la que tendría dos hijos y que probablemente le salvó la vida. Empezó la gran época de su esplendor literario, una carrera meteórica que sería tan provechosa para el protagonista como para la Ciencia Ficción.

De la psicodelia a Heliconia

HeliconiaLos 50 y los 60 fue la era dorada del género, alimentada por promesas de coches voladores y las colonias espaciales, el recuerdo de la última gran guerra y la amenaza nuclear. Empieza con la psicodélica A cabeza descalza, un homenaje a Finnegans Wake, sigue con la clásica Non-stop y se pone interesante con la modernista Barbagris, donde la humanidad es incapaz de procrear y empieza a envejecer sin remedio, un lugar recurrente en su literatura.

Se convierte en jurado habitual en premios y festivales junto con su amigo Amis, llegan los grandes viajes, el casi-lujo de no pensar en el dinero, compra una casa. Prolífico en la desgracia, descubre serlo más en la tranquilidad. Se desmarca como hacedor incansable de mundos complejos y ejercicios de empatía extrema, no siempre con humanos. A menudo con AI.

Por ejemplo, el posterior Los superjuguetes duran todo el verano , un bellísimo y perturbador relato en el que una mujer consuela sus ansias maternales con un robot. El tiempo pasa y madre y niño se aman con el amor convencional de una madre y un hijo. Hasta que ella puede dar a luz y el juguete vuelve a su caja. La melancolía que caracteriza este cuento es la del niño que creció ansiando el amor que le niegan aquellos que está programado para amar. Era un cuento irresistible, tanto que Aldiss trabajó con Stanley Kubrick en una adaptación al cine que terminó Steven Spielberg y se llamó A. I. Inteligencia Artificial.

La tramposa sencillez del cuento queda reflejada en este diálogo entre “el niño” y su oso Teddy.

—¡Teddy, no sé qué decir!
—¿Qué has dicho hasta el momento?
—He dicho… —Cogió su carta y la miró fijamente—. He dicho: «Querida mamá, espero que te encuentres bien. Te quiero…»
Se hizo un largo silencio, hasta que el oso dijo:
—Suena bien. Baja y dásela.
Otro largo silencio.
—No acaba de convencerme. Ella no lo entenderá.
Dentro del oso, un pequeño ordenador activó su programa de posibilidades.
—¿Por qué no lo repites a lápiz?
David estaba mirando por la ventana.
—¿Sabes lo que estaba pensando, Teddy? ¿Cómo diferencias las cosas reales de las que no lo son?
El oso repasó sus alternativas.
—Las cosas reales son buenas.
—Me pregunto si el tiempo es bueno. Creo que a mamá no le gusta mucho el tiempo. El otro día, hace muchísimos días, dijo que el tiempo se le escapaba. ¿El tiempo es real, Teddy?
—Los relojes miden el tiempo. Los relojes son reales. Mamá tiene relojes, de modo que deben gustarle. Lleva un reloj en la muñeca, junto con el dial.
David había empezado a dibujar un jumbo en el reverso de su carta.
—Tú y yo somos reales, ¿verdad, Teddy?
Los ojos del oso contemplaron al niño sin pestañear.
—Tú y yo somos reales, David.
Estaba especializado en dar consuelo.

También hay recipientes orgánicos de su inagotable empatía. En la de pronto super relevante HARM (2006), un joven dibujante de cómics británico y musulmán cuya vida cambia radicalmente cuando las histéricas autoridades interpretan su última obra como parte de un complot para asesinar al primer ministro. Acaba en uno de los Centros de detención clandestino de la CIA. También se hizo vegetariano leyendo a Tolstoi.

Aldiss disfruta de una cómoda existencia hasta que, en 1981, su contable le explica que ha hecho mal los números y que debe una cantidad absurda de dinero a Hacienda. Vende todas sus pertenencias, incluyendo la casa y su biblioteca. La depresión y la crisis matrimonial que siguieron al susto propiciaron Heliconia, la trilogía que muchos consideran la obra magna del prolífico autor, incluyendo el propio Aldiss. Cuando Margaret muere de cancer en 1997, el destrozado Aldiss escribe sobre la experiencia en When The Feast Is Finished. Dicen que nunca se recuperó.

Feminista, incluso

El reconocimiento fue unánime y persistente en el tiempo. Fue nombrado miembro de la Royal Society of Literature en 1990 y declarado Gran Maestro de los Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de América en el año 2000. También recibió la Orden del Imperio británico en 2004, dos premios Hugo y un Nébula, los más preciados de la Ciencia Ficción.

Aldiss encontró su lugar entre la lírica excentricidad de Robert A, Heinlein (ojo su crítica de Starship Troopers, “una novela de segunda clase de la que solo hay críticas de tercera clase”) y las perversas visiones de Ballard. Fundador de la nueva ola británica junto con Ballard y Michael Moorcock, contemporáneo de Kurt Vonnegut y SamuelR Delany, Aldiss era también su divulgador, editor ciencia ficción en Penguin, patrocinador incansable de los ilustradores de lo fantástico, tan creadores de mundos como los autores a los que acompañan.

Hasta era feminista. En su ensayo Trillion Year Spree: The History of Science Fiction (Avon, 1988), declaró sin ambigüedad que Mary Shelley era la madre de toda la ciencia ficción y se cabreó como una mona cuando el jurado del Booker, del que era miembro, otorgó el premio a Salman Rushdie por Hijos de la Medianoche en 1981 y no a Doris Lessing por Canopus en Argos.

Su perdida es tan inmensa como productiva fue su vida. Le sobreviven todos sus hijos, y más de un centenar de libros, incluyendo novelas, relatos, poemas y 20 antologías del género que ayudó a elevar por encima de de géneros.

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