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Haití: “Después de seis años del terremoto, esto solo es el principio”

Camp Cano es uno de los 45 campos de desplazados que hoy siguen abiertos en Haití | Fotografía: Borja Moncunill

María José Carmona / Paloma García

Puerto Príncipe (Haití) —

La temperatura supera los 30 grados, la humedad no baja del 60%. Son las 12 del mediodía y el sol achicharra los tejados de latón. Desde el cielo, los destellos de luz asemejan el baile de pequeñas luciérnagas, pero en la tierra la estampa se presta mucho menos a la imaginación. Centenares de chozas improvisadas, construidas de chapa y madera, se extienden con ansia a lo largo de la colina, casi la devoran. Todas ellas, unas 450 cabañas, forman Camp Cano, uno de los campos de desplazados que se crearon en Haití tras el terremoto de 2010 y que hoy sigue abierto.

Seis años después del seísmo, este asentamiento asomado a la bahía de Puerto Príncipe casi se ha convertido en un barrio más, pero con todas las carencias imaginables. “No tenemos luz ni agua corriente. Tampoco hay hospitales, ni parques, ni escuelas”, se queja Jonás Edeis, presidente del comité de vecinos. La necesidad les hizo unirse para hacer llegar sus demandas al Gobierno haitiano y la lista no tiene fin.

“No hay alumbrado, recogida de basuras, ni red de saneamiento”, insiste. El hacinamiento y la falta de higiene son palpables. Tan solo disponen de catorce letrinas para las más de cuatrocientas familias que viven allí. “Al menos tenemos un techo y el lugar es tranquilo. Lo malo es cuando llueve. Las casas y las calles se llenan de agua”, explica Theava Viasama, una de las habitantes.

Las “calles” son los estrechos caminos de tierra que discurren de forma caótica sorteando las cabañas. Aquí no hay normas, las infraviviendas se levantan unas junto a otras sin respetar la distancia mínima de seguridad en un terreno potencialmente peligroso. Cualquier movimiento de tierra podría hacerles revivir las pesadillas de un pasado no demasiado lejano.

Actualmente 60.800 haitianos continúan viviendo en campos de desplazados como Camp Cano, la mayoría en las proximidades de la capital. No obstante, el paisaje de hoy es muy distinto al de los días posteriores al seísmo. Durante estos seis años, se ha reducido en un 96% el número de asentamientos. De los 1.500 que se levantaron para dar cobijo al millón y medio de personas desplazadas, ahora solo quedan 45.

Como afirma Soro Moussa, jefe de proyecto en Haití de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), “el cierre de los campamentos ha sido el gran éxito de la reconstrucción de Haití”. Organizaciones haitianas matizan, sin embargo, esa visión optimista. Aunque las carpas y tiendas de campaña ya no inunden las plazas públicas de Puerto Príncipe, los verdaderos problemas de fondo —no hay que olvidar que Haití ya era el país más pobre del continente americano antes del terremoto— siguen existiendo.

Basta con pasear por barrios como Martissant, al sur de Puerto Príncipe. La mayoría de sus habitantes trabajan en la calle, vendiendo lo que pueden. Desde gallinas a productos de limpieza o platos de arroz. Es la única vía para subsistir en un país donde el 80% de la población vive de la economía informal. Vendedores ambulantes extienden sus mercancías sobre el asfalto esquivando las bocanadas de humo de decenas de tubos de escape que cada día colapsan las calles. Junto a ellos, el hedor de las basuras y aguas sucias se hace insoportable. La falta de saneamiento convierte cada rincón en un foco de infecciones y explica la rápida expansión de epidemias como el cólera.

“Las enfermedades están directamente vinculadas con sus condiciones de vida. La mayoría de la población no tiene acceso a agua corriente ni red de saneamiento, no tienen dónde tirar la basura y suele haber desechos humanos en la calle. La extrema pobreza es el problema”, señala Azaad Alocco, jefe de misión de Médicos Sin Fronteras en Haití y responsable del único centro de salud 100% gratuito del barrio de Martissant.

Hacen falta infraestructuras y servicios sociales, insisten las ONG locales. “Después de seis años de reconstrucción, esto solo es el principio. Sin agua corriente, salud o electricidad solo se está construyendo un problema mayor. La verdadera reconstrucción debe empezar por resolver la inequidad social y económica”, defiende Antonal Mortime, portavoz de la Plataforma de Organizaciones Haitianas por los Derechos Humanos.

Hoy Haití se encuentra entre los 25 países menos desarrollados del mundo, más de la mitad de la población vive en situación de pobreza y los niveles de desigualdad se sitúan entre los más altos. Según Naciones Unidas, en los dos próximos años harán falta 400 millones de dólares para atender problemas como la inseguridad alimentaria, las dificultades de acceso a la educación y el empleo o la prevención del cólera. Valores que no miden los sismógrafos pero que, igualmente, ponen en peligro el futuro del país.

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