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Programar es un juego de niños: los “clubs de código” aterrizan en España

Las actividades están enfocadas sobre todo al ocio y el entretenimiento

Lucía Caballero

Las actividades extraescolares de los colegios suelen incluir desde lecciones de algún instrumento musical hasta idiomas, pasando por deportes varios. Los más atrevidos pueden apuntarse también a clases de ballet o teatro. Cuando los niños son más mayores, en las listas de propuestas de los centros y empresas que trabajan en este ámbito aparecen asuntos más serios: clubs de estudio, de matemáticas o de informática.

La ciencia hace acto de presencia, pero casi siempre en una versión bastante cercana a lo que aprenden en las asignaturas obligatorias. ¿Por qué no añadir a la lista algo realmente innovador?

“Tanto a Sergi Valverde, que es ingeniero informático, como a mí, que soy física, nos gusta la ciencia”, asegura a HojaDeRouter.com Mireia Dosil. “Hacía tiempo que queríamos empezar alguna actividad que nos permitiera acercar esta disciplina a los niños de nuestra localidad”, continúa. En 2013, los dos compañeros -que viven en Besalú (Barcelona)- conocieron el proyecto Club de Código UK (Code Club UK, en inglés) y decidieron adoptar la idea y trasladarla a su comunidad.

El objetivo de esta iniciativa, nacida hace dos años en Reino Unido de la mano de Linda Sandvik y Clare Sutcliffe, es impartir talleres para niños en los que les enseñan a programar de manera sencilla y entretenida. “Nuestra misión es dar a todos los niños de entre 9 y 11 años la oportunidad de aprender código, difundiendo los materiales y estableciendo un marco en el que puedan desarrollarse las actividades”, explica Ros Williams, otro de los miembros de la iniciativa británica. En un principio, Williams y sus compañeros se centraron en difundir la idea en su país, pero el proyecto se ha vuelto más ambicioso: “queremos dar esta oportunidad a todos los niños del mundo”.

“Cuando contactamos con los responsables ingleses, nos contaron que ese mismo verano iban a lanzar Code Club World, comenta Dosil. La propuesta se hacía así más abierta y los organizadores del país anglosajón se convirtieron en un puente entre todas las comunidades que quisieran imitarles: aportan los contenidos y herramientas básicas para los cursos, consejos y vídeos explicativos. Además, están a disposición del resto de participantes para ayudarles a implantar los talleres a nivel local.

Ni un duro de por medio

“Somos una comunidad de voluntarios que imparten los talleres como actividades extraescolares”, explica Williams. “Los programas los crean personas con alguna formación relacionada con la informática: pueden ser desde desarrolladores de ‘software’, hasta diseñadores web, investigadores o artistas digitales, apoyados por profesores de alguno de los colegios”, prosigue.

La red de clubs de código cuenta ya con más de 2.500 sedes en todo el globo. En el mapa que puede consultarse en la web del Code Club World aparecen 11 puntos en España. Uno de ellos está en Madrid. Es el Forenex Code Club, que pertenece al programa Forenexlabs de la empresa Forenex, dedicada a la organización de campamentos de verano y talleres diarios en inglés. Ofrece varias ofertas relacionadas con el mundo de la tecnología infantil: desarrollo de aplicaciones, programación, robótica y creación de blogs. Sin embargo, su filosofía difiere de la del Code Club original: las actividades, aunque llamativas, no son gratuitas, ni sus organizadores trabajan de forma desinteresada.

En Little Genius, la ubicación de Logroño, aún no han comenzado con el programa de actividades, aunque dicen que planean hacerlo pronto. El resto, nueve sedes, están en Cataluña.

“Nosotros tradujimos los materiales, creamos una web propia y le dimos vida al proyecto Code Club Cataluña, prosigue Dosil. ”Los talleres se realizan en lugares públicos que dispongan de ordenadores“. Suelen hacerse en las mismas clases de los colegios, pero también en bibliotecas u otras instituciones culturales.

Según el miembro del equipo británico, los profesores quedan intrigados cuando uno de los voluntarios con conocimientos de programación les propone crear un club para su clase. “Algunos están más interesados en informática que otros, pero todos ayudan a los inexpertos docentes a llevar los talleres satisfactoriamente”, dice Williams.

Muchos interesados se ponen en contacto con los organizadores, pero a otros los encuentran en lugares más específicos. “Vamos a conferencias a nivel nacional e internacional, llamamos a empresas y les animamos a que su plantilla colabore como voluntario”, afirma el inglés.

Como impulsores de la iniciativa en su comunidad, Dosil y Valverde tienen una función doble, similar a la de Williams y su equipo. “Por un lado gestionamos los talleres del Code Club en Besalú, en el Instituto Escuela Salvador Vilarrasa”, indica la física. Este último curso han empezado a impartir los talleres a 21 alumnos de 5º y 6º de primaria. Lo han hecho después del colegio, en el aula de informática del centro. En septiembre, continuarán con un segundo nivel más avanzado para aquellos que quieran ampliar su formación. No contentos con esto, van a incluir también la programación como contenido curricular para las clases de los alumnos de 5º, al menos durante un trimestre del año académico.

Por otro lado, también se encargan de preparar los contenidos para los diferentes integrantes de la comunidad Code Club catalana. “Traducimos los materiales, creamos nuevos retos para los niños, difundimos el proyecto y mantenemos un ‘feedback’ con el resto de voluntarios”, enumera Dosil.

“Soy profesor de secundaria, pero trabajo como asesor especializado en formación, innovación y recursos en el Centro de Recursos para Profesores del Baix Ebre”, explica Artur Tallada. Desde febrero, Tallada imparte los talleres del Club de Código de Amposta, un municipio de la misma comunidad. El docente ha utilizado los contenidos que ofrece el equipo de Dosil y Valverde en su web. Asegura que son claros y que no ha tenido ninguna duda a la hora de poner en marcha el proyecto, ni de dar las clases extraescolares (también gratuitas) en uno de los colegios de la ciudad. Ahora planea ofrecer las actividades también a los otros dos centros de Amposta.

Los siguientes pasos

El próximo curso, Dosil y su equipo esperan que se unan a la familia 10 nuevos clubs, organizados por profesores y padres, y otros 20 en bibliotecas públicas diseminadas por toda Cataluña. En este último proyecto colaboran también la Generalitat y las universidades Politécnica y Oberta. “Los voluntarios son estudiantes de ingeniería informática u otras carreras relacionadas que gestionarán en parejas cada uno de los talleres, recibiendo a cambio créditos de libre elección”, aclara.

La comunicación con el grupo de voluntarios británicos es fundamental para compartir las novedades pensadas por cualquiera de las partes. “Muchos de los desarrolladores evolucionamos código que nos es útil al resto de la comunidad, independientemente del país”, explica la responsable de la iniciativa. Hablan por correo, a través de las redes sociales o utilizan herramientas como Github, que facilitan la gestión y coordinación de proyectos conjuntos. Con el resto de miembros catalanes es más sencillo, puesto que gran parte de los clubs están implicados de alguna forma en la gestión del proyecto.

Dosil considera que la gratuidad está en el ADN del proyecto. Para ellos el trabajo que implica no supone demasiado esfuerzo, sobre todo porque les gusta. “Solo requiere algunas horas a la semana y ganas de pasar un rato divertido con los niños”. No obstante, la gestión de todas las iniciativas de su comunidad necesita más dedicación. “Trabajamos fuera de horas de trabajo, tirando de horas de sueño y familia”. De nuevo entra en juego la ilusión: “el hecho de que nos encante lo que hacemos nos permite alargar los días un poco más”.

Para que un niño de 9 o 10 años pueda entender los conceptos complejos y abstractos característicos del mundo de la programación, es necesario simplificar las explicaciones y, sobre todo, adaptarlas a una visión infantil. “Revestimos los problemas con situaciones que ellos encuentran desafiantes y entretenidas”, afirma Dosil. Williams coincide con la española: “los clubs están pensados para ser divertidos, no son clases normales”.

Explicar a un niño cómo funciona el código de un ‘software’, incluso en el caso de uno sencillo, no está al alcance de cualquiera. Sin embargo, Williams afirma que no es necesario que los voluntarios tengan experiencia dando clase. El único requisito es que cuenten con unas nociones básicas de programación e informática para poder contar a los niños los objetivos de cada taller y solucionar sus dudas. En el caso de Tallada, la situación es la contraria: él es profesor. Sin embargo, tampoco tuvo ninguna dificultad.

Conocer la tecnología desde otro punto de vista

Dosil indica que uno de los objetivos es que los chicos se familiaricen con los algoritmos que hacen funcionar los aparatos de uso cotidiano. “Este año hemos planteado a los niños una actividad muy divertida relacionada con la criptografía y otra de interacción usuario-máquina que utiliza cámaras 3D”, cuenta la científica. En esta última, los participantes en el taller podían modificar las opciones del Space Invaders, un clásico de los videojuegos ‘arcade’ de matar marcianosSpace Invaders. En vez de utilizar el teclado, consiguieron que una cámara de infrarrojos Kinect detectara sus movimientos y los tradujera en disparos de las figuras virtuales.

Han estructurado las clases por trimestres, como en las asignaturas elementales, y en base a esta división se organizan también los contenidos.

“En el primer y segundo trimestre enseñamos Scratch”, afirma la catalana, en referencia a un lenguaje de programación creado por investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) específicamente para los niños: el código se divide en bloques con forma de piezas de lego que los chavales pueden encajar como en el juego de construcción. El éxito de la idea del MIT es tal que Scratch funciona actualmente casi como una red social: “cada uno tiene su identidad allí y puede crear y compartir sus proyectos”. Hay incluso una ScratchJr, enfocada a niños de entre 5 y 7 años.

En el tercer y cuarto trimestre, la complejidad aumenta: “les enseñamos programación web con HTML y CSS, y en el último aprenden a programar pequeñas aplicaciones en el lenguaje Python”.

Las actividades tienen distintos grados de dificultad que se adaptan a las capacidades de cada alumno. “Los más avanzados pueden continuar ‘hackeando’ sus programas, mientras que los que encuentran más dificultades pueden seguir con un modelo de juego básico”, dice Dosil. Por su parte, Tallada explica que “los participantes pueden adaptar el diseño a sus preferencias, cambiar algún personaje o variar parámetros para aumentar la dificultad del juego”.

En los talleres, la forma de trabajar se rige por el proceso de aprendizaje basado en problemas. “Se plantea una situación y cada alumno la soluciona interaccionando con los compañeros. El voluntario solo interviene si es preguntado”.

Beneficios de ser miembro de un club de código

Los impulsores catalanes creen que aprender código no es un fin en sí mismo, sino que es un medio para que los niños adquieran otras competencias. Aunque a ellos les muevan las ganas de divertirse creando sus propios juegos, lo que se llevan va más allá del mero entretenimiento. “Cuando un niño tiene la oportunidad de diseñar un programa, desarrolla su creatividad y aprende a planificar y organizar su trabajo y sus ideas”, sostiene la física. Además, refuerza conceptos que ha aprendido en clase, sobre todo en matemáticas.

Williams sostiene que la cultura digital es fundamental en el mundo moderno y asegura que ellos están contentos si los chicos continúan desarrollando su creatividad tecnológica, ya sea como ‘hobbie’, estudios o trabajo. Además, añade otra variable a la ecuación: la satisfacción personal. “Los asistentes se lo pasan muy bien y tienen la sensación de que han conseguido algo importante cuando terminan los proyectos y consiguen crear sus propios juegos, animaciones y páginas web”, sostiene. Está claro que los niños se divierten, pero ¿qué pasa con los padres?

“Nuestra sensación es que los padres están encantados”, expresa Dosil. En el Club de Código de Besalú les entregan una encuesta a final de curso para que evalúen los talleres, y hasta ahora el 80% han puntuado la actividad con un 4 sobre 5. Lo que más les sorprende es que la actividad sea gratuita. “Suponemos que es debido a que no estamos acostumbrados a modelos educativos en los que no se utiliza el dinero como valor intercambiado”.

El éxito del proyecto en Reino Unido ya está dando sus frutos. “La iniciativa británica tuvo tanta fuerza que el gobierno está incluyendo el Code Club dentro de los programas curriculares”, asegura Dosil. Y, según afirma, ese es precisamente su objetivo en Cataluña.

El secreto está en aunar los esfuerzos de docentes y voluntarios y, como señala Williams, en conseguir que más gente participe en el proyecto. ¿Te animas a crear un club de código en tu ciudad?

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Las imágenes de este reportaje son propiedad de Code Club Catalunya y Code Club UK

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