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Nicolas Winding Refn: “El Festival de Cannes me debe tres Palmas de Oro”

El director danés Nicolas Winding Refn, durante la promoción en Madrid de 'The Neon Demon'

David Martos

Disponemos de 20 minutos con él. Si descontamos los silencios que median entre las respuestas, probablemente la entrevista se reduzca a ocho. Pero son tan sustanciosos [al menos en materia de titulares, moneda de curso legal entre los periodistas] que parecen dos horas. La primera pregunta para Nicolas Winding Refn (Copenhague, 1970) es si considera que The Neon Demon, la película que estrena este viernes, es su mejor película.  Responde escuetamente que decir eso de sí mismo sería algo muy triste, y añade lo siguiente: “Sé que vivimos en una sociedad que vive obsesionada con clasificar la Cultura. Espero que eso cambie, pero ahora mismo lo único que interesa es cuánto dinero hace, en qué casilla podemos colocarla y cómo podemos no pensar en ella. Estas tres cosas son el enemigo de la creatividad”.

Los amantes del cine histórico -y del cine nórdico- ya lo conocían por Valhalla Rising, aquella cinta [¿de época?] que rodó en 2009 con un mucho menos conocido que ahora Mads Mikkelsen. La parroquia cinéfila apuntó su nombre en 2011 con Drive, la historia del conductor solitarioDrive al que daba vida Ryan Gosling y que supuso su debut en el Festival de Cannes. Y la polémica llego en 2013 con Solo Dios perdona, con la que dividió de nuevo a la crítica de la Croisette. ¿Qué le debe Winding Refn a Cannes? “La pregunta debería ser qué me debe Cannes a mí. Me debe tres Palmas de Oro y todavía no me las ha dado, eso lo sabe todo el mundo. Cannes sería muy aburrido sin mis películas, nadie tendría nada sobre lo que discutir”.  

Su nueva película, la que merece esa tercera Palma de Oro a la que alude, es The Neon Demon. Protagonizada por la jovencísima Elle Faning, retrata el mundo del glamour, la moda y la prostitución en el entorno de Hollywood. “Me encanta el glamour, me encanta el circo”, dice con un tono serio que invita a pensar lo contrario. “Nos dedicamos al entretenimiento. Hay que utilizar el glamour de la vida diaria para el negocio. Es como presentarse a presidente. Todo el mundo intenta convertirse en un Trump: atraer el foco hacia lo que dicen y hacen porque el tiempo de información es muy limitado”, concluye, en la que será su afirmación más política durante el encuentro. “El dinero lo es todo. El dinero es tu libertad. Hago películas muy baratas para que puedan hacer dinero muy rápido, y así poder seguir haciendo películas. Todo se reduce al dinero”.

Dice que nunca ha trabajado en Hollywood. Sí físicamente, pero no dentro de la industria. “Me gustaría, pero hay que encontrar el proyecto correcto y la libertad que quiero para hacer lo que quiero”. Ha dicho que no a proyectos. “A esas cosas que Hollywood hace”. No era el momento, no consideró ser la persona adecuada para hacer... eso que había que hacer. “Me encanta Hollywood”, matiza, “veo sus películas todo el rato. Especialmente en los aviones porque tengo miedo a volar y me ayudan a concentrarme en otras cosas. Es una maquinaria perfecta y, desafortunadamente, no ha llegado el proyecto adecuado. Espero que llegue”. Es el deseo de un director que rueda en orden cronológico. Y que sostiene que no es más caro que el método tradicional: ordenar el rodaje por unidades espaciales.

¿Cómo definiría Hollywood? “Hollywood es una prostituta muy cara. Si trabajas en Hollywood puede que tengas libertad creativa, pero tienes que hacer 500 millones de dólares para devolverle el dinero a los productores, y eso es una forma de censura. Yo prefiero ser completamente libre, es la obligación de los creadores”. De nuevo el dinero, que también aparece cuando recordamos su primer trabajo en televisión: unos episodios en Reino Unido sobre Miss Marple, la anciana detective creada por Agatha Christie. “Estaba arruinado y necesitaba el dinero”, confiesa. Le gusta Homeland. Especialmente el personaje de Claire Danes. Reconoce que le han ofrecido alguna serie porque “la posibilidad está ahí, en las conversaciones”. Y no ha visto Borgen, la serie danesa más exitosa. “No he tenido tiempo”.

Atentos a su definición de la palabra 'Cultura'. “Es como una violación que penetra tu mente, planta una semilla y la inspiración comienza. De eso va la creatividad. No tiene que ver con la vanidad, con el ego, con la megalomanía, con los premios, los o con la taquilla o el dinero. Al final es la inspiración para la vida. Eso es lo que la Cultura puede hacer. Por eso se trata de un secreto sagrado, es como una religión. La necesitamos para sobrevivir”. Ama los cuentos de hadas, dice que son la forma de narración perfecta. Quizá conectada con la estética radical de sus películas. “Son simples de leer pero muy difíciles de entender. Yo vengo de un país en el que nació uno de los más grandes escritores de cuentos, Hans-Christian Andersen. Se podría decir que soy su versión joven. Tenemos muchas similitudes. Si Hans-Christian Andersen estuviera vivo hoy... sería yo”.

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