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“La pintura, el dibujo y la ilustración conllevan un trabajo muy reflexivo”

El artista Santos de Veracruz durante su entrevista con eldiario.es. |

Laro García

Santos de Veracruz (Barcelona, 1975) creció y dio sus primeros pasos en el mundo del dibujo y la ilustración en Santa Coloma de Gramanet, aunque desde hace casi una década tiene como base de operaciones un pequeño taller en Santander, donde llegó con una de sus performances y se quedó de forma estable enamorado de una cántabra. Publica asiduamente desde que era un niño y ha compartido experiencias con casi todos los grandes del cómic, donde se labró una carrera con experiencias internacionales en Francia o Bélgica.

Saltó a la fama para el gran público junto a la banda de su amigo Jairo Perera. Con Muchachito Bombo Infierno ha recorrido todo el país de escenario en escenario, mostrando su arte en directo al compás de la música. Y es que Santos de Veracruz lo tiene claro: “Va mucha más gente a un concierto de rock and roll que a una tienda de cómic”, bromea, al tiempo que reconoce que, durante mucho tiempo, “la música ha sido el nutriente de las imágenes que quería traducir; era el guion de las ilustraciones que hacía”. Ahora, además, quiere seguir creciendo como artista y ha lanzado 'Lapicero-Ficción', la editorial autogestionada que recopila y da cobertura a toda su obra: “Mi vida es dibujar, dibujar, dibujar”, insiste.

¿Cómo es un día en el taller de trabajo de Santos de Veracruz?

El día a día es muy básico, nada glamuroso. Por la mañana me toca hacer algo de oficina, responder mails o atender pedidos de la tienda online. Después ya me pongo a pintar. Por la tarde, después de comer, hasta las diez de la noche estoy pintando. Cuando tengo mucho trabajo, en casa tengo una mesa pequeña, de mano, donde preparo los bocetos previos para los cuadros que tengo que hacer. Ese es mi día a día, básicamente. Mi vida es dibujar, dibujar, dibujar.

Además, en estos últimos dos años me he puesto en serio con las redes, con Facebook, Instagram y Twitter, que son un escaparate para mí, que no tengo una editorial o una publicación periódica donde mostrar el trabajo que hago. Todo ello está recogido en la web, que la estrené el pasado diciembre. Tenía muchas ganas ya, porque la anterior estaba muy obsoleta. He recopilado todo el material de los últimos años, parcela por parcela: la obra que hago de encargos particulares, los encargos para aplicaciones –una etiqueta para una botella de vino, un dibujo para un cartel, un logotipo- y el trabajo que realizo con Jairo, con Muchachito Bombo Infierno. Llevamos ya cerca de doce años en la carretera y le acompaño pintando encima de los escenarios.

¿Cuánto hay de inspiración y cuánto de disciplina de trabajo en sus obras?

[Ríe] Lo que hay es disciplina. Hay que tomarse las cosas muy en serio. Cuando vienes al taller sabiendo qué tienes que hacer significa que ya tienes un paño abierto, que estás dándole a una idea, pero siempre hay que estar con un hervor en segundo plano, con lo siguiente que vas a hacer. Hay una frase de un escritor, creo que de Javier Cercas, que decía: “No hay nada peor que sacar un libro sin tener otro escrito”. Pues esto es igual. Es fundamental tener la siguiente idea a punto de caramelo para que no pare la dinámica.

Empezó a trabajar muy joven, siendo casi un niño, de forma autodidacta, aunque supongo que el aprendizaje no acaba nunca. ¿Cómo ha evolucionado su carrera a lo largo de estos años?

Claro, sí. Yo empecé muy pronto. De pequeño me lo pasaba mejor dibujando e inventando historietas que jugando al fútbol. Yo al fútbol me apunté porque creía que a las niñas les gustaban los niños que marcaban goles… [Ríe]. Yo estaba todo el rato en el banquillo, así que lo dejé pronto y seguí haciendo tebeos. Enseguida me di cuenta de que era lo mío. Iba a la biblioteca con un colega, Sergio Salguero Álvarez, con el que hacíamos una revista que se llamaba 'Mundo Cómic', y que vendíamos en el patio por unos duros, y estábamos vinculados siempre con gente que hacía tebeos. En la biblioteca había unos números con la vida de tres dibujantes: Jesús Blasco (El Capitán Trueno), Hugo Pratt (El Corto Maltés) y Carlos Giménez (Los profesionales o Paracuellos). Cuando yo vi que eso lo hacía gente mayor, que tenía familia, que mantenía a sus hijos, dije: “Esto se puede hacer, no es una fantasía”.

Santa Coloma era una ciudad culturalmente muy activa y en esa época había una asociación de amigos del cómic que descubrimos un día en una fiesta popular. Luego íbamos cada jueves a la reunión y publicábamos un fanzine. En ese fanzine estaban Carlos Azagra y Calvo. A través de una entidad de normalización lingüística, que potenciaba el uso del catalán, se invertía dinero y se destinaban partidas para hacer revistas. Allí participábamos e íbamos incluso al Salón del Cómic, lo que nos permitió conocer a gente que se ganaba la vida con esto.

Tuve claro que quería ser dibujante, que quería hacer tebeos, y siempre he estado dándole horas, que es lo que se necesita para hacer músculo: mucho trabajo. Estar relacionado con gente del medio te ayuda para trazar tu camino y saber qué puertas quieres abrir y cuáles no. Poco a poco, una cosa te va llevando a la siguiente, y hasta hoy. Yo no sé lo que voy a hacer el año que viene. Sé que voy a estar dibujando, eso seguro, pero no sé la repercusión que van a tener mis trabajos. Como todo el mundo, lo que buscas es estar cada vez en un mejor estatus de tu profesión. Eso me llevó a hacer carteles, a hacer la gráfica para discos, a pintar en una bodega un mural de tres metros por cuatro, a hacer una etiqueta de vino, a pintar con el grupo de mi amigo Jairo…

¿Hay algún encargo que no aceptaría pintar de ninguna manera?

Sí, claro. Ha ocurrido. Además de pintar sobre el escenario en los conciertos de Muchachito, cuando llegué a Santander hacía mi propio espectáculo por los bares. Algún partido político sí que me ha ofrecido pintar en un mitin, por ejemplo. Yo a eso he dicho que no. O en un evento de un banco. Hay cosas que no hago porque no tengo prisa y porque no me sentiría cómodo. Uno intenta llevar una idiosincrasia en su trabajo y todo tiene que respirar una coherencia.

En esa línea de coherencia personal va también la puesta en marcha de 'Lapicero-Ficción', la editorial autogestionada que puso en marcha el año pasado. ¿Cuál es el objetivo de ese proyecto?la puesta en marcha de 'Lapicero-Ficción'

Sí, 'Lapicero-Ficción' en realidad es un nombre, un ente, una razón social bajo la que publico todo lo que saco. Me preocupé en su día de tener las patentes de mi marca para publicar, para pintar en directo, para hacer merchandising, para editar libros… y lo que he hecho es ponerle un nombre que lo engloba todo. Es un paraguas que cubre mi trabajo.

¿Qué influencia tiene la música en su trabajo?

Ha tenido mucha influencia, ciertamente. La música ha sido el nutriente de las imágenes que yo quería traducir. Buscaba una imagen en un tema, en un verso, en una letra que me sugería una emoción. La música era el guion de las ilustraciones que yo hacía. Sí que ha estado muy vinculado. Eso ha hecho que, en cierta forma, me etiquete. Afortunadamente, porque llevo más de diez años en la carretera con el grupo. Pero ha tenido momentos más importantes en la vida que ahora. Ahora lo tiene, porque yo sigo escuchando música, pero también me gustan las novelas, el cine, la pintura…

Al margen del mundo del cómic, la ilustración o de la música, la pintura o el diseño tienen un hueco importante en su carrera. ¿Con qué faceta artística disfruta más?

Lo que cada vez tengo más claro es que pintar siempre en un escenario, como he hecho hasta ahora, provoca que ese trabajo esté siempre descontextualizado. El trabajo gráfico que hago durante un concierto hay que contextualizarlo. Esos cuadros están bien, me siento orgulloso de ellos y los defendería hasta la muerte, pero hay que saber que eso se ha hecho en una hora y media, que la reflexión es nula, y que lo que hago es un ejercicio pictórico. Pero la pintura, el dibujo, la ilustración, es una cosa más reflexiva.

Tú no empiezas a pintar de izquierda a derecha y de arriba abajo. Tú le das vueltas, cambias de perspectiva, haces un escorzo… La pintura hay que reflexionarla y darle vueltas para decidir con qué te quedas. Pintar sobre el escenario ha sido muy importante para mí, pero el tiempo me ha hecho ver esa descontextualización. Mi futuro está aquí, en un taller, en una mesa de trabajo, que es donde yo puedo 'ordeñarme'. Ahí es donde voy a exprimirme, más las referencias del cómic, donde represento mi imaginario. Ahora mismo estoy pintando un cuadro, que se llama 'Los detectives', que es un homenaje a una novela de Roberto Bolaño.

¿Los nombres de los cuadros surgen antes de empezar a pintar?

No, nunca. Lo que sí hago es pillar un punto de partida, y a raíz de ahí se va cocinando, hasta que de repente nace. Es muy difícil ponerle nombre antes de tenerlo terminado, porque en el desarrollo y en la búsqueda del final, independientemente del formato que sea, vas a encontrar esa idea. Una acción, un detalle puede ser el que lo engloba todo. Así es como funciona. Que pase al contrario es muy raro.

¿Qué planes tiene a corto plazo?

Tengo encargos particulares de taller, que con eso tengo bastante. Ahora tengo seis trabajos abiertos. No todos con el mismo volumen, porque hay ilustraciones y hay cuadros. Esos encargos, como no son muy personalizados, los utilizo para reinventarme, para no repetirme, para buscar una nueva imagen que sea bonita, que funcione y que conecte con el subconsciente. Busco la emoción más universal y le puedo meter un detalle personalizado. Si me ciño al encargo puro y duro, no aparezco yo. Entraría en otra dimensión, en un retrato. Intento que cada trabajo sea diferente al anterior, que sea especial y que encaje con el cliente.

¿Y algún proyecto o algún reto que te haga especial ilusión abordar?

Me encantaría hacer un libro. Lo que pasa es que los planes que tengo hoy pueden cambiar de inmediato si me llaman mañana y me ofrecen algo interesante. En estos últimos dos años, con las redes muy al día, me estoy moviendo más. También la gira con Muchachito, la música, es un escaparate tremendo. Va mucha más gente a un concierto de rock and roll que a una tienda de cómic. El estar en un escenario haciendo los dibujos consigue que la gente se acerque, aunque es evidente que una cosa es el trabajo de escenario y otra muy distinta el trabajo de taller.

Está afincado en Santander desde hace años, pero el mercado en el que se mueve es mucho más amplio. ¿Cómo afronta esta circunstancia?

Bueno, es que la página web, por ejemplo, la he traducido al inglés y al japonés. Solo en Tokio hay más escuelas de flamenco que en toda la Península. Utilizo las redes para llegar a otros públicos. Yo paso de las fronteras e intento saltarlas, lograr la mayor repercusión posible.

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