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El gran escéptico contra el modelo intelectual de Internet

Evgeny Morozov.

José Luis de Vicente

Madrid —

Evgeny Morozov no es la persona más simpática del mundo. No lo es en las distancias cortas, donde su tono seco y brusco y su tendencia a no mirarte a los ojos parece dejar claro que preferiría estar haciendo mil otras cosas antes que charlar contigo, y no lo es por vía escrita. La gran mayoría de sus 'tuits' parecen tener el objetivo de reírse de alguien o humillarlo públicamente, y los extensos artículos que publica con frecuencia en grandes medios de la prensa internacional (del New York Times a Le Monde Diplomatique o Slate) suelen ser variaciones del mismo argumento: hay alguien en Silicon Valley o en algún otro rincón del mundo tecnológico cuyas ideas son ridículas, cuando no directamente peligrosas.

Pero hasta sus oponentes más acérrimos, como el pensador de las redes sociales Clay Shirky, no ponen en duda su brillantez intelectual y estarían dispuestos a reconocer que de alguna manera, Evgeny Morozov es necesario. Con sólo veintiocho años de edad, este bielorruso se ha convertido en una voz esencial en la discusión sobre el papel político de Internet y sus capacidades para ejercer transformaciones positivas y duraderas sobre la sociedad. En un momento en que la visión progresista y políticamente correcta de la Red es que sus efectos son universalmente beneficiosos y que no hay industria o gobierno que no sea capaz de mejorar, Morozov ha asumido el papel ingrato y aguafiestas de recordarnos que ni las cosas son tan simples, ni hay que creerse todo lo que dicen los gurús.

Evgeny llegó a España la semana pasada para ofrecer dos conferencias en Madrid y Barcelona en un momento de transición personal. Hace más de dos años de la publicación de El Desengaño de Internet, el texto que le situó en el debate de ideas sobre la Red, y todavía faltan algunos meses para que llegue su nuevo título, por lo que la conversación se hace complicada. Está aburrido de hablar de aquello que le ha hecho más célebre, y su charla en el Círculo de Bellas Artes dentro del ciclo Ciberrealismo es la primera ocasión en que desgrana en público las ideas que contiene To Save Everything, click Here. Su próximo título es un alegato contra el “solucionismo tecnológico”, la tendencia a pensar que no existe un problema que no tenga solución si desarrollamos una tecnología lo suficientemente innovadora para resolverlo.

La tesis de El Desengaño de Internet es a estas alturas bien conocida: frente a las visiones utópicas que plantean que Internet es una tecnología inherentemente democratizadora capaz de desencadenar revoluciones y que el ciberactivismo es la más efectiva forma de acción política hoy, Morozov plantea que la Red es también el mejor amigo de las dictaduras totalitarias, capaces de controlar la vida de sus ciudadanos y monitorizar su actividad diaria en un grado de detalle que no era posible hasta ahora. Igualmente las grandes corporaciones tecnológicas, que frecuentemente se presentan a sí mismas como garantes de la libertad de expresión, no tienen problemas en colaborar con estas dictaduras si sus intereses comerciales lo justifican. Y en cualquier caso Internet no puede ser ninguna panacea cuando la autoridad controla su infraestructura y puede limitar el acceso de su población a ésta, como hemos visto muy recientemente en Siria.

El peligro del Ciberutopianismo para Morozov reside en que tanto gobiernos democráticos como activistas hayan asumido de manera acrítica ese relato liberador de la Red. Por un lado, fomenta un “internetcentrismo” que acaba situando a la Red y sus modos de hacer como modelo universal, como medida de todas las cosas.

“Internet es una fuente de comparaciones y de metáforas que suelen ser erróneas y que no juzgamos de manera suficientemente crítica. Tendemos a celebrar el éxito de Wikipedia sin necesariamente comprender cómo funciona en realidad, rindiéndonos a los relatos míticos de su creación. Y no es que de repente los impulsores de Wikipedia activaran un software que cualquiera podría utilizar y mágicamente aparecieron los resultados. Hizo falta mucho trabajo organizativo, mucho esfuerzo para desarrollar las normas adecuadas para que funcionase, y probablemente resultaría imposible recrear ese éxito en el contexto de otros proyectos”.

Entre los discursos que Morozov denuncia en su nuevo libro está la noción en auge de tecnologías inteligentes o smart, que prometen solucionar, por ejemplo, el caos de la gestión urbana a través de sensores y redes de transmisión de datos que convertirán automáticamente a nuestras ciudades en eficientes. Junto a otros conceptos supuestamente revolucionarias como la gamification, la introducción de las mecánicas de un juego en el ámbito de la empresa, o la autocuantifiación -el registro metódico de nuestros hábitos para conocernos mejor a través de nuestros propios datos- estas ideas son producto de una ideología que parece sugerir que no hay problema que no se resuelva con una app; que la capacidad de los emprendedores y las startups para mejorar cualquier aspecto del mundo no tiene fronteras.

Morozov es crítico hasta el borde del insulto con el pequeño núcleo de gurús y analistas de la tecnología que producen e inflan estos discursos. A finales del año pasado escribió una larguísima demolición de la popular conferencia TED y su modelo intelectual, y publica regularmente críticas rara vez positivas de las últimas novedades editoriales que celebran la capacidad de innovación sin límite que emana de la Red. “El problema está en un determinado círculo de pensadores que se protegen entre sí y nunca se critican mutuamente. Y también en la bajísima exigencia intelectual de este medio; parece que en el análisis de Internet se permiten afirmaciones que no se consentirían en ninguna otra disciplina”.

“Esa cosa que llamamos Internet no existe”

Morozov detesta que le tilden de ludita enemigo de la tecnología. Le parece una caracterización fácil que no se corresponde ni con su actitud personal ni con su posición intelectual. Mientras otros conocidos críticos del ideario de Silicon Valley como Nick Carr o Andrew Keen parten de posiciones nostálgicas cuando no reaccionarias, el proyecto del pensador bielorruso tiene más que ver con cuestionar y poner en solfa muchas de las verdades que damos por universalmente reconocidas sobre la naturaleza de la Red.

Para Morozov Internet más que una tecnología es un mito, con unos orígenes históricos e políticos muy determinados, y mientras no seamos conscientes de ellos estaremos encerrados en un paradigma erróneo.

“Sobre la infraestructura física de la Red, los cables y los routers, hemos construido una criatura mítica a la que hemos dotado de ciertas cualidades. Algunas de ellas reflejan ciertas ideas sobre la modernidad, el fin de la guerra fría, el fin de la historia, y también con nuestra fascinación por ciertos proyectos de éxito en Internet como Wikipedia o el Software de Código Abierto. Por supuesto ignoramos el número mucho mayor de proyectos que fallaron y que no han afectado a nuestro mito sobre Internet”.

¿Necesitamos otra manera de entender este conjunto disperso de tecnologías distintas que hemos agrupado bajo la etiqueta la Red? “Sería bueno forjar otro concepto que no estuviese enraizado en relatos míticos como el ciberespacio, la digitalización, o la idea de que hay una realidad online y otra offline. Todas esas ideas son productos de la historia, no verdades ontológicas sobre cómo funciona el mundo. Y es horrible, porque nos llevan a discusiones bizarras como si estar conectado es malo para el cerebro y estar desconectados es bueno. Si mañana decidiésemos dejar de pensar que existen estas categorías de online frente a offline todo seguiría igual, el mundo no se pararía”.

Sin embargo, hasta este escéptico sin límite tiene que acabar aceptando que están cambiando cosas sobre nuestra visión de Internet, probablemente para mejor. Las más recientes visiones utópicas de Internet, como la idea de La Nube, están dejando paso a una comprensión más literal y materialista de qué es la Red en realidad. La publicación este año de las fotos de los Data Centers de Google, que mostraban por primera vez en público cómo son las instalaciones que mantienen nuestros servicios digitales en funcionamiento, suponen un modesto hito. “El interés actual por la infraestructura de la Red es buena noticia, lo que pasa es que mucha de esa infraestructura es invisible, porque está hecha de código. Puedes ver fotos de los Data Centers de Google pero no de sus algoritmos, o de su código. Pero es sano que nos estemos alejando de la retórica de la nube y nos acerquemos a visiones más rigurosas de cómo todos esos cables están conectados.”

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