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Gamonal, tres años después

Imagen de la manifestación originada el pasado día 18 tras la asamblea de vecinos de Gamonal, en Burgos.

José Medina / César Rendueles

Cuando hace tres años, el viernes 17 de enero de 2014, llegó al barrio la noticia de que el Ayuntamiento no realizaría la obra del bulevar la alegría se mezcló con una sensación de perplejidad generalizada. En una semana, se había conseguido paralizar una obra pública ya comenzada y contaba con el apoyo de todos los poderes fácticos de la ciudad. Los constructores, el Ayuntamiento, la policía, y los principales medios de comunicación locales habían perdido frente a los vecinos y las vecinas de un barrio poblado y siempre alejado de las decisiones de la ciudad.

Tras la celebración, los autores del libro Gamonal. La historia desde abajo nos propusimos entender qué había pasado y cómo había sido posible que esto ocurriera. Descubrimos que la batalla del bulevar era la punta del iceberg de una historia social y política de más de 40 años de luchas y conformación de clase en el barrio. Descubrimos, también, qué papel había jugado el urbanismo y las dinámicas culturales en la construcción de la identidad del barrio. Descubrimos, por último, el potencial de cambio que existe en los barrios, en los lugares que habitualmente no salen en los medios, donde parece que nunca pasa nada.

El libro se ha publicado en enero de este año. Es un proyecto de autoedición, publicado en copyleft y se puede conseguir en la web http://gamonaldesdeabajo.org. El filósofo César Rendueles ha realizado el prólogo, que compartimos a continuación:

¿Por qué escribir la historia desde abajo?

Tengo que reconocer que al principio no recibí con mucho entusiasmo las noticias sobre los disturbios en el barrio de Gamonal en enero de 2014. Parecía exactamente lo que el establishment español estaba esperando desde mayo de 2011. Que la indignación se transformara en una rabia fácilmente catalogable desde los parámetros del Régimen del 78. Que la violencia excluyera a los nuevos colectivos movilizados. Tampoco ayudó el entusiasmo en las redes sociales de un reducido pero irritante coro de anarcorrambos, antifascistas paramilitares y otros fetichistas del pasamontañas: por fin alguien, decían, se dejaba de menear las manitas en el aire y de batucadas y pasaba a la acción…

Por supuesto, me equivoqué de cabo a rabo. Las cosas eran exactamente al revés de cómo las había entendido.

Crecí en Gijón en los años ochenta, en plena reconversión industrial. Fue una época en la que las barricadas y los enfrentamientos entre los trabajadores de muchas empresas y la policía eran casi cotidianos. Pero, al margen de su frecuencia, lo sorprendente desde la perspectiva actual es que los conflictos colectivos, al menos los laborales, estaban relativamente normalizados. He visto, por ejemplo, a fotógrafos de prensa pedir a los manifestantes que estaban destrozando una sucursal bancaria que se cubrieran la cara para evitar que se les pudiera identificar en sus imágenes. O a una profesora de instituto detenida por la policía la madrugada de una huelga general con el coche lleno de latas de gasolina. Recuerdo una ocasión, ya en los años noventa, en la que los antidisturbios cargaron contra un grupo de vecinos del barrio de La Calzada que desde una pasarela peatonal aplaudían a los trabajadores de Naval Gijón que habían colocado una barricada. Poco después, cuando finalizó el conflicto laboral tras una larguísima serie de batallas campales, los empleados del astillero fueron casa por casa del vecindario, arreglando los desperfectos que habían causado los enfrentamientos.

No quiero decir que a todo el mundo le pareciera bien aquello, ni mucho menos. Pero a nadie se le ocurría, como a tanta gente hoy, que una barricada fuera la antesala del terrorismo y el caos. Más bien era el punto extremo de un amplio continuo consensual en torno al derecho a defender tu puesto de trabajo. Creo que no exagero. Había ocasiones en las que ese consenso se materializaba y resultaba realmente impactante. La huelga general asturiana de 1991 fue apoyada incluso por la principal organización patronal regional y una enorme cantidad de comerciantes promovieron activamente el paro (para dar una idea, en toda Asturias sólo quedaron abiertas nueve gasolineras).

No siento nostalgia de los botes de humo y los neumáticos ardiendo. Fue una estrategia con muchos elementos negativos, como su fuerte dimensión patriarcal, y que finalmente fracasó. Pero no era irracional ni un puro culto a la violencia porque tenía el respaldo de decenas de miles de personas que, incluso si nunca participarían en algo así o rechazaban esos métodos, reconocían la legitimidad de la pelea.

Este libro explica que precisamente eso es lo que ocurrió en enero de 2014 en Gamonal. Los medios de comunicación hegemónicos y los black blockers en las redes sociales insistieron en señalar lo único que no importaba demasiado: las lunas rotas de los bancos o los contenedores volcados. Fueron anécdotas de una fuerza del pasado que volvía cuando menos se la esperaba y más se la necesitaba.

A principios de verano de 2011, el 15M había tomado la decisión de diseminarse por los barrios. Parecía una idea inmejorable: extendernos por nuestro entorno cercano para propagar la democracia directa. El problema fue que cuando intentamos dejar las plazas del centro de las ciudades y volver a nuestros barrios descubrimos que no había barrio al que volver. Que treinta años de mercantilización, precariedad y ultraconsumismo habían convertido nuestras calles en ciudades dormitorio en las que la experiencia social más intensa consistía en hacer cola en el supermercado.

Gamonal nos recordó lo que buscábamos y no encontrábamos. Sacó a la luz la delicada naturaleza de las condiciones sociales del cambio político. Esa red de compromisos elaborada a lo largo de generaciones que hace que los barrios populares sean conservadores y refractarios a la cultura antagonista y, al mismo tiempo, el humus de las transformaciones políticas ambiciosas. Por eso la gran victoria del neoliberalismo español no fue tanto aumentar la cuenta de beneficios de unas cuantas familias como desarmar la sociedad civil, convertirnos en una sociedad frágil e individualista en la que el vínculo entre el activismo político y las clases populares se ha roto. Como nos explicó Guy Standing, la fragmentación social es una característica fundamental del precariado contemporáneo. En buena medida, ser precario consiste precisamente en carecer de una comunidad laboral solidaria.

Por eso es tan importante pensar Gamonal. Entender por qué fue allí donde pasó todo aquello y no en cualquier otro lugar arrasado por la especulación inmobiliaria, la corrupción y el clasismo. Este libro hace exactamente eso. Gamonal. La historia desde abajo explica el origen de la sublevación de Gamonal a través de cuarenta años de historia social ausente en los anales oficiales de Burgos: una historia de relegación urbana y luchas sindicales y vecinales.

Es una contrahistoria local que, sin embargo, ayuda cuestionar la memoria colectiva de todo el país. Ese relato conciliador de nuestro pasado reciente como un proceso de modernización consensual y aconflictivo.

Es una contrahistoria escrita desde abajo y que toma partido abiertamente en los conflictos que describe. Por eso cuestiona el disparatado ensimismamiento académico español, el modo en que nuestras ciencias sociales han asumido con entusiasmo su papel de orquesta del Titanic cuyo cometido es proporcionar una agradable música de fondo al colapso político, económico y social.

Es también una contrahistoria periférica que, por tanto, cuestiona el centralismo elitista de la izquierda. Esa tendencia a confundir España con Lavapiés y Gràcia que nos lleva a hablar de espaldas a la realidad de las millones de personas que viven en pequeñas ciudades y pueblos de todo el país.

No es, en cambio, una contrahistoria edulcorada. Frente a la idealización recurrente de Gamonal como una especie de reserva natural de los valores subversivos y solidarios del proletariado, este ensayo nos explica que el levantamiento se produjo “a pesar” de la despolitización de la mayor parte de los habitantes del barrio. Describe un momento mágico y fugaz en el que, por primera vez en décadas, los grupos activistas y las clases populares encontraron un territorio donde interpelarse mutuamente.

Así que Gamonal. La historia desde abajo es importante, sobre todo, porque nos habla de la posibilidad de una contrahistoria futura. Una salida a los callejones sin salida a los que repetidamente nos hemos enfrentado desde mayo de 2011. Nos recuerda que es posible romper con las microidentidades sociales, culturales y patrimonialistas que dominan la política española e impulsar un proceso de transformación igualitarista protagonizado por una mayoría social.

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