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Gorbachov, Primavera de la libertad

Jesús López-Medel / Rafael M. Mañueco

El siglo XX fue intenso en todo el planeta. Numerosos acontecimientos relevantes tuvieron una gran influencia y trascendencia global. Pero junto a las dos grandes guerras, hay uno que tuvo, tanto en su origen como en desenlace, un grandísimo valor.

Me refiero a la creación en un breve tiempo casi a comienzos de centuria de un gran imperio y de la desintegración de modo vertiginoso a final de siglo.

Ya Rusia como gran país a nivel de territorial político, cultural y geoestratégico tenía desde siempre una gran relevancia e influencia en territorios próximos. El afán expansivo ya existió en ese régimen anacrónico de base feudal cual fue el zarismo.

Desde la potencia de Pedro I el Grande y la admiración de dirigentes muy posteriores por manifestaciones culturales de otros países, la posición de la grandeza de la Rusia estaba, además de su sentido internacionalista, unido a un afán expansionista respecto de otros pueblos, como si Rusia se les quedase pequeño…

Entre ellos, eslavos, caucásicos, nómadas de Asia Central, o bien vinculados históricamente al Ducado de Polonia o el imperio otomano. En definitiva, con muy diversos elementos identitarios que habían conformado su caracterización. Esa diversidad y pluralismo estaban dirigidos desde la centralidad de la capital rusa.

La Revolución bolchevique de 1917 fue un aldabonazo del triunfo de unas concepciones que diseñadas por Marx y Engels para una sociedad industrial, triunfarían en un país donde el gran peso de lo agrario no era sino manifestación del largo estancamiento de la historia en un Rusia como centro irradiador no ya de unas concepciones ideológicas sino como eje de un proceso expansivo.

Si, como decíamos, el sistema zarista era de pretensión de ampliación territorial, la llegada del comunismo lo potenció aún más. La visión internacionalista del socialismo de entonces, con la idea de unidad de “parias de la tierra” lleva a que poco tiempo después de la llegada de los bolcheviques tomase fuerza ese espíritu de contagiar, desde el afán de dominio y control, otras naciones y pueblos para integrarlos en la promesa del “paraíso universal comunista”.

Pocos años después de la Revolución de 1917, la incorporación y anexión de otros países lleva a conformar muy pronto la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que duraría setenta y cinco años. Pero el afán internacionalista de imperio no se quedaría allí sino que sería una permanente aspiración. Incluso, su afán de extender su influencia se trasladaba a otras zonas lejanas desde el Caribe, algún país de África o Asia.

De hecho algunas (tres, concretamente) de esas Repúblicas se incorporarían veinticinco años después por la vía del “reparto” tras la II Guerra Mundial donde la URSS, con su gran contribución militar de contención del nazismo y enorme sacrificio humana en la derrota de ese régimen, obtuvo el mayor rédito. Así se integrarían forzosamente tres países que habían ya sufrido mucho bajo las botas alemanas (y antes también bajo el mando soviético) como Estonia, Letonia y Lituania.

Además de ello, la Unión Soviética lograría que otros países del este de Europa, aun manteniendo formalmente su soberanía, quedasen bajo la órbita de Moscú. Esto no solo sería así desde Yalta sino que con el tiempo se reforzaría con la doctrina Brézhnev de “solidaridad” en la intervención para defender el comunismo en estos Estados y ello, desde la primacía del mando de Moscú.

El sistema ideológico se mantuvo prácticamente inalterable desde el ideólogo de Lenin al criminal de Stalin y los posteriores sucesores al frente del PCUS. Todo se conservaría de modo más que ralentizado, haciendo que la perpetuación o anquilosamiento del sistema fuese el mejor elemento para que este se devorase a sí mismo y falleciese por falta de oxígeno.

La respiración asistida al sistema fallaba y quienes tenían que dirigir aquella nave muy vieja tenían ya muchos años y pocas ideas nuevas. Todo ellos, nacidos antes de la Revolución soviética y, por tanto, incapaces de buscar nuevos rumbos.

En 1985, con un sistema decrépito, llega a la Secretaria General del Partido Comunista Mijaíl Gorbachov, sucediendo a su antecesor en el cargo, Konstantín Chernenko, nacido en 1911, veinte años antes del nuevo dirigente y antes de ese acontecimiento de la revolución de invierno.

Su formación y toda su actividad política habían sido, como no podía ser de otro modo, en el seno del PCUS, pero el dato de su nacimiento posterior a esa revolución denotaba una juventud inusitada dados sus antecesores. Sus 54 años recién cumplidos contrastaban con la gerontocracia que había dirigido el país de países. Pero no sólo era cuestión de edad física sino también lo que podía suponer, en principio, de una energía y unos planteamientos vitales que contrastaban con la obsolescencia de todo el sistema y la mentalidad de sus antecesores.

Eran ingentes los problemas a los que debía hacer frente Gorbachov ya desde su llegada. Desde la dificilísima situación económica, la antigüedad de un modelo político apenas reformado en muchas décadas, un ejército involucrado en una guerra absurda invadiendo Afganistán, etc.

Evidentemente, no era cometido para un hombre sino para que un equipo que con un líder al frente acometiese las abundantes tareas. Y esta, la soledad de Mijaíl Gorbachov para acometer el proceso amplio de reformas, era apenas paliada por la unos pocos dirigentes que sintonizaban con él en cuanto a la evolución del régimen. En cambio, tenía en frente, la gran mayoría de los jerarcas y burócratas que desde siempre y desde diversas instancias controlaban el aparato. Así se visualizó claramente con los promotores del golpe de Estado que sufriría

En este sentido, como se refleja en el libro, el nuevo Secretario General del PCUS, más que llevar a cabo un proceso de verdadera democratización del país, al menos como lo entendemos en Occidente, pretendía una modernización de unas estructuras que se estaban desmoronando.

Con ello, el objeto de sus arriesgados planteamientos era la supervivencia del sistema pero reformado. En el capítulo Buscando un cambio para perpetuar el régimen se describe con detalle el panorama anquilosado que se encontró Gorbachov y lo que este intentó llevar a cabo

Cuestión diferente era que sus reformas fuesen tan profundas que afectasen de tal manera a una estructura muy anquilosada a nivel político, económico y territorial.

El otro elemento antes apuntado era la compañía para llevar a cabo tal proceso de reformas. La envergadura de sus planteamientos reformistas requería algo más que la obediencia característica en el Partido Comunista donde la verticalidad del poder era (ahora igualmente y tan bien recreada por Putin) un principio asumido por la concepción totalizadora de un partido así configurado. De ahí El lento y dificultoso avance de la Perestroika que se narra en el libro.

La crisis de país era tan intensa a todos los niveles indicados que en un primer momento, sus planteamientos innovadores, con un vocabulario lleno de frescura desconocido hasta entonces, no es recibido de modo hostil pero el enjuiciamiento se le iba a realizar por los hechos, más que por el vocabulario tan sugerente al exterior como desconcertante entonces.

Así sucedería también con su política de gestos o actitudes. La liberación de penados y reprimidos por razones políticas, cuyo caso emblemático era el deportado o confinado sabio de la física nuclear Sájarov al año siguiente de asumir el poder era revelador del cambio importante que quería impulsar Gorbachov.

O lo que es la apertura al mundo exterior del dirigente recién llegado cuyos predecesores había hecho de la autarquía a nivel internacional uno de sus principios. En cambio, Mijaíl Gorbachov se relacionó no solo frente a su “teórico enemigo” en la Guerra Fría sino también con numerosos dirigentes occidentales. En ello, Gorbachov no sólo proyectaba una imagen personal sino también de pedigüeño (e el buen sentido de la palabra) pidiendo ayuda ante la gravísima crisis económica de su país e invocando (desgraciadamente con escaso éxito) la necesidad de ese apoyo financiero desde la justificación lógica que sin ello, sus reformas políticas podían hacerse inútiles.

Pronto, empezó a ser objeto de deseo en el exterior el tener un encuentro político-personal con este dirigente que además, era frecuentemente acompañado (algo también inaudito) con su esposa Raísa cuya influencia y apoyo a su esposo, con espaldas cargadas, encontraba un parangón mediático (aunque ya usual en EEUU) de un Ronald Reagan también frecuentemente asistido de su esposa Nancy.

Este elemento de cierta feminización de la política a nivel de simple acompañamiento era algo inaudito por parte de la URSS, donde en los encuentros, fotos y cenas de ambos matrimonios, con fotos sonrientes introducía una gran novedad.

Eso acrecentaba su fama internacional mientras que paradójicamente a nivel interno, los efectos no eran los mismos. Los problemas del gran imperio continuaban e inevitablemente (como siempre sucede cuando se quieren implementar nuevos y muy diferentes medicinas o tratamiento), el choque era grande.

Se juntaban en ello, tanto el carácter sistémico y enlazado de los viejos y graves defectos del sistema comunista, cuya hondura se estaba acentuando, como también las medidas puestas en marcha por el nuevo dirigente. Unas y otras razones iban generando unos efectos de grave incertidumbre y negativas consecuencias en orden al ahondamiento de problemas. La debacle se desata lo narra.

Uno de ellos puntos críticos antes apuntados era el plano territorial cuyo eslabón de unidad, sin ser tan débil como el que logró mantener en Mariscal Tito en una Yugoslavia que pronto también se fragmentaría, en este caso de forma muy incruenta y bélica, no servía para mantener unidos territorios y pueblo más diversos aun.

Ya tuvo su punto de inflexión dos años antes de la caída de la URSS donde la ruptura reciproca entre Moscú y los países comunistas próximos supervisados desde el Kremlin hasta entonces y que desembocaría en el desmoronamiento, desde elementos nacionalistas, culturales o incluso religiosos de ese patio trasero desde unos Satélites que se alejan de un sol en declive.

Por razones muy diversas muy variados territorios fueron reivindicando una forma diferente de reorganizar la Unión soviética, con más reconocimiento de la identidad da esos territorios, bien eslavos, bien caucásicos o incluso de Asia Central, porque los bálticos estaba claro que lo que querían era irse y recuperar su soberanía.

Gorbachov intentó abordar esto con un la elaboración de varios nuevos proyectos de la Unión. Eran un paso claro hacia una mayor autonomía de los territorios pero, una vez más, los sectores más conservadores vieron en la actuación de Gorbachov una traición a los planteamientos tan nostálgicos como conservadores.

No sería casualidad que fuese la víspera de la nueva firma del Tratado cuando los golpistas fuesen Intentando volver a la caverna y retuvieron al legitimo presidente de la URSS en su lugar de verano, anunciándose un golpe de estado que es también narrado en el libro con detalle y con un ritmo tan verídico como propio de un thriller cinematográficos.

Paradójicamente eso se produjo cuando Gorbachov, fue cediendo en su programa reformista. La rapidez de todo le superaba. Y tras un cierto frenazo a continuar con políticas liberalizadoras y reformistas, llegó en 1990 a un acuerdo con los más conservadores y críticos. Esa claudicación (acaso no tenía muchas alternativas salvo haber pisado el acelerador) y esa incorporación de esos sectores en puestos claves le llevaría a introducir los lobos dentro y que algo más de un año más tarde impulsarían el golpe de Estado.

A pesar de que el golpe fracasó, el victorioso no fue Mijaíl Gorbachov, autoridad legítima liberada de los golpistas, sino quien hizo que abortase el golpe, el presidente de la República Rusa que con su llamamiento a la población civil y su liderazgo frenase a los más reaccionarios de los soviéticos. El se convirtió en el personaje de esas fechas hasta el punto de que sería él quien intentase marcar una hoja de ruta. En ella, Gorbachov, el gran reformista, se había quedado atrás, recogiéndose en el libro las desavenencias entre los dos líderes y la victoria.

Enfrentado a Yeltsin y fracasado en vetar la prohibición del Partido Comunista, Gorbachov se centró en intentar mantener a toda costa y de cualquier forma organizativa la Unión. Para ello, acudió al consejo de numerosos líderes mundiales que, además de sus primeras reacciones (alguna muy curiosa y de apoyo a los golpistas) atendieron a Gorbachov aunque alejados de lo que estaba pasando cuyo deslizamiento hacia la ruptura, ni siquiera lo quería prever el propio Gorbachov. Los Faros y Voces Lejanas ante el naufragio relata con precisión y novedad esas conversaciones grabadas del dirigente soviético con diversos líderes, entre ellos el rey Juan Carlos y Felipe González.

Estábamos en el otoño de 1991 pero el invierno estaba muy cerca tanto que el 25 de diciembre de ese año se extendió el acta de defunción de ese Estado oficialmente ateo donde nadie hizo réquiem alguno. A partir de ahí, La URSS se rompe y llegaría la desintegración de lo que había sido un gran Estado, un gran imperio. Dado que el protagonista de esa etapa y de este libro es Mijaíl Gorbachov, es sólo de una manera breve cómo se trata a quien fue e cierto modo sucesor (el PCUS y la propia URSS había desaparecido) hasta que el libro en su versión originario y primera edición concluía con el anuncio de marcha de Yeltsin y la designación con una frase: “Entregaba el Poder a Vladimir Putin…”

Esos puntos suspensivos y el hecho de que desde entonces, más de diecisiete años desde entonces, haya totalizado aquel la política rusa…y algo más, requería que además de esta introducción y una revisión y actualización de los textos, se le añadiese un epílogo referido a Vladimir Putin, que entendemos es imprescindible para entender también el revisionismo posterior de la breve etapa de eclosión de la libertad que supuso (aún con todas las contradicciones) la etapa de gobierno de Mijaíl Gorbachov.

Cierto es que el ocaso y caída del imperio rojo aconteció estando al frente Gorbachov y que alguna de sus medidas reformistas en un país no preparado para ser implementadas pudo contribuirá tal resultado. Pero no fue él ni mucho menos el principal responsable sino la pesadísima herencia que recibió de un régimen insoluble y sin salida, unido a la fuerza de los contrarreformistas, dispuestos a hacer desaparecer como guardadores de esencias muy caducadas, lo que produjo el resultado final.

En todo caso, su patriotismo, su visión de futuro y su voluntad reformista le llevan ya a representar un paréntesis o una primavera en esa ausencia de libertad histórica en esa gran nación que es Rusia y que apuntaba la frase que sirve de pórtico a esta introducción.

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