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Pedro, Pablo y Albert. 'Greatest hits'

Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera, en la gala de los Goya.

Antón Losada

La encomienda Real a Pedro Sánchez ha causado dos efectos virtuosos. El primero ha consistido en romper el bloqueo de un Rajoy perfectamente cómodo con la posibilidad de permanecer en funciones hasta Navidad, compareciendo por plasma ante el Parlamento al amparo de la nueva doctrina constitucional de Soraya Sáenz de Santamaría, ese cráneo jurídico privilegiado, según la cual este Gobierno no ha de responder ante este Congreso porque la confianza se la otorgó el anterior. Montesquieu enterrado en una sola rueda de prensa en Moncloa, otro prodigio de la Vicepresidenta Maravilla.

El segundo resultado beneficioso ha consistido en sacarnos a todos a la fuerza de la política ficción donde llevábamos instalados unos cuantos meses. Por desgracia no todos están aterrizando en la realidad a la misma velocidad y ahí reside, de momento, el problema. Aunque no resulta tan grave como parece. Se soluciona con el tiempo. Frente a quienes proclaman la imposibilidad de la investidura y sólo asistimos a un teatrillo previo a la inevitable repetición de la elecciones, uno se sitúa entre quienes piensan que la política siempre se abre camino entre el tacticismo.

Mariano Rajoy parece hoy más que nunca un marciano y el Partido Popular, una nave interestelar a la deriva. Seguirá así hasta que las bombas de la corrupción destruyan por completo sus escudos y motores y caiga entonces en picado. En el PSOE llevan bastante retraso en su vuelta al planeta Tierra. Tanto que su propia división interna resulta hoy el principal sostén y la mejor esperanza de la estrategia negociadora de Podemos. En una organización siempre repleta de estrategas aún quedan unos cuantos fantaseando con la posibilidad de presidir en solitario con 90 diputados. Más que ciencia ficción parece teatro del absurdo empeñarse en vetar a los nacionalistas catalanes cuando todos sabemos que sin ellos no hay solución para Catalunya.

Bienvenidos al mundo real. Tras el 20D la derecha no suma para gobernar. La izquierda tampoco. Plantear ese dilema resulta pura política ficción o táctica electoral. En la vida real sólo puede conformarse un ejecutivo transversal. Nadie puede gobernar sólo con los suyos y aquellos que se le parezcan mucho. O se suma de manera transversal, o elecciones. No existen más opciones viables. Pedro Sánchez sólo puede gobernar sumando a Podemos y añadiendo de alguna manera a la derecha nacionalista o a Ciudadanos.

Una verdad que resulta igualmente aplicable a Pablo Iglesias. Sus números no cuadran y a su suma le faltan más de una docena de diputados que ni siquiera le proporcionaría añadir a ERC y Bildu. Utilizando la propia dialéctica de Podemos, su famoso gobierno del cambio o pasa con los votos de la derecha nacionalista o pasa con el apoyo o la abstención de la marca blanca del PP.

Su negativa a sentarse a negociar siquiera hasta que Pedro Sánchez rompa con Ciudadanos parece indicar o que está firmemente convencido de que los socialistas van de farol, o que prefiere los votos de la marca blanca de Convergencia. En cualquier caso el final puede acabar siendo el mismo: la cruda realidad de votar con el PP contra la investidura de un Pedro Sánchez que podría presentarse apoyado por una parte de la izquierda.

Sostienen desde Ciudadanos que todo esto es política ficción y ellos también resultan incompatibles con Podemos. Que lo realista es buscar un gobierno con el PSOE y la abstención del PP. Esa sería su opción y, por lo que parece, la apuesta de la gente de orden y con posibles. Afirman desde el partido naranja que harán un programa de reformas que el PP simplemente no podrá rechazar. Tanta ingenuidad no puede ser cierta. Así que sólo cabe pensar que Rivera aspira en serio a marcar el paso a PP y PSOE con su 14% de voto y que, por tanto, más dura será su inevitable caída a la realidad.

Negociar supone ceder y buscar puntos de compromiso por definición. Declarar la incompatibilidad entre tal o cual fuerza política desde los máximos de su programa resulta tan tramposo como incierto. Si además consideramos que los programas de nuestros partidos no se caracterizan precisamente por su concreción y nivel de detalle, sólo quién tenga decidido no llegar a un acuerdo puede declararlo inviable desde el principio.

Cuesta entender a qué viene tanto empeño en declarar incompatible o imposible un compromiso entre Pedro, Pablo y Albert si hasta dicho así, de corrido y en confianza, suena bien y parece el nombre de uno de aquellos gloriosos y activistas grupos de música folk de los sesenta, cuando todo se resumía en desearse amor y paz y sonaba la versión de Peter, Paul and Mary del clásico de Pete Seeger Dónde se han ido todas las flores. Ya se sabe que, en la política y en la vida, el diablo está en los detalles y lo importante siempre son las cosas que parecían más pequeñas.

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