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Aunque del grifo salga agua

José Luis Gallego

En Barcelona hace casi tres meses que no llueve. Estamos hablando de lo que normalmente se entiende por llover en esta ciudad del norte. Durante todo este tiempo apenas han caído cuatro gotas, poco más de medio litro por metro cuadrado, una auténtica miseria. De hecho, estamos atravesando uno de los períodos de sequía más severos de los últimos años. Otra cosa es que abramos el grifo y salga agua. Ese es el problema.

La Real Academia de las Ciencias y las Artes de Barcelona confirma que 2015 ha sido el año más seco de la historia de la ciudad. Bueno, para ser exactos desde 1913, cuando arrancó la serie meteorológica del Observatorio Fabra, situado en una de las colinas de la ciudad, la del Tibidabo. Desde entonces el promedio anual de lluvia en la capital catalana está en los 617,6 mm. El total registrado en 2015 ha sido de tan solo 345,8 mm: poco más de la mitad.

Sin embargo nadie parece echar en falta la lluvia. No se ha generado una conciencia colectiva de sequía porque nadie echa en falta el recurso. Qué raro -comentamos los barceloneses- hace tiempo que no llueve. Pero como sale agua por el grifo no pasa nada. Los ciudadanos sólo echamos en falta el agua cuando nos cortan el suministro. De la otra: del agua de la naturaleza, de los ríos, los campos o los ecosistemas, no tenemos ni idea ni tampoco queremos saber nada. Y eso es un error, un gravísimo error.

El problema es que nuestros grifos hace tiempo que se desconectaron del ciclo del agua en la naturaleza, lo que nos puede llevar a pensar que no dependemos de ella. Y eso es rigurosamente falso. La suerte que tenemos es que los embalses del Ter y el Llobregat, que dan suministro al Área metropolitana de Barcelona, están al 68 % de su capacidad máxima. Pero cuidado: hace un par de semanas estaban al 75% y en un par de semanas más su nivel podría quedarse en la mitad de su capacidad.

Si tenemos agua en nuestros grifos es porque en los últimos años hemos optimizado al máximo su gestión como recurso gracias a la colaboración de todos. En la gran Área Metropolitana de Barcelona hoy una gota de agua rinde el doble que hace veinte años. Ciudades como Santa Coloma de Gramenet o Barcelona han logrado reducir el consumo año tras año hasta situarse en torno a los 100 litros diarios por habitante. Personalmente ha sido emocionante asistir a ese nivel de conciencia ciudadana. Ello, unido al conocimiento, el oficio, los recursos tecnológicos, la capacidad de innovación y la experiencia acumulada en la gestión del agua han hecho posible que estemos superando una sequía que por otra parte es perfectamente seria.

Pero no nos engañemos: sin agua en la naturaleza no tendremos agua en los grifos. Por mucha tecnología y conocimiento que apliquemos, quien decide es el clima. Por eso deberíamos ser conscientes de la sequía aunque gracias a la eficiencia no la padezcamos. De igual modo, la gobernanza del agua debe tener en cuenta que, por lo que nos dice la ciencia del cambio climático, ésta es la nueva realidad del agua a la que nos enfrentamos: un aumento de la variabilidad en las precipitaciones con una tendencia clara a la falta de disponibilidad. Hay que tomarse el agua muy en serio porque sin agua no hay sociedad, no hay economía, no hay desarrollo.

El nuevo gobierno de la Generalitat y el que surja en Madrid tras la nueva correlación de fuerzas en el parlamento español van a tener que asumir importantes retos, pero uno de los más serios va a ser el de la gestión del agua. Harían bien en afrontarlo con altas dosis de sensatez y sentido común, porque si el agua deja de llegar a los grifos todo lo demás dejará de tener sentido.

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