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Ya nadie hace chistes de gangosos

Pintada a favor de la libertad de expresión

José Saturnino Martínez García

Esos chistes eran muy populares hace unas décadas, pero por suerte, a nadie se le ocurre hacerlos en la actualidad. Como mucho, Arévalo, que se hizo famoso con ese tipo de historias, echa de menos esa época, pero sabe que su tiempo pasó, y no ha querido o sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Nadie los cuenta, pero tampoco están prohibidos, o quizá sí, no lo sé, arriésguese Vd. a tuitear un chiste de esos, que lo mismo acaba en la cárcel, ya no lo sabemos, se ha vuelto todo muy impredecible.

Lo que ha pasado con este tipo de bromas es importante para plantearnos el debate sobre la libertad de expresión. Lo que nos parece inmoral que se diga, lo que nos ofende, ¿lo prohibimos o lo contraargumentamos? No sabemos qué hubiese pasado de prohibir este tipo de bromas indignantes, a día de hoy, pero tan graciosas en su día. Lo que sí sabemos es que desaparecieron sin necesidad de meter a nadie en la cárcel, porque gracias al debate público, fuimos madurando como sociedad y vimos que no hay ninguna gracia en reírse en las dificultades de expresión de una persona. Si hubiésemos condenado a Arévalo a dos años y un día de prisión por sus chistes, habríamos dejado antes de hacer estas bromas, pero no sé si nuestra sensibilidad sobre la cuestión hubiese cambiado como lo ha hecho, hasta el punto que ya es casi impensable hacerlas, a no ser que se quiera ser condenado a la ignominia social.

Las opiniones no deben llevar a la cárcel, a no ser que sean parte constitutiva de un delito real. Si digo “hay que matar a fulano”, porque estoy indignado por alguna actuación suya no tiene el mismo peso que si se lo digo a alguien con una pistola y tras oírme le dispara. El hecho de decirlo sin más no debería ser delito con pena de prisión, solo en caso de que se pueda demostrar de forma concreta la relación entre el enunciado y el acto. Que por enunciar palabras podamos ir a la cárcel en este país, sin tener en cuenta el contexto de enunciación como estamos haciendo, nos incapacita como sociedad para progresar, como sucedió con los chistes de gangosos. Es necesario que toda opinión sea decible o que los artistas se sientan libres para crear, para generar así debate, aclararnos las ideas, y descartar las malas. Una mala idea, mala opinión o mala obra de arte no debe ser reprimida por el Estado, sino contestada y criticada por la opinión pública. Lo más que se puede pedir es que si alguien dice algo sumamente desagradable, sea condenado al oprobio, tal y como sucede con las bromas señaladas.

Los delitos de odio se sitúan justo en la frontera de esta situación. Están pensados para proteger a colectivos discriminados, para evitar que con las palabras se siga contribuyendo a su discriminación. Justo es el caso donde el enunciado sí que puede tener efectos reales. Quizá tendríamos que pensarlos de forma que esa enunciación no solo sea genérica, sino que tengo un contexto más sustantivo, como que quien lo diga lidere una organización o que se haga desde un medio de comunicación que llegue a millones de personas, no que pueda llegar. Digo esto porque algo dicho en twitter puede llegar a cientos de millones de personas o a doscientas, y no es tan difícil de comprobar.

El problema que estamos viendo es la apropiación que los grupos dominantes están haciendo de la limitación de la libertad de expresión en favor de los grupos discriminados. Ahora resulta que el delito de odio también es para proteger a la policía, que porta armas, o la Iglesia católica, que recibe unos 10.000 millones de euros al año de forma directa e indirecta. Un sinsentido. Parte del problema es que se confunde lo que es impedir que surjan campañas de odio que acaben en pogromos con el derecho a no ser ofendido. Se está interpretando el delito de odio como delito a no ser ofendido. Y no debería existir tal cosa como el derecho a no ser ofendido. Una cosa es que tu vecino de escalera se dedique a insultarte todo el día y te humille delante de tus convecinos, impidiendo la convivencia pacífica. Otra es que católicos, musulmanes, militares, homosexuales… reclamen que vaya a la cárcel cualquiera que diga algo que les incomode. A los ateos también les ofenden las procesiones de Semana Santa, y a los niños les aterran, ¿las prohibimos?

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