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La vicepresidenta que susurraba a los manifestantes

Antón Losada

A la Vicepresidenta Maravilla no le casan la inconveniencia de tanta protesta y la excelencia de los datos económicos que le pasan los asesores pagados para fabricar powerpoints donde se demuestra que todo va de película. Lo que ha querido susurrarnos, con ese lenguaje diplomático tan propio de una abogada del Estado, es que le cuesta comprender cómo un Gobierno que lo está haciendo todo tan bien debe soportar y atender a unos ciudadanos que lo hacen todo tan mal. O somos tontos porque se acaba la crisis y no nos percatamos. O somos idiotas por dejarnos manipular para manifestarnos sin razón. O algo peor, somos malos y protestamos por pura malicia.

Desde que comenzó la recesión los ciudadanos lo estamos haciendo todo fatal y desde que gobierna el PP, de pena. Reconozcámoslo. Menos mal que gentes preparadas como Soraya Sáenz de Santamaría están al cargo, sino España no sería una marca, y no llegaría ni a pegatina. Afortunadamente, su liderazgo está claramente por encima de nuestras posibilidades. Los 4.701.338 parados del INEM saben que nos merecemos un Gobierno dispuesto a olvidarse de ellos para poder contar al mundo lo bien que nos recuperamos.

Elijan el colectivo que elijan, somos un desastre. Los funcionarios, por ejemplo, tienen la mala costumbre de jubilarse muy despacio. Si sintieran España como la siente Soraya, se jubilarían más para recortar las plantillas más rápido. Así, en vez de haber prescindido de más de 375.000 trabajadores públicos, habríamos podido ahorrarnos los sueldos de un millón o millón y medio. Imagínese cuánto podría haber bajado la prima de riesgo con semejante ahorro, mientras el Ejecutivo seguía contratando a dedo para las empresas públicas, las únicas que crecen en empleo. O cuántos servicios se podrían haber subcontratado alegando que la administración carece de capacidad para prestarlos directamente.

Este Gobierno también ha tenido que hacer frente los pensionistas. Lo peor de lo peor. Además de arruinar a la sanidad pública consumiendo ibuprofeno como si se tratara de coñac, quieren cobrar la pensión cada año, malgastando así un dinero de la Seguridad Social que el ejecutivo habría podido emplear en rescatar otro banco arruinado por algún colega o engordar aún más el balance de las eléctricas.

Lo de los becarios ha rayado la pura deslealtad. Todo el mundo sabe lo mal que está la educación en España. Alguien tenía que impedir que el mundo se siguiera infectando con universitarios españoles mal preparados. Al Ejecutivo no le tembló el pulso. Como no le tiembla con los dependientes, o los inmigrantes, o los enfermos crónicos. De los parados mejor ni hablamos. La propia Vicepresidenta debió ponerlos en su sitio cuando denunció cómo más de medio millón cobraban el desempleo de manera fraudulenta. Cierto que luego resultaron sumar cerca de diez mil, pero eso son detalles. La vicepresidenta Soraya es como Tom Cruise en Minority Report, destapa el fraude antes de que se produzca.

Las protestas de Burgos constituyen el colmo de la ciudadanía mal entendida. La gente movilizándose contra una obra que suponía un buen negocio para todos. Como en los buenos tiempos de la burbuja, ganaba el constructor, ganaba el alcalde, corría el dinero público y además quedaba precioso el barrio alicatado hasta el techo. ¿A dónde vamos a llegar? ¿Qué será lo siguiente que querrá parar la muchedumbre? ¿La Ley del Aborto? ¿las obras del Valle de los Caídos?

La próxima vez que sienta la necesidad de salir a la calle contra las políticas de sufrimiento masivo del gobierno, piense en el rostro admonitorio de la vicepresidenta y no lo haga. No le dé ese disgusto. Ella no lo haría. No le haga perder su valioso tiempo. No deje que la realidad le estropee un buen dato. No se lo merece. Ella no ha vivido por encima de sus posibilidades, solo por debajo de sus estadísticas y su humanidad.

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