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La derecha no encuentra ni la brújula ni el GPS

Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y José Luis Martínez-Almeida en una imagen de archivo.

Rosa María Artal

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Grita, patalea, insulta, no se para en mentiras y trampas. La derecha española ha perdido La Moncloa, el poder político del gobierno central, y se muestra soliviantada. Junto a los medios que forman parte de su entramado, se lanzan a la estrategia del acoso y derribo del Gobierno con una agresividad que les desnuda. Cuentan con poderes extraparlamentarios notables en diversos estamentos. Pero lo cierto es que la derecha española vive una crisis grave, de la que se ha obstinado en no querer salir a la vista de sus comportamientos erráticos. La convocatoria de elecciones gallegas y vascas la ahonda.

Puntos clave de la debacle han sido la factura de la corrupción en el PP, saldada con la desafortunada elección de Pablo Casado como líder; el impulso y declive de Ciudadanos y la exitosa promoción de Vox. Todo va concatenado. El caso es que la derecha no suma en España por más que vocifere. Ha elegido la senda de la degradación y son de temer sus zarpazos doloridos. Más aún, representa un problema en el contexto internacional. España precisaría de una derecha racional y democrática, como la tiene Alemania, por ejemplo, que no deja de dar lecciones en ese sentido. Al contrario que la española que no puede estar más desnortada.

La irrupción de Ciudadanos en la esfera nacional marcó un nuevo modelo. Ciudadanos nunca fue otra cosa que un producto de marketing con obsolescencia programada. De ideología mutante, movida por la conveniencia y hasta a golpe de encuestas, pero siempre al servicio de la derecha y el ultranacionalismo español. La promoción de la que gozó Albert Rivera en los medios no tiene parangón en la historia reciente de España. Hecho que sorprendía por su poco elaborado discurso. El poder nos lo recetaba cada día, sin embargo.

Albert Rivera nos salía hasta abriendo el microondas de casa. Los sondeos le otorgaban resultados inflados que no confirmó la realidad, al punto de dañar el prestigio de alguna empresa demoscópica. Se prodigaban los artículos laudatorios a niveles de dar vergüenza ajena. Los “momentos dulcísimos” que “Rivera vivía con la sociedad española” pasaron a frases contradictorias: “Aun así se consolida la certidumbre de que Albert Rivera, y con él su partido, vive una auténtica luna de miel con buena parte de la sociedad española, al margen de que le vayan a votar o no”. Al margen de que le vayan a votar o no. Ahí estaba la clave. Siempre era el comodín para cualquier gobierno. Se le llegó a dar como posible presidente de un gobierno de consenso.

En mi opinión, Albert Rivera no era un líder político, estaba realizando un trabajo. La cuenta de resultados no obtuvo el objetivo y se fue a buscar otro empleo. Ciudadanos ha sido el ejemplo de una caída anunciada. Lo asombroso es que se consolidó ese modelo de joven guapito clásico sin estridencias, tanto en hombres como en mujeres, con un discurso de cuatro ideas básicas a repetir hasta la extenuación, con pocos problemas para mentir o, como dice el tópico popular, “montar pollos”. Inés Arrimadas es Albert Rivera en mujer y su impericia al seguir el mismo cliché va a terminar por hundir lo poco que queda de Ciudadanos. Le disputa el liderazgo –que los medios ya le han concedido sin más– Francisco Igea, vicepresidente de Castilla y León, que también tiene lo suyo.

¿Fue casualidad que el PP eligiera como presidente a Pablo Casado con un enorme parecido a Albert Rivera? A todos los niveles, desde el físico al intelectual. Eligió o lo que quiera que pasara en aquel batiburrillo de primarias. Lo esencial era que no saliera presidenta por ningún concepto Soraya Sáenz de Santamaría, una buena pieza que, en sus múltiples maniobras de todo calibre desdeñó trabajarse a los pesos pesados del partido. Y lo pagó caro.

En las elecciones de abril de 2019, el PP de Pablo Casado sufre el peor resultado de su historia, una auténtica hecatombe. Pierde tres millones de votos, se queda con solo 66 diputados, menos de la mitad de los que tenía desde 2016. En el Senado, se deja otros 74 escaños. En dinero supone 257.430 euros al mes en ayudas públicas. Un duro palo que le pone en apuros. Repetir elecciones en noviembre le ayudó a una modesta recuperación, a las claras insuficiente. Tocó techo.

En las elecciones municipales y autonómicas de mayo, el PP vuelve a perder un millón de votos. Pero juega sus cartas con habilidad. Con tanta como torpeza muestra Ciudadanos y, previamente, las disidencias de la izquierda. Ya ha cogido fuerza Vox –la versión “españolísima” de la misma simpleza del modelo– y logra colocar en la gestión a sus candidatos que, como Díaz Ayuso y Martínez-Almeida, son un auténtico lastre para la cordura. Evítenme el recordatorio de su sonrojante historial de despropósitos que ya conocen.

Las elecciones al Ayuntamiento de Madrid las ganó Manuela Carmena. Martínez-Almeida no llegó ni a 400.000 votos, perdiendo 170.000 respecto a 2015. Es alcalde gracias a Vox y, sobre todo, a Begoña Villacís, cuando Ciudadanos todavía tenía apoyo electoral. Es evidente que, si su partido quisiera desmarcarse de la caída en barrena en la que se encuentra, retiraría ese apoyo a semejante alcalde. Pero Villacís secunda a Almeida y hace falta tener muy perdida la brújula para apoyar el borrado de los versos de Miguel Hernández.

Isabel Díaz Ayuso tampoco ganó las elecciones a la Comunidad de Madrid. Fue la primera derrota del PP en esa circunscripción desde 1991. Ayuso obtuvo 18 escaños menos que Cristina Cifuentes en 2015 y 42 menos que Esperanza Aguirre en 2011. Y se quedó a solo 4 diputados de Ignacio Aguado (30 diputados frente a 26). El líder de Ciudadanos en Madrid le entregó, sin embargo, el cargo a Ayuso con la colaboración de Vox. Prefieren también esa combinación, y la siguen amparando. Estos son los datos. Es difícil conservar la memoria, hasta reciente, con una prensa dedicada a distraer la atención manipulando a diario.

La ascensión y ruina de Ciudadanos es un ejemplo a estudiar. Ni la más burda promoción mantuvo en el tiempo la realidad de lo que es: un partido de diseño, de carcasa y sin fondo. Muchos de sus votantes ya lo han entendido. “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”, dijo Abraham Lincoln y no viene mal recordarlo en tiempos de obviedades diluidas. Ciudadanos se ha quedado con 10 diputados y una desbandada histórica de sus miembros destacados. Y la líder oficiosa ni se inmuta. Inés Arrimadas no puede mostrar su acuerdo con Angela Merkel, inequívocamente antifascista, en su crítica al atentado ultra que mató a 9 personas en Alemania, mientras Ciudadanos pacta y alimenta gobiernos en España con la ultraderecha. Y lo hace sin pestañear. No se puede engañar a todos, todo el tiempo, pero ella insiste.

Lo del PP de Casado es aún peor por su tradicional peso en la política española. Volvieron votantes que se habían mudado a Ciudadanos, se fueron otros a Vox y Casado y su equipo parecen empeñados en engrosar al partido ultra que, además, marca la pauta. La estrategia de esa triple derecha y del PP en particular con Venezuela resulta ya patética. Que ése sea el principal tema de “cohesión” del Partido Popular da idea de la pobreza de sus ofertas. Y de su frivolidad. Cuando la realidad se muestra además tan paradójica. Sonroja oír hablar al PP de maletas, y a Venezuela además, cuando para allá se fue dinero público de ese que el Partido Popular confunde con el propio. La embajada española en Venezuela destinó dólares cambiados en el mercado negro para pagar favores electorales al PP en 2015 y 2016. Debería ser mucho más prudente un líder del PP hablando de valijas, maletas, baúles y sobres. Oír las peroratas de Casado, con todos sus emplastos encima, chirría en exceso.

Ni Casado, ni el equipo que se ha buscado. Con Cayetana Alvarez de Toledo, los cargos de Madrid Almeida y Ayuso, o el secretario General, Teodoro García. Esta intervención suya, con el nivel del orador, y los aplausos y sonrisas que le animan, define al PP actual como pocas:

La derecha se enfrenta en breve a dos elecciones de las que no le convienen. A Inés Arrimadas ya le han dicho que no necesitan para nada a Ciudadanos en Galicia por mucho que se empeñe. De hecho, hasta Feijóo le viene a decir lo mismo a Pablo Casado. ¿Le pasarán factura al líder gallego los trapicheos del PP…. con Venezuela? Mucho han tragado sus votantes allí, ya.

En Euskadi no tienen futuro electoral ni PP ni Ciudadanos, sumados probablemente aún menos. Ciudadanos sacó 0 escaños en la anterior cita autonómica y 0 en las generales. Y encima va a crear o ahondar el cisma entre el PP nacional y el vasco. Alfonso Alonso, el candidato a lehendakari, se niega a firmar con Ciudadanos.

C's está ya fuera si no cambia, y mucho tendría que hacerlo. Unos malos resultados del PP en el País Vasco, muy previsibles, serán derrota de Casado, mientras que el triunfo de Feijóo en Galicia lo sería de Feijóo, que se trabaja su distinción del líder nacional. ¿Y Vox? Tarde o temprano podría ocurrir lo mismo que con Ciudadanos. Además de su bagaje ideológico difícil de engullir, cuenta su forma de abordar los problemas de la vida cotidiana. No se resuelven diciendo: Viva España y ya.

No, no se puede engañar a todos todo el tiempo. De hecho, la derecha no recupera poder político, por más vueltas que le dé. Hace ruido como si hubiera ganado, pero no es así. Y el futuro inmediato le viene problemático, porque ni encuentra la brújula tradicional, ni siquiera un GPS.

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