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El referéndum de 1995 en Quebec: Comentario sobre 'El día después'

Canada, 1995

David Lizoain

  • Destacamos los aspectos más importantes de El día después, una obra fundamental para entender qué pensaban los líderes políticos en activo durante el referéndum en Quebec de 1995

El día después (The Morning After), de Chantal Hebert y Jean Lapierre, consiste en una serie de entrevistas con los protagonistas más destacados del referéndum de 1995 en Quebec. Los autores plantearon a los políticos qué hubiese ocurrido en el caso hipotético de una victoria del Sí, en lugar de haber perdido por los pelos (49,42% Sí, 50,58% No). Aunque se centra exclusivamente en Quebec, es de un gran interés para quienes han ido siguiendo con interés los casos de Escocia y de Cataluña. Destacan algunos elementos:

Confusión sobre cómo interpretar el resultado. La lección principal es que una pregunta ambigua genera problemas. En el caso de Quebec, los actores principales (en ambos bandos) tenían opiniones diferentes y hasta contradictorias sobre lo que se estaba votando, y por lo tanto sobre cómo interpretar el resultado del referéndum.

Fuera de Quebec muchos partidarios del No insistían que la votación era algo de blanco y negro –o unión o separación– aunque algunos de los entrevistados confiesan que era una interpretación puramente táctica. En cambio, en el bando del Sí se defendía el concepto de una asociación renovada para atraer a votantes indecisos. El libro explica que dos de los tres principales lideres soberanistas (Lucien Bouchard y Mario Dumont) pensaban que una victoria del Sí provocaría negociaciones y una federación renovada, mientras que el presidente de Quebec, Jacques Parizeau, nunca creyó en un nuevo pacto y se preparaba para una independencia unilateral.

Tensiones dentro de los bloques. Al largo de la campaña, Parizeau fue sustituido por Bouchard (quien fue nombrado negociador-principal) como la cara visible de la campaña del Sí. Sin embargo, Hebert y Lapierre documentan cómo Parizeau tenía la intención de excluir a Bouchard de las negociaciones en el caso de una victoria del Sí. Los dos hombres ni siquiera se comunicaron el día del referéndum. Mientras tanto, la ministra principal para los asuntos constitucionales, Lucienne Robillard, fue apartada de los circuitos de información porque estaba dispuesta a aceptar una victoria del Sí. Se comenta la posibilidad de que fue embargada a propósito la noche electoral para que evitase haciendo declaraciones desafortunadas (desde el punto de vista del bando del No). Se dio el caso que simultáneamente, una parte principal del Sí hubiera interpretado una victoria ajustada del Sí como un mandato para negociar, y que una parte principal del No lo hubiera interpretado como un mandato para la secesión.

Concesiones a última hora. Como en el caso escocés, un primer ministro comprometido con una línea dura, Jean Chrétien, al ver que las encuestas eran desfavorables –el Sí ganaba en las encuestas la última semana– prometió un nuevo pacto a la ultima hora. En este caso, el reconocimiento del hecho diferencial de Quebec (distinct society) y un nuevo arreglo constitucional. Pese a esta promesa, nunca se adaptó la Constitución. Los expertos federalistas ya lo habían advertido: cualquier cambio constitucional tenía que apelar al resto de Canadá y no se podía ver como algo diseñado exclusivamente para satisfacer a Quebec.

Confusión en el seno del estado. En ningún momento hubo unidad dentro del bando federalista (federal y provincial). En el caso de una victoria del Sí, los ministros del resto de Canadá se estaban preparando para defenestrar el primer ministro, que venía de Quebec, cuestionando si podría negociar en nombre de Canadá. La oposición parlamentaria, mayoritariamente de la parte occidental del país (y recordando algo a UKIP), iba a pedir la dimisión del primer ministro a cambio de no abandonar la cámara de diputados. Según sus contactos con Parizeau, estaban dispuestos a negociar una secesión inmediatamente. Hebert y Lapierre revelan que hasta una provincia como Saskatchewan estaba haciendo planes de contingencia en secreto, donde no se descartaba ninguna opción –ni la secessión del resto de Canadá. Mientras tanto, Chretien había prohibido a su burocracia que hicieran planes de contingencia, mientras que él en secreto estaba preparando un gabinete de emergencia.

La dimensión internacional es relevante. Los autores describen que el entonces Presidente de los EEUU, Bill Clinton, había dado garantías que su país estaba dispuesto a respaldar al gobierno canadiense en cualquier caso, independientemente de cual fuera su reacción a una victoria del sí. La respuesta de la Francia de Jacques Chirac hubiese sido mucho más imprevisible, porque ambos bandos contaban con él. Ambos bandos enfocaban sus estrategias del día después hacia la comunidad internacional.

El referéndum solo era un elemento más dentro de un largo proceso constitucional. El referéndum de 1995 se produjo, en gran parte, debido al fracaso en 1990 de la ronda constitucional que culminó el Pacto de Meech Lake. Era un detonante parecido a la sentencia del Estatuto. Inicialmente, fue el partido (federalista) Liberal de Quebec que propuso un segundo referéndum sobre la soberanía. Este referéndum no fue celebrado inicialmente, porque se sometió otro nuevo pacto constitucional a referéndum en 1992 (el Acuerdo de Charlottetown) y fue derrotado en las urnas, tanto en Quebec como en el resto de Canadá. El caso canadiense es una muestra clara de cómo las negociaciones constitucionales pueden fracasar repetidamente, y alargarse durante años o hasta décadas. Finalmente, después de la experiencia de 1995, triunfó la tesis de que la claridad era necesaria en cuanto a los términos de una secesión. Tesis que, por cierto, en sus inicios era el planteamiento de la línea dura.

El contexto económico importa. Para acabar, otro curioso paralelismo a los procesos escoceses y catalanes. Algunos de los personajes entrevistados indican que el gobierno federal de Canadá no se centró en Quebec porque estaba demasiado centrado en el equilibrio presupuestario. En 1995, el año del referéndum, tuvieron lugar los mayores recortes al gasto social que se habían producido en Canadá durante décadas. Si se pretende mantener la unidad de un país, resulta ser que la austeridad a la ultranza no es la mejor estrategia.

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