Día 6 de estado de alarma: primaveras y viernes
La primavera es esa estación que, en Sevilla, cuelga de los balcones. A modo de geranios, de colgaduras de semana santa, de trajes de gitana que salen a orearse. Es esa estación que huele a incienso, a azahar y a albero a la vuelta de la Feria y, en algunos lugares, como en casa, huele también a Tio Pepe, y a miel en las torrijas. A velas rojas, a farolillos, a cascabeles.
La primavera es esa estación en la que resurgen los viernes afterwork, los viernes de “se ha quedado el día para no entrar en casa”, los viernes de las primeras huidas a la playa. Los VIERNES. Cuando una es devota de los silogismos disyuntivos: la primavera es estar en viernes siempre, aunque no todos los viernes sean primavera.
La primavera llega este sábado. Unas horas después del viernes, y nos cogerá a muchos con cambio de armarios (el top ten de esta cuarentena), recortando las mangas de los trajes de gitana (recuerdo que en septiembre es el veranillo de San Miguel) y oliendo a lejía en cada rincón de casa.
La primavera llega mañana. Casi viernes. Y volveremos a los balcones. Aplaudiendo, cantando, bailando, preguntándole a los vecinos que tal se encuentran, echando un ojo a la panadería de debajo de casa que también empieza a oler a torrijas, sacando las sillas de playa a la azotea para releer “La Isla del Tesoro” y pensar en la suerte que tienen los piratas, con sus horizontes amplios y con Ron de sobra para celebrarlos.
Y entonces te das cuenta de que es primavera. Que tienes que adelantar la hora del reloj, que tu madre se ha pintado los labios para hablar contigo en esa vídeollamada aprendida, que tu hijo ha superado la primera semana de enseñanza on-line y que sigues contando los días para salir, para abrazar, para besar. Y es entonces cuando decides que, mientras eso no sea posible, harás que todos tus días de esta primavera encerrada, como los lunares en el baúl de la abuela, los vas a vivir como si fueran viernes.Y en ello estamos. (El balcón de Susana)
La primavera ha pillado a Kala con la pata cambiada. Hay azahar en su calle y hace buen tiempo, pero, qué extraño, su dueña, Marifé, lleva varios días sin acompañarla de paseo. Para colmo, su parque favorito está vallado. Por más vueltas que da, nada… todas las verjas están cerradas. Así no hay manera de estirar las patas.
Kala es una perra. Bueno, más bien, una perraza. Un pastor alemán que me ladra con las fauces abiertas. Mientras no haya dentelladas que lo desmientan, es más buena que el pan. Ya he ido a pasearla un par de veces. Bueno, seamos sinceros, es ella la que me pasea a mí. Y, como a mí, a un puñado de vecinos. Marifé, que no puede salir, está muy agradecida. Yo le insisto a Marifé: el favor nos lo estáis haciendo vosotras. Sin ellas no habríamos olido esta silenciosa primavera. (El patio de Alejandro)
Botellines de primavera
(La ventana de Luis) Por fin es viernes y, además, hoy ha llegado la primavera de la mejor manera posible , con una lluvia fina y mansa que riega mis macetas y los naranjos de mi calle. Porque la primavera, ajena al Covid 19, sigue su curso. Es decir “covid” y recordar a la mascota de Barcelona 92, cosas de la fonética.
La buganvilla se ha cubierto de un rojo insultante, se me abren las calas y la flor del dinero cae en cascada desde la jardinera; debe ser que no se ha enterado de que han suspendido la lotería y el cupón de la ONCE. Mañana no hay que madrugar , descanso de mi gimnasia diaria y me voy tomar esa cerveza que intento evitar, con poco éxito, durante la semana. Así que ¡quién dijo miedo habiendo botellines!
¿Qué harán los vecinos?
(La ventana de Irene) Asomándome a la terraza a las 8 para el aplauso, miro a las ventanas de las casas de enfrente. Me pregunto qué harán los vecinos. Qué pensarán de todo esto, cómo se sentirán, si se sentirán como yo… Sobre todo me pregunto si cada pensamiento que he tenido, ellos lo han tenido ya o lo tendrán en el futuro. Hay veces, pocas, que se me olvida que estamos en cuarentena. Es en esos escasos momentos cuando las cosas se asemejan a como eran antes. Dura poco el momento. Desde la terraza tengo una panorámica de mi barrio, San Julián.
Diviso la cúpula de San Luis de los Franceses y la torre de la iglesia San Marcos. Ahí estaban, y ahí estarán. Mejores vistas tengo cuando mi vecina sale con Manuel, que me saluda con la manita y sonríe. Las vecinas de enfrente animan a los peques poniendo la canción de Doraemon. A lo lejos veo las letras en verde del Hospital Virgen Macarena. De ahí acaba de salir mi madre, médico internista; de trabajar. Hace más de una semana que no la veo. Aplaudan a todos aquellos que trabajan por nosotros, sean sanitarios o no. Se lo merecen.
Mirar el calendario
Se ha quedado una tarde estupenda para leer Parece que fuera es primavera, de la italiana Concita de Gregorio. Sí, el calendario dice que ha llegado la primavera, pero lo que ha pasado por la puerta de casa es lo de siempre: el panadero, el pescadero, el que no se entera de que no se puede ir a caballo por la calle, la carta del banco que nunca se abre… Sí, es como cuando llegaba la primavera a la casa de Ana Frank. En la tele han dicho que es viernes y lo he tenido que mirar en la agenda para comprobarlo. Fuera, el azahar revienta, aunque en uno de los árboles este año han crecido naranjas; pero flores, no. Mi vecina dice que es cosa del coronavirus, que “tó lo mata”. Ha pasado un coche con tres personas dentro, pero ya agota llamar al 112 y que nadie acuda. Un día menos…
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