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Día 33 en estado de alarma: mirando al cielo

Meteo/ Foto: Luis Serrano

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Siempre me ha gustado la lluvia, y ahora mucho más: no arruina ningún plan, y los dueños de los perros de mi calle invierten la mitad de tiempo en pasear a sus mascotas. Si a eso le sumamos que uno quiere imaginar en cada gota que cae una diminuta porción de la capa de ozono que se regenera, o un puñado de tierra campestre que agradece el alimento, se entenderá mejor que cualquier chirimiri tenga estos días algo de acontecimiento.

La lluvia tras los cristales refuerza la sensación de calor hogareño, invita a los juegos de mesa y a una melancolía de anuncio televisivo que liga con Mozart; ligera, inocua, incluso agradable. Anoche, en Cádiz, una tormenta formidable sacudía los cristales de las ventanas e iluminaba de vez en cuando el cielo con sus relámpagos. Fue una delicia oír el chaparrón acurrucados entre las mantas, salvo, quizá, para quien de repente cayó en que había olvidado recoger la ropa tendida. (La ventana de Ale Luque)

Máster en meteorología

¡Cómo se nota que estamos en cuarentena y no nos movemos de casa! Llevo desde que empecé el confinamiento sin prestar atención a la meteo después de las noticias, y mira que, en esta época del año, con la Semana Santa, la Feria y viajes varios, yo era un adicto a ésto de la meteorología.

Vamos, que hoy en día, si ves el tiempo en la 1 de TVE, que dura veinte minutos, y después, por corroborar el parte, te ves el de Antena 3, te lo convalidan por un máster en meteorología. Eso sí, por la Universidad Rey Juan Carlos.

En estos días, tan sólo estoy pendiente del tiempo cuando tengo que subir a tender a la azotea y, como ensuciamos menos ropa, ocurre muy de tarde en tarde. Así que, con estos prolegómenos, no podía fallar. Ayer salí a comprar, no había mirado la previsión, y me calló lo más grande en lo alto de la moto, con un chaleco finito como toda protección. Llegué a mi casa empapado, con la mascarilla de papel que parecía un clínex usado y los calcetines chorreando. Dos estornudos grandes y Lola que me dice: “a mí ni te me acerques”.

Esta mañana lo primero que he hecho al abrir el móvil ha sido consultar eltiempo.com, por lo que pueda pasar. (La ventana de Luis)

Un metro cuadrado

En mi casa tenemos un recuadrito de sol. Está en la terraza, mide algo menos de un metro cuadrado y es tímido a la manera del río Guadiana: aparece como a las 10.30 y enseguida se recoge. Diría que antes de mediodía se ha marchado. El trozo lo cubre por completo una alfombra de goma Eva o poliespán, que forma un puzzle de números. El caso es que estos días oscuros buscamos el cuadrado de sol como busca el agua quien atraviesa el desierto. Me gusta pensar que activo la producción de alguna vitamina, aunque sé de sobra que esos minutos dan para poco. Ese rato, tan breve, también permite tomar conciencia de la escasez: lo que antes nos sobraba ahora hay que rebuscarlo en una esquina.

A Mario, en cambio, ya le da bastante igual salir a la terraza, si total en el salón tiene todo lo que necesita: la misma alfombra, pero con letras, y un batallón de juguetes en permanente despliegue por el territorio.

De todas formas, no están siendo días luminosos en la Costa del Sol. Está lloviendo bastante, pero nos damos poca cuenta. Ha habido hasta lluvias de las torrenciales, de esas que cada cierto tiempo anegan casas en Málaga (últimamente en Campanillas), sin que nadie ponga remedio. Como para ponérselo ahora. Sin llegar a lo torrencial, algo de bueno tendrá que llueva ahora: a uno le da por pensar que el campo estará bonito cuando llegue el momento de salir a pasear.

Cielomoto

Cielomoto. Llevo días pensando en esta insólita palabra. La descubrí a través de mi amigo Juan Antonio y no me la puedo quitar de la cabeza.

Con el silencio de nuestras ciudades, todo cobra una nueva dimensión. También los fenómenos atmosféricos, que atruenan con mayor misterio. No estoy seguro de cómo restalla un cielomoto y, por redes, hay tantos ejemplos que ni siquiera sé si existen.

En este silencio, en esta quietud, muchos sienten (sentimos) miedo y cuando el firmamento se oscurece, pensamos -como Obélix- que el cielo va a caer sobre nuestras cabezas. Ya no hay relámpagos ni truenos, sino luces misteriosas, ovnis y trompetas del apocalipsis. Ante el pavor de la amenaza invisible, muchos llaman trompetas del apocalipsis a los misteriosos cielomotos.

Una amiga me descubre el término en japonés: uminari. Y la traducción resulta preciosa: llantos del mar. No sé vosotros, pero yo la prefiero: me resulta más agradable que imaginarme a un niñato celestial montado en moto o a un monstruo a caballo tocando una vuvuzela apocalíptica…

Dan tormenta para el fin de semana. Cuando llueva, me asomaré a la ventana y escucharé atentamente: a ver si tengo suerte y escucho el mar sobre mi cabeza. Uminari.

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