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El envenenamiento

Manifestantes agreden a policías y coches a la llegada de Pedro Sánchez. EFE/ Brais Lorenzo

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Las crisis rara vez traen nada bueno para los que las están sufriendo, al menos en el corto plazo. Hace falta la óptica del tiempo y el análisis profesional de los historiadores para reconocer lo positivo de una situación catastrófica, si lo hay. En pleno trance pandémico, solo una mirada larga lograría anticipar en qué se traducirán estos padecimientos en los escenarios futuros y cuáles serán los beneficios. Hasta ahora las prospectivas que van saliendo son dispares, y más que dar certidumbres enredan los dilemas. Lo que sí sabemos, pese a que al principio creímos ingenuamente que como comunidad íbamos a resurgir mejores, es que el envenenamiento de la vida pública se ha agudizado de un modo vertiginoso. El discurso bronco, rudo y brutal de la extrema derecha ha fecundado el conflicto social que viene de la anterior crisis y también los populismos arrebatados del nacionalismo ramplón. Su irrupción ha contaminado el espectro conservador y ha corroído la convivencia.

La periodista Oriana Fallaci escribió en su libro Un hombre que la costumbre es la peor de las enfermedades porque nos lleva a aceptar cualquier circunstancia, por muy fastidiosa e indeseable que sea. Por costumbre se vive con personas a las que detestamos, consentimos servidumbres, cadenas e injusticias. “La costumbre es el más despiadado de los venenos porque penetra en nosotros lenta y silenciosamente, y crece poco a poco nutriéndose de nuestra inconsciencia”. Vox, el partido que en España representa a la ultraderecha (no quiere que se le denomine así), se ha incrustado en el paisaje y ha ido adquiriendo trazos de normalidad. Si bien convendría precisar que los comentarios estridentes de algunos de sus miembros sobre la imagen icónica de la piedad que compusieron Luna y Abdou, con su abrazo en las orillas de Ceuta, han sido de una iniquidad tal que incluso han revuelto los robustos estómagos de sus partidarios. Pero las cosas pasan con rapidez y se olvidan con idéntica diligencia. Y allí donde la formación tiene algún papel en el Gobierno, como es el caso de Andalucía, aún con más celeridad.

Vox se ha entreverado en el sistema para derribarlo, pero nos hemos familiarizado con su xenofobia, su antifeminismo y sus prédicas sobre los privilegios de unos cuantos. Hemos interiorizado su agenda.

Nos hemos habituado a Vox, a sobrellevar sus ponzoñas, bulos y calumnias; a las bravuconadas de pecho henchido. A que una buena parte de los medios haya borrado el apellido ultra o extrema derecha para no molestar, a la liviandad con que les tratan sus aliados, quienes les dispensan muestras empalagosas de respeto y esquivan las amenazas con lenguaje de abanico. No porque amenace la continuidad del Gobierno de la Junta: una vez aprobados los presupuestos de este año, el presidente Moreno Bonilla está en disposición de ir tirando hasta hallar el momento exacto en el que las encuestas le aconsejen convocar, siempre que Ciudadanos aguante y no se deshaga como un azucarillo. Lo que está en juego, lo que se salvaguarda con esas maneras obsequiosas son los acuerdos venideros, ya que únicamente si los sondeos arrojan el veredicto de mayoría absoluta, con un margen aceptable de éxito, el PP se podría permitir cierto desdén. Esa es la clave. Además, Vox debe estar, en puridad, razonablemente satisfecha. Ha ido coronando todas sus reivindicaciones que cuentan con encaje legal y estatutario, a la par que rompiendo los consensos respecto a cualquier tipo de igualdad.

El argumento de la utilidad con el que los bienintencionados quieren atraer el apoyo de los ultraderechistas al Ejecutivo de populares y naranjas les es indiferente, la motivación es otra. Jerarquizados al estilo militar, su perspectiva es de ámbito nacional (de hecho, rebaten las autonomías aunque se financian con sus subvenciones). Santiago Abascal y su cohorte son los que agitan el tablero y, tras el estancamiento de Madrid, han resuelto redoblar las dosis de gestualización y provocaciones de pandereta. Andalucía es un mero instrumento, aquí van cambiado periódicamente de portavoces sin ofrecer explicación, probablemente con el propósito de que a ninguno le tiente la idea de cultivar un liderazgo propio. Es uno de los preceptos del manual de la organizaciones autoritarias: evitar que el miembro disponga de un entorno estable y propicio para pensar por sí mismo o volar solo. Mientras, el veneno avanza y extiende un miedo difuso a lo diferente. Vox se ha entreverado en el sistema para derribarlo, pero nos hemos familiarizado con su xenofobia, su antifeminismo y sus prédicas sobre los privilegios de unos cuantos. Hemos interiorizado su agenda. Ya no hay alarma, sino la aceptación de lo regresivo como un coste necesario.  

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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

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