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Europa amnésica

Géraldine Schwarz: Sin trabajar la memoria, no puede haber democracia madura

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“Nuestra propia historia nos permite saber de lo que es capaz el ser humano. No debemos imaginar que ahora somos mejores y diferentes”. Ningún país de nuestro entorno, y menos España, se ha enfrentado a su pasado más oscuro de la manera que Alemania comenzó a hacerlo después de la Segunda Guerra Mundial pero, sobre todo, a partir de los años ochenta. El principal hito, dentro del ámbito institucional, fueron esas palabras, extraídas del famoso discurso que en 1985 pronunció el presidente Richard Freiherr von Weizsäcker, y que borraron cualquier mínima tentación de exculpación social con el horror nazi. Las recoge Geráldine Schwarz en Los amnésicos: historia de una familia europea, ensayo con el que ha obtenido algunos de los principilas premios europeos, y que solo la recomendación entusiasta de Lucrecia Hevia en un post de Facebook me llevó a leer.

Los amnésicos no es un libro sobre el nazismo, ni siquiera sobre sus causas, sus consecuencias o su contexto histórico. Es, en primer lugar, una indagación acerca de la complicidad social que lo permitió y, en segundo lugar, un estudio sobre los mecanismos institucionales para borrar de la memoria colectiva esa misma complicidad. La principal particularidad es que Schwarz, nacida en los años setenta de padre alemán y madre francesa, hace todo ello tirando del hilo de su propia familia. Estamos ante una investigación tan desgarradora como absorbente que acaba convirtiéndose en metonimia de todo un continente. Por otro lado, aunque sin desmerecer el conjunto, bien se podría haber ahorrado su análisis del presente desde una blanda mirada socialdemócrata.

Los ejecutores nazis no podían dejar de cumplir órdenes, en su mayor parte la población ignoraba lo que de verdad estaba sucediendo; en Francia la sociedad en general se opuso al régimen de Vichy, no colaboró con las deportaciones de judíos ni celebró la Ocupación, sino que masivamente participaba, directa o indirectamente, en la Resistencia; en Austria la anexión no fue aclamada por la mayor parte de la población ni el país se aplicó con mayor celo que la propia Alemania en el exterminio judío, mientras que en Italia quien más quien menos era partisano y condenaba enérgicamente las masacres en África del régimen de Mussolini… Schwarz desvela cómo estos tópicos, todos sustentados en falsedades, fueron diseñados de modo muy calculado por las políticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En algunos casos han perdurado hasta hoy día, a pesar de tener todos los datos históricos en contra, como meticulosamente repasa el libro. No en vano, Schwarz llega a la conclusión de que son los países donde más se ha aplicado este borrado, o más ha tardado en corregirse, en los que ahora ha resurgido con mayor fuerza la extrema derecha. En España sabemos bien de lo que habla.

Consentir

La figura paradigmática de la connivencia social con los regímenes del horror, y de la que Schwarz se ocupa en extenso a partir de la biografía de su propio abuelo, es la que en alemán se conoce como Mitläufer. Se trata de un término que admite múltiples matices y grados, lo que acertadamente reconoce el ensayo. Vendría a ser algo así como el que se deja llevar por la corriente, un consentidor no entusiasta pero que permite hacer para, a la postre, acabar beneficiándose de esas políticas: su propio abuelo adquirió una fábrica gracias a las políticas nazis de despojo a los propietarios judíos. Es una figura que refleja muy bien Coradino Vega en su novela La noche más profunda. Aborda en ella, a través de la experiencia reflejada en los diarios del escritor Mihail Sebastian, el ambiente tan claustrofóbicamente antisemita, tan lleno de esos Mitläufer, que reinó en la Rumanía de la época.

Europa está hecha de sangre. Cada estrato de nuestra supuesta identidad compartida está compuesto de guerras despiadadas, como de alguna manera muestra Centroeuropa, novela de Vicente Luis Mora, una de las novedades más originales e imaginativas de esta rentrée literaria. La construcción de un sentido de comunidad ha pasado históricamente por la creación de un enemigo inventado, en un ciclo que parece no tener fin y en el que esos Mitläufer han resultado, siempre, imprescindibles.

Leyendo Los amnésicos nos pueden sobrecoger una y otra vez las actitudes individuales que, con muy poco que perder, de manera generalizada dieron carta de naturaleza a los regímenes totalitarios. No obstante, la diabólica rueda siempre sigue girando. En su ensayo El enemigo conoce el sistema: manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención, Marta Peirano establece una equivalencia, adaptada a las nuevas técnicas de manipulación virtual, entre el Holocausto y el genocidio de los rohinyás en Birmania, aquí al lado. Este mismo año, no lo olvidemos, Europa recordaba el 25 aniversario de la masacre de Srebrenica.

Repetimos los errores

¿Ha aprendido Europa algo de todo ello? Para Angela Merkel rotundamente no. Las crisis de los refugiados sirios de 2015 nos demostró que lleva razón, con la excepción, precisamente, alemana. Los mandatarios de toda Europa repitieron entonces, con una exactitud desoladora, los mismos argumentos por los que, en la Conferencia de Evian de 1938, se negaron a acoger a los judíos que escapaban del régimen nazi. En estos días hemos visto vagar a los refugiados del campo incendiado de Moria, como vimos este verano la desesperación de los temporeros de Huelva, en su mayoría africanos, que huían de las llamas provocadas en sus asentamientos. En el ámbito social, y también en el institucional, cualquiera que preste atención sabe que se están sucediendo demasiados episodios de tintes racistas y xenófobos a raíz de la pandemia.

España es uno de esos países que no ha hecho sus deberes en materia de memoria histórica. Somos uno de los Estados que mayor vergüenza arrastra y más permisividad demuestra a la hora de normalizar un régimen aniquilador como el que padecimos, libros de texto incluido; algo que de manera implícita admite ahora el nuevo proyecto sobre memoria histórica. Ahí está Abascal en un Parlamento democrático añorando a viva voz el franquismo.

De aquellos barrios estos lodos, y los que vendrán. Luego, cuando se quiera pactar otra Transición, pasaremos un manto rehabilitador y continuista y de camino absolveremos a los Mitläufer, como si no supiéramos que antes o después volverán a salir del armario. Al fin y al cabo los estamos legitimando.

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