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Franco sigue metiendo goles
Franco sigue jugando al fútbol. Y es una estrella en lo suyo, meter goles en la Liga (del fascismo). Imaginen un locutor que desgrana, con voz de antiguo noticiero, la alineación del equipo más ofensivo.
“Repite once la temida escuadra entrenada por el tuerto, cojo y manco Millán-Astray. En la portería, el cancerbero Primo de Rivera. Defienden los aguerridos Fraga, Martín Villa y Utrera Molina. Sanjurjo cierra el medio campo acompañado en la destrucción por Gil-Robles y los creativos March y Pemán. Como delanteros, el tridente mortal con los extremos Mola y Queipo comandados por la máxima figura del balompié nacional: Paquito Franco”.
La metáfora futbolera rescata una realidad palpable: la memoria del franquismo sigue vigente y, lejos de recibir tarjeta roja, campa por las canchas con total impunidad. Franquismo sociológico, dicen los historiadores. ¿Imaginan un Hitler Club de Fútbol? O un Recreativo Stalin, Real Videla, Sporting Pol Pot, Pinochet Deportivo… El Villafranco CF aún existe, como contábamos en el especial de eldiario.es por el 40 aniversario de la muerte del dictador (que provocó una oleada de insultos y amenazas, y también, justo es decirlo, de felicitaciones).
En tiempos de mundialización del odio, con los derechos humanos a precio de saldo, en España nadie puede impedir que un equipo de fútbol honre con su nombre a uno de los militares que con el fracasado golde de Estado provocaron la guerra civil española. Rebeldes que dejaron una tierra sembrada de fosas comunes. Ahí sigue el Villafranco Club de Fútbol, para escarnio de las víctimas y sus familias.
Y es sintomático. Una muesca más en la empuñadura del régimen campeón en el mantenimiento de parafernalia simbólica. El enaltecimiento de la dictadura está en topónimos, en calles y plazas dedicadas a golpistas, en el Valle de los Caídos, los regates del Estado a la investigación de los crímenes franquistas y hasta en la Fundación Nacional Francisco Franco que vela por la “memoria y obra” del genocida.
Pero lo más grave no se ve. Está bajo tierra: unos 150.000 desaparecidos forzados, muertos a tiros por los sublevados y condenados luego al olvido en el país de la desmemoria. A 80 años del estallido golpista, la estrategia de aniquilación del adversario social y político mantiene a España como una de las naciones donde más en entredicho está el cumplimiento de los derechos humanos, según la ONU y Amnistía Internacional. Un manto nocivo para que florezca una sociedad sana, reparada, verdaderamente democrática.
La educación es un elemento vertebrador esencial en este sentido. Lo confirma, como detalle paradigmático, aquel reguero de reacciones a la publicación del reportaje sobre el conjunto balompédico que porta el apellido de Franco. Mensajes insertos en la mayoría de casos, ahí está la clave, en el repleto estadio del odio y el desconocimiento.
Porque España nunca contó su historia reciente en las escuelas. Ni en las facultades. O, mejor, la contó mal a sabiendas. El analfabetismo ante la barbarie franquista es el triunfo del terror y la derrota de la democracia. La construcción de un relato histórico equidistante, falaz, no es una jugada casual y sí una herramienta útil que pasa la mano a un listado interminable de crímenes contra la humanidad e impide que sea delito llevar impreso el apellido de un genocida en la camiseta. Como pasaría en Alemania, sirva el ejemplo.
El resultado final del partido está todavía en juego. En la Liga de la memoria, la zamarra a patrocinar es la que lleva en su escudo un lema: verdad, justicia y reparación para las víctimas del fascismo. Derechos humanos, garantía de no repetición, respeto a nuestros muertos. O Franco seguirá metiendo goles.