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La merkelización de Europa
Le damos vueltas y más vueltas, nos indignamos, nos sorprendemos, nos sentimos impotentes, al final, todo conduce al mismo sitio: a Merkel. Días atrás hemos creído estar en medio de una pesadilla. No era, ni es posible, que la refinada Europa, depurada en revoluciones e iluminada por los grandes pensadores de la humanidad, hubiera caído en eso, pero sí.
Ha sido la UE la que ha llegado a un acuerdo ignominioso con Turquía para tratar de resolver la grave crisis de la inmigración. Con la opinión en contra hasta de la ONU, que lleva años dormida, contra el derecho europeo, contra la legislación internacional, contra todo, bueno, a favor de intereses nacionales de unos miserables. Ya es un sarcasmo que se les llame refugiados, participio de refugiar, ¿refugiados dónde, a salvo de qué?
Decía Merkel, digo elecciones; el domingo, en tres estados de la federación alemana. Los coaligados se juegan mucho. Esa es la clave. Merkel vio en los sirios una gran oportunidad de engrosar sus filas de mano de obra barata para sostener el siempre milagroso ejemplo alemán de bienestar económico, no sé si de conciencia del pueblo, pero se le fue de las ídem. Estas elecciones son su prueba, comprueba si sus medidas radicales y bochornosas, con las que ha arrastrado al resto de los innobles gobiernos europeos, son eficaces, no para solucionar el conflicto, sino para convencer a su electorado. Sólo eso.
Estamos en sus manos, en manos de trece millones de alemanes; si gana, mantendrá lo que ya ha impulsado, si pierde, aún puede ser peor. Ante el auge de los radicales fascistas y xenófobos alemanes, a Merkel y a sus aliados socialdemócratas, no se les ha ocurrido otra cosa que competir con ellos en injusticia, en vez de combatir contra ellos en justicia social y solidaridad. Alguien nos tendría que explicar por qué apoyarse unos a otros así, en esa cosa de la añorada Gran Coalición en España, es algo deseable. Sostener estas políticas vomitivas por parte de la “izquierda moderada” en Alemania, en su viraje a la derecha, no sólo es repugnante, es la ruina de esa izquierda en toda Europa y del propio proyecto político europeo.
Esta semana, la Fundación Centro de Estudios Andaluces, ha publicado su encuesta sobre inmigración/emigración y su percepción por los andaluces. Más del 23% no quiere inmigrantes y sólo un 54% admitiría “unos pocos”. La superestructura ideológica hace su trabajo, el pueblo muestra estos resultados que han sido calificados de sorprendentes en un pueblo tradicional emigrante como el andaluz. El profesor Juan Montabes, director de la muestra, explicaba el resultado en razón de la proximidad del trabajo de campo con los actos terroristas de Francia.
Esa ha sido y es la estrategia: vincular inmigración y violencia. Es la coartada empleada en Alemania. Azuzada por los extremistas, sobre todo a partir de los hechos violentos, aún no suficientemente aclarados de Colonia. Y la espiral sigue en las proximidades del centro del poder europeo. En Dinamarca, cerca de trescientas personas han sido ya condenadas por acoger a emigrantes. Deberían recordar, porque la historia es muy cabezona y está escrita, que las dos grandes últimas tragedias europeas no fueron provocadas por inmigrantes sino por sujetos altos, rubiancos y con bigotito.
El impacto de la propuesta de acuerdo con Turquía, convirtiendo aquel país, en donde no se respetan los derechos humanos, en un arca de Noé, por el módico precio de 6.000 millones está teniendo un impacto demoledor. La semana que viene, nos dicen, que será reformulado. Es posible, pero, créanme, dependerá de los resultados de Merkel. Y prepárense, cuando se cuestionen el monólogo alemán, ahora también en política inmigratoria, les responderán sus émulos sin mover una pestaña: para eso pagan.