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Parole, parole
Soltanto parole, cantaba de fondo Mina Mazzini; tan solo palabras, mientras escuchaba a Alberto Núñez Feijóo reivindicando la palabra política a la vez que acusaba a otros políticos de no tenerla. Pero, ¿qué vale más, la palabra de uno o los españoles?, cabría pensarse. Lo digo por la disposición a no tener palabra, tirarla y atribuir el interés supremo a un ser inanimado llamado España, como si no hubiera tantas Españas como intereses o personas. Un estilo inaugurado por la derecha: la prosopopeya popular.
El asunto cogía volumen tras el cambiazo de la líder extremeña, María Guardiola. En ese contexto extremeño, la palabra se contradecía tres veces, sin esperar el canto del gallo de San Pedro: la primera, por la palabra de María Guardiola; la segunda y tercera, por las de Alberto Núñez Feijóo: Valencia será la última experiencia con Vox, quiero que gobierne la lista más votada; las dos cosas decía mientras afirmaba el valor de la palabra, con la suya aún de cuerpo presente.
Las palabras quedan, aunque ya se encargan los medios de comunicación, los señores Lobo de la inmundicia política, de eliminar el rastro y los detritos del crimen a la palabra dada. No tardaron mucho, según ellos, sus medios, la palabra de Feijóo o sus declinaciones regionales eran tan solo un malentendido o incluso un triunfo frente a la palabra de sus extremidades.
Si se leen los textos de los acuerdos de gobierno entre PP y Vox se puede observar cómo la palabra ya es común. Las palabras expresadas, parecen en principio redactadas por alguien extremista de derechas, se confunden y hacen indistinguibles.
Sobre la palabra hay mucho que hablar, sin duda hay que hablar, articular palabras, dialogar y confrontar en un Parlamento, de eso se trata en una democracia. Cumplir la palabra dada o escrita es otra cosa. Recuerdo incluso cuando algunos políticos llevaban sus programas ante notario, otra mamarrachada. Allí siguen.
Sobre la palabra seria, ay, eso es otra cosa. Claude Levi-Straus y Pierre Bourdieu escribieron sendos compromisos de ideas de las que siempre se responsabilizaron: Palabra dada, Cosas dichas. La palabra de un político, sin embargo, es muy perecedera, se pudre con facilidad. En cierto sentido, la sabiduría torera de Rafael el Gallo lo expresó, fruto de su experiencia: las broncas, palabras duras, se las lleva el viento, las cornás se quedan en el cuerpo.
Como en los intercambios de fluidos que acaban, al menos temporalmente, convirtiendo dos personas en una, el intercambio de palabras acaba de la misma forma. Si se leen los textos de los acuerdos de gobierno entre PP y Vox se puede observar cómo la palabra ya es común. Las palabras expresadas, parecen en principio redactadas por alguien extremista de derechas, se confunden y hacen indistinguibles. Las palabras de la neolengua del poder prometido, dicen las encuestas, se confunden como los fluidos. PP y Vox son ya un solo cuerpo con un mismo dialecto.
Lo de Feijóo estos días, con todo lo ocurrido, suena a una castiza y capertovetónica, palabrita del niño Jesús, no hay más.
Lo que dice hoy el PP es lo mismo que lleva diciendo Vox desde hace ya unos años. Desde que la nobleza de Estado les encargó meter en verea a los que amenazan la primera transición y se atreven a proponer una segunda, emancipación y ruptura con el franquismo añadida. La palabra del PP es la misma, valga como ejemplo la sustitución de la violencia de género por violencia intrafamiliar, solo un poner, y juntas, en perfecta comunión de fluidos salivares, representan la nueva palabra de la extrema derecha en España. Metaconstitucional, democráticamente orgánica, extraeuropea y de postín cebrianero, ahora que Vargas Llosa está de nones.
El refranero en español o la literatura está preñada de expresiones y decires en torno a la palabra: palabra de Dios, palabra de honor, con su versión indumentaria incluida, palabras huecas, de rey, mayores, medias palabras, palabrería… y así. Pero lo de Feijóo estos días, con todo lo ocurrido, suena a una castiza y capertovetónica palabrita del niño Jesús, no hay más.
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