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La realidad en primera persona

"La atención sanitaria está mal, al límite; ya lo estaba antes de la Covid, y el ciudadano lo sabe porque lo padece"

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Las historias sobre el desamparo sanitario que ha dejado el final del verano se van apilando a modo de inventario. No se trata de anécdotas, ni de sucesos aislados; son retazos desordenados de realidad que van componiendo la narración de la pérdida sostenida de asistencia y prestaciones que se aceleró con la pandemia, cuyo final es aún lejano. Colas interminables, tratamientos crónicos abandonados a su suerte, operaciones canceladas, teléfonos que nadie coge, máquinas que te invitan a empezar de cero en la noria de gestiones estériles, espera de llamadas que no suenan. Una cadena de dramas pequeños y grandes de un sistema enredado en una burocracia insensata, e incluso risible si no fuera tan grave. El legendario vuelva usted mañana de Larra es incompatible con la salud: detrás hay sufrimiento, miedo, vidas. 

El catálogo de desespero y abatimiento de los ciudadanos es extenso. Como los de la familia sevillana de la anciana de 86 años, con dependencia severa y Covid, a la que le han dado el alta y prescrito un aislamiento imposible: ¿cómo va a estar sola si no puede valerse por sí misma? “Es un problema de la gerencia”, contestan desde el hospital. Lo cuenta en este periódico Javier Ramajo, junto a testimonios de una clamorosa falta de camas que niega la autoridad competente. Otros casos desgranados por los propios facultativos encogen el alma: una mujer, a la que han esquivado en todas las instancias y rebotado igual que una pelota en un frontón, acaba por recurrir a emergencias, descorazonada, porque no sabe qué hacer con los lamentos de dolor de su madre, enferma de un cáncer terminal y sin cuidados paliativos. Me imagino su angustia mientras marca números que no responden.

Los profesionales se confiesan agotados física y mentalmente porque el peso del engranaje descansa otra vez en sus espaldas. Se sienten impotentes ante la desazón que les llega y para la que no tienen remedio. Antes de la desescalada poco se sabía de cómo combatir el virus, salvo dos cosas: que había que fortalecer la atención primaria y contratar rastreadores. Ninguna se ha hecho. Muy al contrario, los centros de salud han cerrado por las tardes, de manera que la demora acumulada durante el confinamiento sigue intacta y el cuello de botella ha ido estrechándose hasta convertirse en un tapón. Las consultas pendientes de la primera ola se han unido a las de la segunda, y hay pacientes a los que no atienden sus médicos desde marzo. Ahora la Junta lanza pomposamente el plan 3.000 para la llegada masiva de enfermos de Covid, que implica de nuevo cirugías y citas presenciales suspendidas. Más desconsuelo.

Antes de la desescalada poco se sabía de cómo combatir el virus, salvo dos cosas: que había que fortalecer la atención primaria y contratar rastreadores. Ninguna se ha hecho.

La Comunidad de Madrid ha prohibido a los sanitarios hablar con la prensa. Cuando comenzó la epidemia, el gerente de un hospital de Sevilla dio la orden de que el personal no se pusiera mascarilla ni equipos de protección para “no generar alarma social”. El responsable de emergencias de la Junta se ha querellado hace unos días contra el diario Sur por investigar la cobertura asistencial y contar sus resultados. Esta tensión entre la realidad y su maquillaje, en el que parece obcecarse quienes manejan los recursos, recuerda a Juan Marsé y su Viaje al sur (Lumen 2020), la obra perdida durante 60 años que acaba de salir a la luz. En este original libro, Marsé mezcla los retratos de los personajes que conoció y los paisajes que vio en un recorrido por varios pueblos de la Andalucía de 1962 con las noticias de actualidad que dictaba el franquismo, toda una combinación de espejos de aquella época silenciada.

Los relatos de los estragos de la pandemia son las piezas que configuran el ensamblaje de la verdad del tiempo que nos ha tocado vivir, fuera del baile de datos y las estadísticas (tan fáciles de escorar según las cifras que se escojan), y mucho más de la propaganda. La atención sanitaria está mal, al límite; ya lo estaba antes de la Covid, y el ciudadano lo sabe porque lo padece, como se padece siempre la realidad en primera persona, diga lo que diga la versión oficial.  

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