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Innovación, emprendimiento y pobreza en Andalucía
Hay tres conceptos que en las últimas décadas se han convertido en el mantra de lo que es necesario para el bienestar social y económico de una sociedad: conocimiento, innovación y emprendimiento. Según los indicadores disponibles, los niveles de estos tres rasgos en Andalucía son comparativamente más bajos que los de regiones de nuestro entorno con las que nos gustaría y deberíamos converger para mejorar la vida de los andaluces.
Las explicaciones del bajo nivel de emprendimiento e innovación en Andalucía se limitan a veces a las circunstancias históricas: latifundio, dependencia, ausencia de burguesía emprendedora, o especialización productiva en agricultura y turismo, entre otras. Pocas veces se añaden a esa explicación los factores que en la actualidad contribuyen al mantenimiento de esa situación, sin tener por ello que olvidar las sombras que sobre esta cuestión aún proyectan las causas históricas.
Uno de estos factores sin duda es la pobreza en la que aún vive una parte importante de la población andaluza, que las estadísticas vienen reflejando reiteradamente. Baste recordar para ello el XII Informe EAPN (European Anty-Powerty Network) sobre el Estado de la Pobreza en España. Una vez más aporta datos preocupantes: que en Andalucía la “población en riesgo de pobreza y/o exclusión” (AROPE) haya sufrido en 2021 un incremento de 1,8 puntos respecto al año anterior (157.294 personas más), afectando ya a 3,28 millones de andaluces; que la tasa AROPE alcance ese año al 38,7% de la población; que la tasa sea 10,6 puntos porcentuales más alta que la media nacional; y que sea la segunda más alta España, sólo superada por Ceuta.
Hay muy pocas investigaciones sobre la relación entre la pobreza, la innovación y el emprendimiento en Andalucía, pero los hay para otros ámbitos que pueden ayudar a entender el caso de Andalucía.
Los resultados de una investigación publicada en 2013 por A. Mani y colaboradores en la revista Science señalaban que quienes viven en la pobreza sufren limitaciones de su espacio cognitivo que les impide tomar decisiones óptimas. Esto se debe a que las necesidades urgentes de la vida en condiciones de pobreza consumen la mayor parte de la energía disponible de los que la sufren, lo que les impide dedicarla a otros asuntos como, por ejemplo, ampliar su percepción de la oportunidades disponibles a su alrededor para mejorar su situación. Esta conclusión la recogió M. Martínez Bravo (CEMFI) en un artículo reciente titulado La falacia de la igualdad de oportunidades, en el que se hacía eco de estas conclusiones.
Conclusiones que no hacen sino confirmar con datos algo que también se puede deducir de la experiencia cotidiana con un razonamiento deductivo, como el que sobre este tema hizo el cantante Manuel Carrasco en una entrevista en El País Semanal del 27 de noviembre pasado: “Para el que no lo haya vivido, es difícil entender esa sensación de ir con la derrota antes de tiempo a cualquier sitio. Era como que muchas cosas no eran para nosotros. En su día, por ejemplo, pensé en ir al instituto, pero luego me decía «no, es muy difícil»...”. La pobreza acaba limitando el horizonte de aspiraciones, porque hay que disponer de mucha suerte y capacidad de esfuerzo necesario para llegar lejos o, simplemente, para distanciarte algo de la línea de salida.
La pobreza impide poner en marcha estrategias de enriquecimiento de capacidades que amplíen el conocimiento que hace falta para agrandar el horizonte de expectativas de la aventura emprendedora
El presidente del Consejo Económico y Social de España, el profesor Antón Costas, en su artículo Democratizar la innovación, reflexionaba sobre las conclusiones de otro estudio sobre este tema fundamentado en millones de datos estadísticos (big data), liderado por Raj Chetty, (Universidad de Stanford) y difundido en 2019. Preguntándose sobre quiénes llegan a “innovadores”, señalaba que “un niño nacido en Estados Unidos en una familia pobre tiene 10 veces menos probabilidad de ser un innovador que uno nacido en una familia rica”. Concluía que la política más adecuada para fomentar la innovación es “aumentar las oportunidades para los niños y jóvenes desfavorecidos, exponiéndolos a la innovación” y resaltaba cuánto pierde un país por el hecho de no ofrecer oportunidades aprovechando el talento del conjunto de la población, incluyendo a los pobres.
Volviendo a los argumentos cualitativos de la experiencia cotidiana, la pobreza impide en muchas ocasiones disponer de los recursos mínimos para afrontar las inversiones precisas para “emprender”. Aún más, cuando quienes se hallan en circunstancias de pobreza consiguen “emprender”, aprovechando su propia capacidad y las ayudas a su alcance (incentivos, subvenciones…), sus actividades difícilmente permiten ir más allá de las necesidades del día a día. Tampoco es fácil que puedan detraer recursos para incorporar personal a su actividad ni para destinar los recursos a inversiones que no le reporten resultados inmediatos. Finalmente, la pobreza impide poner en marcha estrategias de enriquecimiento de capacidades que amplíen el conocimiento que hace falta para agrandar el horizonte de expectativas de la aventura emprendedora.
En suma, las relaciones entre pobreza, conocimiento, innovación y emprendimiento son complejas y hay que conocerlas bien para ayudar a definir mejor las políticas capaces de incorporar al emprendimiento la población bajo el umbral de pobreza que hay en Andalucía. Es necesario que los entornos académicos y políticos se interesen más por este tema, a través de investigaciones y proyectos solventes orientados a la búsqueda y aplicación de soluciones de futuro, para superar lo que hasta ahora no nos ha facilitado la historia.
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