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El Festival de Espeteros de la Cala de Mijas busca el mejor espeto de sardinas

Foto: Miguel Heredia

Néstor Cenizo

Para hacer un buen espeto no hace falta mucho. Brasas, cañas, sardinas y sal son suficientes, pero eso sí: son imprescindibles el talento y la pericia. Decenas de espeteros malagueños se dan cita este fin de semana del 17 al 19 de mayo en la Cala de Mijas para comprobar quién maneja mejor el arte del espeto (porque es un arte) y, de paso, celebrar el Primer Festival de Espeteros Andaluces de la Cala de Mijas, que organiza la Asociación de Empresarios y Comerciantes de la Cala de Mijas, con el apoyo del Ayuntamiento y de la Consejería de Turismo de la Junta de Andalucía.

Se trata de “poner en valor el plato típico, impulsar la gastronomía, promover la formación y la creación de empleo en el turismo, y atraer turismo de calidad”, destaca Nuria Rodríguez, delegada territorial de Turismo en Málaga. Juan Carlos Maldonado, alcalde de Mijas, cree que el evento se consolidará en el tiempo.

EI Festival de la Cala de Mijas permitirá conocer a fondo el oficio de espetero, que se ha consolidado como una opción laboral para decenas de personas. En los últimos años han proliferado cursos para aprender el oficio y en 2014 y 2015 la Diputación de Málaga ofreció un curso a sobre “el oficio de espetero”, por considerarla una “profesión de futuro”, replicando una iniciativa que durante años realizó con éxito una ONG paleña.

“¡Qué difícil es darle su punto!”

José María Mariscal, presidente de la Asociación de Empresarios y Comerciantes de la Cala de Mijas, explica que durante los tres días del festival, cualquiera podrá acercarse a aprender a cómo se ensarta una sardina y en qué posición debe ponerse ante la brasa. “Hemos comprobado que no es fácil espetar una sardina… Sí es fácil y rápido comerse una buena sardina, pero ¡qué difícil es darle su punto! Como dicen los expertos, ni mucho ni poco hecha. En su punto”, advierte Nuria Rodríguez, que señala que el festival “es una ocasión de conocer una profesión muy malagueña y dignificarla. De poner en valor el arte que tienen”.

El concurso se celebrará el sábado 18. Los espeteros inscritos, algunos de ellos senegaleses que han aprendido el oficio juntándose a espeteros hoy jubilados, deberán preparar cinco espetos, de los que elegirán tres (uno de ellos, diferente a las sardinas). El jurado estará presidido por Blas, un histórico pescador mijeño, y valorará el resultado a ciegas, sin saber de qué restaurante o chiringuito procede el concursante. Otro concurso paralelo medirá la habilidad de veteranos y amateurs.

El evento también pretende contribuir a la popularidad del espeto entre los turistas. “Ya sé que todo el mundo fomenta el espeto de sardinas, pero hay que insistir en lo bueno. Muchos extranjeros vienen de primeras a la Costa del Sol y tienen que aprenderlo”, señala Mariscal, que observa que al histórico turista británico en la Cala de Mijas se están sumando recientemente los escandinavos. Suecos, finlandeses (una colonia histórica en la vecina Fuengirola), daneses y, sobre todo, noruegos, que aprecian y valoran el espeto.

“Yo me quedo muy sorprendido porque piden lo mejor. Los noruegos se comen el espeto que es una maravilla, les encanta”, dice. Y eso que ellos tienen su propia cultural respecto al pescado. “El arenque está muy bueno, pero desprende un olor que echa para atrás. La sardina no deja tanto olor, tiene mucho sabor y es muy atractiva. Puestos a elegir entre una cosa y otra, por comodidad y placer, la sardina”, responde el hostelero sin dudarlo.

Un plato de pescadores que se come “con los deos”

deos“El espeto de sardinas es, probablemente, el plato más popular de la gastronomía malagueña. Hace tiempo que dejó de ser un manjar reservado a los pescadores, que nada más terminar la faena ensartaban el pescado en la caña a pocos metros de la orilla. Como decía Juani, un espetero de Pedregalejo, el espeto ”salió de los pescadores, que se hacían la candela cuando llegaban del mar“, y de aquellos tiempos conserva la dignidad de lo simple. Aquí no hay adorno o artificio que enmascare el producto: la sardina, hecha a la brasa de un tronco, a ser posible de olivo, que da menos humos.

El origen humilde trasciende también al modo de llevarse a la boca la sardina. Dicen que una vez Alfonso XIII quiso comer una sardina con cuchillo y tenedor y un pescador paleño lo reprendió. “Asín no… Con los deos, Majestad, con los deos”, le habría dicho, según contó Luis Bellón en El boquerón y la sardina de Málaga, un libro publicado en 1950, referencia ineludible del asunto.

Desde entonces, la sardina se ha popularizado tanto que no hay chiringuito que no tenga su barca clavada en la arena. En 2017 se descargaron en los puertos andaluces 7.051 toneladas de sardinas. Sólo de la Lonja de Vélez salían unos 7.000 kilos de sardinas cada día. La cifra bajó algo el año pasado, hasta las 5.371 toneladas, lo que a su vez aumentó el precio medio, de 1,83 euros por kilo a 2,18 euros por kilo en 2018. En todo caso, la sardina mantiene su precio popular: hay lugares con espetos hasta por un euro, aunque lo normal es que oscile entre cuatro y ocho.

Tan popular es la sardina, y de tanta raigambre en la identidad marenga y malagueña, que va camino de convertirse en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, si prospera la candidatura propuesta hace un año por Marbella Activa. En De la caña al plato: física y fruición del espeto, Jesús Moreno y Manuel Pérez explican por qué las condiciones físicas (ya saben: fuego, aire, mar y sol) hacen que el espeto sólo pueda serlo en la costa malagueña. Es la única receta, dicen los autores, en la que lo vegetal sustituye completamente a lo mineral: es la caña la que se enfrenta y resiste al fuego. Sólo hacen falta sardinas, una caña y una brasa para chuparse “los deos”.

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