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25 años sin Fernando Quiñones

Quiñones

Juan José Téllez

Cádiz —

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“He vivido en una sola vida las experiencias para las que otras personas necesitarían vivir tres o cuatro”.

Así se expresaba Fernando Quiñones cuando rumbeaba la muerte, después de largos años de combatir el cáncer, sin que nadie lo notara a primera vista: lo intentó combatir con la medicina convencional y con la homeopatía, que le brindó la pócima mágica de un misterioso polvo de aletas de tiburón, muy apropiado para el autor de “La canción del pirata”.

Estos días, se cumple el vigésimo quinto aniversario del fallecimiento en Cádiz o, mejor dicho, en esa cigala de plástico con la que el autor de “Las mil noches de Hortensia Romero” bautizó a Puerta Tierra y que es donde se ubica el hospital Puerta del Mar.

Se cumplen también veinticinco años de un peligroso olvido editorial: ninguna de esas dos novelas mencionadas pueden encontrarse ya en las librerías al uso. Acaba de publicarse, eso sí, una excelente antología de su poesía, “Muchos que me viven”, en la editorial Renacimiento y de la mano entusiasta de Ricardo Álamo. A pesar de que Hipólito G. Navarro editó sus “Cuentos/Relatos Completos” en Páginas de Espuma; a pesar de la exhaustiva biografía que Amalia Vilches le brindó en Alianza Editorial, de estudios críticos publicados por Ana Sofía Pérez Bustamante, Marieta Cantos, Alejandro Luque, Nieves Vázquez, Alberto Romero, José Jurado Morales, José Manuel Benítez Ariza, Rosa Regás, Fanny Rubio, Blanca Flores, Virtudes Atero, Luis Pascual Cordero, a pesar de que hace cinco años el Centro Andaluz de las Letras le dedicara una exposición itinerante al declararle Nuevo Clásico Andaluz, sus obras no son fáciles de localizar, salvo en librerías de viejo.

La Fundación que lleva su nombre en Chiclana de la Frontera, su ciudad natal y donde descansan sus cenizas, acaba de reactivarse, tras un largo periodo de estiaje y el sábado tuvo una ruta literaria en su memoria, que partió del Museo de la Ciudad, donde una planta mantiene viva su memoria, desde el doctorado honoris causa que le brindó la Universidad de Cádiz a algunas de sus fotografías o correspondencia con Jorge Luis Borges, quien a comienzos de los años 60 le definiera ya como “uno de los grandes autores de la literatura hispánica o, simplemente, de la literatura”.

"Fernando Quiñones lo contiene todo. El gran escritor, pero también el pionero del ecologismo, el amante de la pintura, de la música, del cine, del flamenco. Es un vehículo perfecto para intentar reavivarlo con los creadores de ahora”, afirma Flores

En la capital gaditana, la ciudad a la que se sintió vinculado desde sus primeros meses de vida, tras el fallecimiento de su madre en el parto, la Asociación de Amigos que lleva su nombre y que dirige Blanca Flores, dedica otra de estas rutas cada primavera, desde hace más de diez años, coincidiendo con la fecha de su nacimiento. Y son innumerables las actividades que organiza en torno a su figura y a su espíritu: “Fernando Quiñones lo contiene todo. El gran escritor, pero también el pionero del ecologismo, el amante de la pintura, de la música, del cine, del flamenco. Es un vehículo perfecto para intentar reavivarlo con los creadores de ahora”, afirma Flores.

También le sobrevive allí el festival de cine Alcances, que él fundara a finales de los años 60 del siglo XX, sorteando la censura del tardofranquismo y en donde logró proyectar algunos de los títulos emblemáticos del cine latinoamericano o de la Europa del Este, en un proceso que terminó por incluir no sólo películas, sino representaciones teatrales, recitales de música –los de Joaquín Sabina y Javier Krahe, antes de que grabaran sus primeros discos--, exposiciones plásticas o conferencias literarias. Ahora, se centra en el documental. Bajo la dirección de Javier Miranda, mantiene su prestigio, la calidad de su programación y su repercusión crítica, pero ya no suscita el entusiasmo popular que arrastraba en vida de Quiñones, cuando ser “alcancista”, en el Cádiz de la época, era sinónimo de progresismo cultural, hasta que él lo dejara con los primeros balbuceos de la transición democrática.

Su hijo, Mauro Quiñones, sucedió a Domingo Bohórquez al frente de la Fundación que lleva el nombre de su padre y se ha mantenido al frente de la misma hasta cuatro años atrás. Durante ese periodo, intentó auspiciar una colección de libros centrados en la figura de su padre, del que aparecieron algunos títulos como la novela corta “Vueltas sin fecha”, un thriller a la gaditana que ya en el momento de su aparición tuvo escaso recorrido. Sin embargo, sus títulos emblemáticos, tanto en narrativa como en poesía, no forman parte del catálogo vivo de las editoriales. Se ha reeditado, eso sí, “De Cádiz y sus cantes”, su célebre biblia del flamenco gaditano, la primera obra que se editó sobre dicha materia y a la que presumiblemente se rendirá tributo si Alberto Romero, desde la Universidad de Cádiz, logra poner en pie durante los próximos meses un nuevo Congreso en torno a su figura.

Un cuarto de siglo sin Fernando Quiñones podría propiciar que se retomara el interés por su obra, el mismo que llevó a Juan Carlos Romero a titular uno de sus últimos discos con un verso suyo, “Un río de rostro”. O el que anima al grupo de Teatro Mediazuela a reponer en escena “El testigo”, la adaptación de uno de sus relatos, que ya dramatizó Rafael Álvarez “El Brujo” y que en vida de Quiñones versionó Teatro del Sur, en Granada. El teatro, curiosamente, ha mantenido latente la obra de un autor con escasos libretos en su bigliografía, salvo algunas adaptaciones teatrales, o su “Andalucía, en pie”, por no hablar de la controvertida versión de “Carmen”, de Bizet, que Juan José Tamayo dirigiera en La Maestranza de Sevilla, en 1981, con la complicidad de José Ramón Ripoll y la iniciativa de José Luis Ortíz Nuevo. 

Son muchos autores, desde Felipe Benítez Reyes a Aurora Luque, de Antonio Soler a Luis García Montero, de Antonio Hernández a Josefa Parra, de Antonio Muñoz Molina a Eduardo Mendicutti, quienes permanecen fieles a su recuerdo

Durante varias décadas, Ramón Rivero represento al personaje de Hortensia Romero en “Legionaria” y en su segunda parte, “Si yo les contara”. Montse Torrent hizo otro tanto con la Hortensia y con La Nardi, bajo la dirección de Antonio Estrada, quien también protagonizó su versión de “Nos han dejado solos”. A Legionaria, la ha personificado incluso María Barranco, en una efímera producción que dirigiera Manuel Iborra con la producción de Maestranza. Iborra ha seguido siendo fiel al espíritu quiñonero y, en varias ediciones, ha propiciado la relectura de sus relatos con voces tan representativas del carnaval callejero gaditano como Andrés Ramírez o Koki Sánchez, acompañados en una armónica rebujina pedestre con músicos clásicos.

Quien quiera adentrarse en la personalidad de Fernando Quiñones, eso sí, puede hacerlo a través del documental “El hombre que susurraba a las caballas”, dirigido por Fernando Santiago, con guión de Óscar Lobato, una producción de la Diputación de Cádiz, que puede visionarse a través de Youtube.

Son muchos autores, desde Felipe Benítez Reyes a Aurora Luque, de Antonio Soler a Luis García Montero, de Antonio Hernández a Josefa Parra, de Jesús Fernández Palacios a José Ramón Ripoll, de Antonio Muñoz Molina a Eduardo Mendicutti, quienes permanecen fieles a su recuerdo. Pero muchos también consideran que quizá la leyenda que le sigue envolviendo como personaje enmascare y silencie a su poderosa personalidad literaria. A fin de cuentas, fue el amigo de Ernesto Cardenal y, al mismo tiempo, el que recibió un uniforme sandinista de manos del primer Daniel Ortega, el que se codeó con Alejo Carpentier o el que le aseguró al filósofo troskista Ernest Mandel que sus teorías habían inspirado muchos de sus poemas. El amante del cante de Caracol que le dedicó un libro a Antonio Mairena. El que acogió en pupilaje a unos jovencísimos Manuel Francisco Reina o a Carmen Moreno, que le siguen siendo devotos. El vecino madrileño de José Manuel Caballero Bonald y de Francisco Brines –vivían todos en el mismo bloque—, el que se despidió de Selecciones de Reader´s Digest vestido con traje de luces pero se alejó de la cultura taurina cuando llevó a una corrida a su hijo Mauro, aún cadete, y este echó a llorar cuando vio castigar al toro.  

A Fernando, le sobreviven sus hijos Mauro y Mariela, madre de otro Mauro. Y Nadia Consolani, la dogaresa, como le llamaba Rafael Alberti, una veneciana que se atrevió a compartir la vida con aquella especie de torero bohemio que fue capaz de disfrazar a un joven Antonio Gala como Antonio El Bailarín para que sus suegros pensaran que era un hombre de provecho. Una exposición de los trabajos en cerámica de Nadia Consolani, comisariada por Jesús A. Carrasco, abrirá sus puertas en breve en el Castillo de Santa Catalina, en la capital gaditana. Otra manera, a fin de cuentas, de que el mundo de Fernando Quiñones siga vivo, a pesar de su largo silencio editorial.

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