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De cabaré canalla a espacio cultural: el Pay-Pay de Cádiz cumple 20 años

Pay Pay Club de Cádiz

Alejandro Luque

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Los más viejos del lugar recuerdan todavía los años de esplendor del muelle de Cádiz, un trasiego permanente de personas y mercancías que generó a su vez una intensa vida nocturna. Nombres legendarios como La Cueva del Pájaro Azul, el Salón Moderno o el Pay-Pay fueron sinónimo de diversión canalla y de libertad en los difíciles años 40 y 50. El Pay-Pay, acaso el más famoso, cerró en 1976. Hubo un intento frustrado de convertirlo en discoteca, hasta que en los primeros años 2000 surgió la idea de reabrir sus puertas, esta vez como café-teatro, y funcionó: este mes, el nuevo Pay-Pay cumple dos décadas de vida.

La responsable del local, Paloma García Suero, recuerda cómo surgió la idea de resucitar el mito del Pay-Pay coincidiendo con un momento de revitalización del barrio gaditano del Pópulo. “Éramos un grupo de amigos que llevábamos tiempo actuando como cuentacuentos por todo el país, y nos dimos cuenta de que en Cádiz no había un local de mediano formato para este tipo de actuaciones. De modo que decidimos crear nosotros mismos ese espacio, creyendo que eso serviría para movernos nosotros también… Craso error”, ríe la empresaria, consciente de lo absorbente que puede llegar a ser un local de este tipo.         

Lo que sí tenían claro era que el Pay-Pay era el lugar idóneo. “Desde el principio fuimos a por él. Habíamos visitado el Barrio Gótico de Barcelona, y nos había encantado comprobar cómo la gente más joven y alternativa lo estaba recuperando. Hablamos con el arquitecto Pepe Ángel González, entonces responsable del Plan Urban, y le pareció una idea maravillosa. La idea era que los propietarios de la finca cedieran en usufructo el local durante 22 años a cambio de que el Ayuntamiento acometiera su arreglo. Esperamos dos años la licitación y por fin pudimos empezar”, añade García Suero.

Sala de fiestas

Uno de los atractivos del Pay-Pay era sin duda la atmósfera que seguía conservando a pesar de llevar tanto tiempo clausurado. En el espacio que hace las veces de camerino, se conservan todavía los pósters de las bailarinas que amenizaban los espectáculos, con nombres artísticos tan sonoros como Ruth La Gaditana, Rita de Lirio, Chelo de México o La Guapa. “Me molesta que todavía haya quien piense que esto era un prostíbulo, porque no era así. El Pay-Pay era una sala de fiestas, con espectáculos muy valientes para la época, incluyendo los primeros espectáculos con travestis en una época en la que parecían inconcebibles. Había una orquesta y, eso sí, mujeres de falda corta, enseñando las piernas, que alternaban con hombres para incitarles a consumir bebidas. Pero nunca llegó a haber habitáculos para ejercer la prostitución”.

La fama del Pay-Pay llegó hasta el cine de la mano del director Jaime Chavarri con su filme Besos para todos, inspirado en el cabaré gaditano y protagonizado por Emma Suárez, Eloy Azorín y Pilar López de Ayala. No ha sido, desde luego, el único homenaje que se le ha rendido desde el mundo de la creación: Fernando Quiñones, que lo cita en su célebre novela Las mil noches de Hortensia Romero, finalista del premio Planeta, escribió varias letras para la cantaora Carmen de la Jara que cristalizarían en un disco de 2001 precisamente titulado Arco del Pay-Pay.      

Y la cantante Pasión Vega, asistida por letristas de lujo como Antonio Martínez Ares o Jesús Bienvenido, grabó otro disco titulado La reina del Pay-Pay (2006), donde se la oía decir: “En la calle del Silencio, número uno,/ el Pay-Pay abre sus puertas irreverentes/ a la hora en que hacen los grises su último turno,/ cuando ya no hay por la calle nadie decente….”. Y el propio Martínez Ares, comparsista de éxito y cantautor, plasmó una historia del cabaré en su canción La guapa del obispo.  

Muy pronto, el Pay-Pay se convirtió en uno de los focos culturales más activos de la ciudad, un cajón de sastre en el que convivía la narración oral escénica, la música de cantautor, los monólogos cómicos o la música de carnaval. Desde Javier Krahe, uno de los primeros en actuar allí, a Javier Ruibal, Coque Malla, El Kanka, Antílopez, Rozalén, Andrés Suárez o Marwan, son incontables los músicos que han pasado por sus tablas.  

Conciertos y posconciertos

El sevillano Joaquín Calderón, que vivió muchas noches de gloria entre esas cuatro paredes, recuerda que “el Pay-Pay, junto con La Carbonería donde me inicié a mediados de los 90, y La tertulia de granada, han sido los tres pilares entre los que me he movido como cantautor. En el Pay Pay se generó un núcleo de personas que compartían la misma afición, la poesía, la música, la danza, el carnaval, y sobre todo el encuentro. Allí iba a tocar, Paloma y Mari Luz nos ofrecían su propia casa para dormir –lo poco que dormíamos. Y los posconciertos del Pay Pay siempre han sido una cosa maravillosa, con Ruibal, Téllez, Felipe Benítez… hemos vivido muchísimas cosas. Espero que sean otros 20 años más”, asegura.

También eran familiares para el público del Pay-Pay figuras como Pedro Reyes, Pablo Carbonell, Dani Rovira o Magüi Mira, flamencos como Chano Lobato, Mariana Cornejo, India Martínez o Mayte Martín, escritores como Ana María Matute, Eduardo Galeano o Juan Cobos Wilkins acompañado por Martirio, entre muchos otros. La ex ministra de Igualdad, Bibiana Aido, era una asidua del Pay Pay en los años en los que residía en la capital gaditana, ejerciendo de delegada de Cultura de la Junta de Andalucía. “Para mí el Pay-Pay significa momentos de encuentro entre amigos donde se respira libertad, creatividad y arte”, recuerda.

El fin de la noche

Veinte años dan para muchas noches y muchos encuentros, pero lo cierto es que al Pay-Pay le ha tocado vivir una época difícil. “A los nocturnos nos están quitando la noche”, lamenta García Suero, quien señala que fue la Ley Antitabaco la primera que hirió de muerte a locales como el que ella regenta. “La gente empezó a buscar terrazas donde fumar, y los sitios donde escuchar buena música hasta las seis de la mañana empezaron a escasear. El underground ha pasado a la historia, y los jóvenes de hoy van a tener muy pocos sitios así a los que acudir”.

La Covid-19 ha sido la puntilla para unos espacios que se han visto obligados, según añade la propia empresaria, “a programar a las tres, a las cuatro, a las cinco o las seis de la tarde. Me han faltado las matinales”, ironiza. Y sin embargo, sigue dispuesta a mantenerse al pie del cañón, no sabe si 20 años, pero sí algunos más.

“Una de las mejores cosas que nos han pasado es cuando clientes del viejo Pay-Pay vienen a visitarnos”, concluye. “Ocurrió con un americano altísimo, que se instaló en la barra y empezó a invitar a todo el mundo, y al final de la noche sacó una foto que se había tomado varias décadas atrás. ‘Este era yo’, nos dijo. Ese día teníamos un espectáculo de danza del vientre, y el hombre debió de pensar: esto sigue igual”.      

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