El mundo de las letras llora a Antonio Rivero Taravillo, librero, editor y escritor todoterreno
Desde que hace dos años le fuera diagnosticado un cáncer de pronóstico muy grave, Antonio Rivero Taravillo decidió compartir su situación en las redes. A veces, dibujando sus esperanzas, otras, explicando los malos momentos de los tratamientos a los que se sometió, y siempre celebrando el hecho de poder escribir como puebla irrefutable de vida.
Tal vez por eso, sus amigos y lectores andaban preocupados por su silencio desde el pasado 2 de septiembre, cuando escribió su último post en forma de poema: “Finas, agudas, obstinadas,/ parecen inyecciones, y son báculos/ para seguir andando este camino./ Son los pasos que damos por el dolor y el día,/ nosotros que venimos de la noche/ y, más allá de ella/ –un recuerdo lejano y ya olvidado–,/ la salud”.
Este sevillano de adopción, nacido en Melilla en 1963, fallecía este viernes en la misma capital hispalense donde desarrolló toda su trayectoria profesional.
Enamorado de las letras sin descanso
Pocas personas han tenido un conocimiento tan exhaustivo del mundo del libro como él: librero –primero en The English Bookshop y luego en la Casa del Libro–, editor, traductor y escritor de amplio espectro, desde la poesía a la narrativa, el ensayo, la literatura de viajes o la biografía –destacando como biógrafo de Luis Cernuda en los volúmenes Años españoles, premio Comillas, y Años del exilio–, sin olvidar su faceta como infatigable colaborador de prensa, Rivero Taravillo representó el paradigma del enamorado de las letras que no conocía el descanso.
Él mismo bromeaba con el volumen de textos inéditos que acumulaba en sus cajones esperando su ocasión: “Unos cuarenta y tantos de poesía”, decía. “Ahora estoy escribiendo mi libro número sesenta. Y tengo cerrados muchos que quiero publicar, de tarde en tarde los presento a premios y van saliendo de forma desordenada… Tampoco me importa mucho, porque la poesía no es biografía, es otra cosa”, comentó en una ocasión.
Formado como filólogo en la Hispalense, muy pronto demostró su activismo literario poniéndose al frente de la revista universitaria Claros del Bosque. Fue becado para ir a Edimburgo y allí selló para siempre su romance con la cultura anglosajona, y llegó incluso a aprender el gaélico. Esta pasión quedó plasmada en libros como Viaje sentimental por Inglaterra, Con otro acento. Divagaciones sobre el Cernuda inglés, En busca de la Isla Esmeralda. Diccionario sentimental de la cultura irlandesa o la novela Los fantasmas de Yeats, por citar solo algunos títulos.
Traductor y biógrafo
Dirigió la revista Mercurio. Panorama de Libros, El Libro Andaluz de la Asociación de Editores de Andalucía y Estación Poesía para el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS). También fue director literario de Paréntesis Editorial, coordinó el módulo de Poesía del Máster en Creación Literaria de la Universidad de Sevilla e integró el portal de reseñas Estado Crítico, mientras mantenía ininterrumpidamente su blog personal, Fuego con Nieve.
Entre sus incontables traducciones, destacan obras de autores como Flann O'Brien, Ezra Pound, Alfred Tennyson, William Shakespeare, John Keats, Robert Graves, Jamie O'Neill, Edgar Allan Poe, John Donne, Herman Melville, Christopher Marlowe, H. G. Wells, Jonathan Swift, John Milton, W.B. Yeats, Gerard Manley Hopkins, Liam O'Flaherty, Walt Whitman, Kate O'Brien, Margaret Drabble o Dylan Thomas, entre otros.
Mención especial merecen sus aproximaciones biográficas: además de los citados trabajos sobre Cernuda, se ocupó del poeta Juan Eduardo Cirlot –su libro Cirlot: ser y no ser de un poeta único obtuvo el premio Antonio Domínguez Ortiz–, del cineasta John Ford, de José Antonio Primo de Rivera –a través de la biografía novelada El Ausente– o del escritor gallego Álvaro Cunqueiro. Precisamente un libro sobre éste último, Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda, está a punto de llegar a las librerías, ya póstumamente, de la mano de la editorial Renacimiento.
La poesía como gimnasio
No obstante, su género preferido fue tal vez la poesía, a la que se fue entregando cada vez más en las dos últimas décadas, con títulos como Bajo otra luz, Farewell to Poesy, El árbol de la vida, Lejos, La lluvia, Lo que importa, El bosque sin regreso, Svarabhakti, Más tarde, Los hilos rotos, Suite irlandesa, Luna sin rostro o Un invierno en otoño.
“La poesía en sí es una técnica y una destreza que se ejercita, como el gimnasio”, aseguraba. “Es una rutina, tú tienes que interiorizar sus mecanismos como la respiración a la hora de hacer ejercicio. En poesía debes manejar la forma, porque es tu herramienta, y ese caudal lo llenas con una inspiración que no sabes bien de dónde viene. Ahí sí hay disciplina, pero no conozco a nadie que se siente a escribir versos de forma sistemática. Muchos poemas me vienen leyendo algo, a veces una palabra ilumina una neurona, y surge el poema”, llegó a compartir.
En sus últimos tiempos, sin dejar de cultivar su obra, publicó un artículo sobre Bernard Shaw, una entrevista con Héctor Abad Faciolince, un ensayo sobre el ritmo en la poesía y la prosa, un texto sobre Juan José Tablada, una reseña sobre el último libro de Julio Trujillo o la nueva novela de Marcos Giralt…
Sentía que, mientras hubiera tinta corriendo, había vida. Desayunaba con ganas junto con su compañera, Teresa Merino, salía a pasear por los alrededores de su casa, cerca de la Giralda, visitaba librerías y atendía las llamadas de los amigos. Muy pronto iba a pronunciar el pregón de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Sevilla. Pero la enfermedad, finalmente, se lo ha impedido, dejando un luto inconsolables entre sus lectores y sus compañeros.
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