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Pérez Merinero o la caída en picado de un pionero de la novela negra

Pérez Merinero

Alejandro Luque

15 de septiembre de 2022 21:19 h

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Aunque en los anales de la novela criminal española figura entre los pioneros, junto a los Vázquez Montalbán, Andreu Martín o Juan Madrid, Carlos Pérez Merinero (Écija, Sevilla, 1950) sigue siendo un desconocido para muchos lectores, y un secreto para los festivales dedicados al género. También fue guionista de hitos como Amantes de Vicente Aranda o La buena estrella de Ricardo Franco, pero los festivales de cine lo han ignorado hasta ahora limpiamente. Un maldito en toda regla, quizá demasiado políticamente incorrecto para los tiempos que corren, pero que, diez años después de su muerte, se resiste a desaparecer del panorama.

Entre las numerosas ediciones y reediciones que se han hecho en los últimos años de sus novelas, relatos y textos teatrales, destaca la aparición reciente de un libro singular: La suerte esquiva (Prokomun), un diario de varios meses de 2006 –del 9 de enero al 6 de abril– en el que el Pérez Merinero refleja la caída en picado en que se hallaba: desengañado del mundo, aislado y entregado al alcohol, con la escritura como último vínculo con la vida.

Fue el hermano del escritor, David Pérez Merinero, quien encontró a su muerte en 2012 el manuscrito en unas 300 cuartillas, entre bolsas de plástico y carpetas regadas por su despacho. “Tardé tres o cuatro años en leerlo”, recuerda. “Supe que era un texto terminado porque llevaba la cita inicial de Gonzalo Suárez, y Carlos solo ponía la cita cuando daba por cerrado un texto. Me puse a pasarlo a ordenador y me pregunté si debía publicarlo. En vida de mi madre, lo tuve claro, ese diario no podía ver la luz, porque era un relato dramático. Cuando ella falleció me dije que quizá había llegado su hora, pero era consciente de que no tendría sitio en una editorial comercial, así que decidí sacarlo yo mismo”.

Un suicidio lento

Autor de novelas de culto como Días de guardar o La mano armada, caracterizadas por una violencia extrema sumada a un sutil sentido del humor, Carlos Pérez Merinero vive en el momento de escribir La suerte esquiva junto a su madre de 80 años viuda en un piso de Madrid. Su padre había muerto en 2002, y ese es el detonante de una deriva que hace de él un misántropo sin remedio. “Aunque en sus novelas muere gente, es una persona que no entiende la muerte y se topa con ella por primera vez en la vida”, explica David. “Se vuelve del revés. Entra en barrena y desaparece del mundo. Deja de salir, bebe compulsivamente y su vida profesional se resiente, claro. La gente alucina cuando él dice cosas como ‘no me acepto como huérfano’. Y yo no entiendo nada, porque la vida familiar me resultaba repulsiva y también se me viene el mundo encima”.

El hermano del escritor no duda en calificar el proceso como “suicidio lento. No tiene valor para quitarse la vida, pero es lo que subyace en el libro. Hasta que su cuerpo no aguantó”, explica. Para el heredero de la singularísima producción de Carlos Pérez Merinero, “un psicólogo tendría mucho que decir. Él vivía en una isla fantástica, que era la escritura, y no entendía nada de lo que pasaba a su alrededor”.

En el diario, el escritor incluso se queja de que lo llamen sus amigos. Uno de los más cercanos fue Ion Arretxe, escritor y cineasta también conocido por haber sido detenido y torturado junto a Mikel Zabalza en noviembre de 1985, experiencia que narró en el estremecedor libro Intxaurrondo: la sombra del nogal. “Él podría haber explicado muchas cosas, porque siguió a Carlos hasta el final, pero murió hace cinco años”, comenta David.

Decepción del ambiente cultural

Pero si algo deja claro La suerte esquiva es la profunda frustración que domina la vida de Pérez Merinero, tan decepcionado del ambiente literario como del cinematográfico. “Se metió en una enorme cantidad de historias, de las que salieron muy pocas. Incluso las novelas, le costaba muchísimo sacarlas. A sus compañeros no les hacía gracia, recibió una crítica de Martínez Reverte en la que se pedía poco menos que censurarlo. En el cine lo llamaban porque era un gran profesional y desenredaba bien los entuertos de guion, pero los proyectos personales, como los que emprendió con Manolo Vidal, no pudo sacarlos adelante”.

Incluso un éxito como Amantes de Vicente Aranda, que fue un encargo del productor Pedro Costa después de que Pérez Merinero escribiera para la serie La huella del crimen, le produjo la desilusión de no llevarse el Goya al mejor guion, que recibió aquel año Alas de mariposa de Bajo-Ulloa. “Critica mucho la parálisis de la industria, esa incapacidad del cine español de hacer algo mínimamente salvable. De vez en cuando hay esperanza, como cuando ve La doble vida del faquir, de Esteve Rimbau. Sabe apreciar lo bueno”. 

“Yo creo que cometió un gran error cuando estaba en la cresta de la ola, publicando con Bruguera”, prosigue su hermano. “Él era una persona muy poco dotada, se limitaba a meter la novela en un sobre y mandarla a un editor. Cuando le decíamos que se buscara un agente, respondía: ‘¿Quién soy yo, Claudia Cardinale?’”.

El investigador de Minnesota

Sus observaciones políticas en aquellos años de aznarismo exaltado abundan, pero sin pretensiones de análisis. Según su hermano, la vida de Pérez Merinero había sido determinada por la dictadura de Franco y la guerra de Vietnam, y se movía entre las ideologías con más odios que afinidades. “Le tocó estudiar Económicas en una época de luchas estudiantiles, pero toda su militancia se reducía a llegar el primer día de clase y proponer: ‘¡Huelga general hasta que caiga el franquismo!’ No fue nunca a clase porque, según él, había que ser radical”.        

David Pérez Merinero no confía en que un libro tan oscuro como La suerte esquiva vaya a sacar al autor del limbo en el que parece instalado desde hace diez años, a pesar de que está a punto de salir un libro sobre él, Diálogos casi socráticos con Carlos Pérez Merinero, de Ignacio Oliva, y Diego Agudo Pinilla prepara la adaptación al cómic de su guion Señales de vida.

David bromea asegurando que lo ha sacado a la luz “pensando más bien en el investigador de Minnesota” que en el lector tipo actual. “Creo que no son buenos tiempos para él. En vida estaba muy al tanto de la actualidad, y bromeaba diciendo que la novela negra había pillado ya todos los cuerpos represivos: el guardia civil, el ertxaina… ¿Para qué están los polis? Para defender el orden. Temía que fuera difícil evitar la heroificación del policía, que es lo que ha terminado ocurriendo”.            

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