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Javier Ruibal: “Creíamos que internet acabaría con el arte, pero la inmediatez de la comunicación nos ha salvado”

El compositor, guitarrista y cantante gaditano Javier Ruibal. EFE/Cristóbal García/Archivo

Alejandro Luque

CÁDIZ —

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Todavía no sabemos si, como se pensaba, el confinamiento por la Covid-19 nos ha hecho mejores personas, pero a algunos sí que los ha inspirado. Es el caso del gaditano Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, 1955), a quien el encierro volvió más creativo aún que de costumbre. El resultado, un nuevo disco-libro, Ruibal, compuesto por 13 canciones tocadas junto a su hijo, el percusionista Javi Ruibal, y otros tantos relatos breves. El volumen se completa con fotos de Pepa Niebla y acuarelas de Sonia Alonso.

Como tantos otros músicos, a Ruibal se le desmoronó la agenda de conciertos a principios de marzo. El encierro le pilló en su piso madrileño, “al principio con desconcierto, agobio y mucha melancolía”, recuerda. “Los primeros días escribí poemas depresivos, que me hacían entrar en viejas heridas, hasta que dije ¡ni hablar! Yo soy más de hablar de apasionamientos, de entender la música como un euforizante”.

“Me quité del tono depre y de los telediarios. Desde ese instante, solo leía Eldiario.es, y no lo digo por echar una flor, y me dedicaba a hacer 8 kilómetros diarios caminando por mi pasillo. Curiosamente, me volví más ingenioso de lo que suelo ser, porque en las situaciones extremas tendemos a exprimir el limón que llevamos dentro”, añade.

Humor y ciencia

Los papeles empezaron a llenarse, los hallazgos trajeron nuevos hallazgos. Surgió un Ruibal poético como siempre, pero inclinado hacia la ciencia, con temas como Astronomía o Física cuántica. “Me fui del universo insondable a lo más chico”, sonríe el cantautor. “Me vi estudiando, para no meter la pata, toda la física que no estudié en su momento. Y sin darme cuenta, me puse más del lado humorístico que del reflexivo, sin dejar de sufrir la catarsis tremenda que el encierro supuso para todos”.

En efecto, frente al bajón generalizado, a Ruibal se le aparecieron los duendes tutelares de Chano Lobato o El Beni de Cádiz, que le animaban a echarle un buen puñado de sal a las letras. “Y también pensaba mucho en Javier Krahe. Era como si me mirara por encima del hombro y me dijera: deja eso, está bien, no lo taches”, dice. “Fue un poco como lo que se dice del preso: o me fugo, o cumplo condena, o me hago abogado. Yo creo que he salido del cautiverio con el título bajo el brazo”.

Trovador de actualidad

También hay en Ruibal mucho de trovador de actualidad, de periódico cantado. “Aparte de los tres o cuatro temas en los que hablo de confinamiento, trato de ir más allá y explicar, por ejemplo, que a este planeta le hemos hecho tales barbaridades, que el planeta ha dejado constancia de que la pandemia somos nosotros”, asevera. Lo mismo cree de “aquellos que nos llamaban catastrofistas porque defendíamos la sanidad pública, que para ellos era un despilfarro. Ha sido una lección que ojalá se recuerde cuando la gente ponga su voto en las urnas”.

Mientras iba alumbrando estas composiciones, Ruibal fue también de los que brindó su música a través de las redes, “por acompañar a la gente y acompañarme yo, aunque el vacío inmediatamente posterior era tremendo. Creíamos que Internet acabaría con el arte, pero la inmediatez de la comunicación nos ha salvado”, evoca. “Con todo, sabía que era un arma de doble filo, y que los músicos saldríamos muy malparados de esto: seríamos los primeros en frenar y los últimos en salir”.

Tal vez por eso hay en el álbum un primer sencillo, Soy ese que te cantaba, que es un llamamiento directo al público. “La gente que viene a mis conciertos y compra mis discos sabe que financia, eurito a eurito, mi supervivencia y la de mis músicos. Luego hay una pequeña parte de la sociedad que no nos perdona que hayamos huido de otro tipo de trabajo más sacrificado, a la que cualquier inversión en música le parece cara sin pensar que detrás de todo eso hay tiempo de composición, arreglos, estudio, músicos, publicidad, promoción… Y que nada de eso nos lo regalan”.

Por otro lado, cree que “el streaming va a tener que hacerse, y la gente acabará pagando por ver un concierto desde su casa, con sus súper pantallas y sus súper equipos de sonido, aunque menos de lo que pagaban por un concierto. No me parece mal que entren nuevos modos de llevar lo que hacemos al público”, agrega.

Del Goya al hijo Predilecto

El disco Ruibal y su correspondiente gira llegan en un año vertiginoso para el cantautor portuense, que en febrero se alzaba con un Goya a la Mejor canción original por su contribución al filme Intemperie, de Benito Zambrano. “Un día, comiendo con Benito, le dije que me gustaría hacer algo en el cine, y me ofreció escribir algo para el filme. Yo pensaba en algo morentiano, lorquiano, pero Silvia Pérez Cruz hizo de ella una nana fabulosa. Supongo que la defendieron los muchos cómplices que tengo en la profesión, pero confío en que votaron a la canción, no a mí”, explica el músico, que actualmente compone para el próximo filme de Imanol Uribe, La casa 15/16.

Casi paralelamente, Ruibal debutaba como poeta con Coraza de barro (Verso & Cuento), después de una vida haciendo poesía guitarra en ristre. “Esto era otra cosa, claro, escribir mirando más hacia dentro. Superando los pudores pertinentes, escribí en verso libre, décimas y haikus, que me hacen siempre entrar en un estado de ánimo muy japonés”.

Por si fuera poco, Javier Ruibal será nombrado en diciembre Hijo Predilecto de su villa natal, la misma que ha llevado siempre por bandera sin dejar de ejercer de hombre cosmopolita y abierto a todos los vientos. “La palabra predilecto contiene algo de agravio comparativo, como si los otros hijos fueran menos queridos, pero me alegra mucho esta distinción”, reconoce. “Uno tiene su identidad, y se identifica con el lugar en el que ha crecido y vivido como con el hecho de ser paisano de un grandísimo poeta como Rafael Alberti”.

Así, lo que iba para annus horribilis va camino de ser un año de gloria para el artista, aunque haya sido a costa de sobresaltos y estragos anímicos. Después de pasarse media vida siendo algo así como una figura de culto, a Ruibal le ha llegado el reconocimiento unánime, por más que él considere que “en cierto sentido, todavía ando echado al monte. Pero es muy bonito cuando alguien te descubre ahora y de pronto le pasan por encima los 40 años de oficio, y se preguntan dónde había estado yo antes, que no se habían dado cuenta de mi existencia”. 

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